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El escritor colombiano Andrés Caicedo nació en Cali, Valle del Cauca, el 29 de septiembre de 1951, y se suicidó el 4 de marzo de 1977 con sesenta pastillas de secobarbital. Aprovecharé que El Suplemento Cultural le dedica hoy su portada con un hermoso artículo de Ariel Stieben para contarles brevemente la conexión secreta Cali-Providence-Hollywood que liga el cine de Roger Corman con la literatura de Caicedo a través de los fantasmas de Lovecraft y Poe.
Cuatro años antes de cumplir su promesa de morir a los veinticinco, en 1973, Andrés Caicedo había viajado a Estados Unidos con el propósito de llevarle algunos –dos, tres o cuatro; no hay acuerdo en esto entre los expertos– de sus guiones de cine a Roger Corman, de quien era rendido admirador. Si a Corman no le gustaban, Caicedo se resignaría a dárselos a algún otro cineasta que estuviera interesado.
Así que Caicedo llegó a Houston, fue a visitar a su hermana Rosario, que entonces se encontraba allí, y le pidió que los tradujera al inglés, cosa que ella (no sin advertirle que su inglés todavía era muy malo) hizo. Con las versiones de sus guiones en inglés, Caicedo se despidió de Rosario y se fue a Los Ángeles a buscar a Roger Corman.
Caicedo nunca logró encontrar a Corman, pero por los títulos de dos de esos guiones –La estirpe sin nombre y La sombra sobre Innsmouth– queda claro que el joven escritor colombiano era lector de H. P. Lovecraft y de los escritores del famoso «Círculo de Lovecraft».
El cineasta estadounidense Roger Corman (Detroit, 1926) debutó como director con wésterns (Five Guns West, 1955; Apache Woman, 1955), pero en las décadas de 1960 y 1970 era bastante más conocido por sus numerosas producciones en otros dos géneros igualmente populares, terror y ciencia ficción, y en especial por sus películas (muy libremente) basadas en (cócteles de varios) relatos (entreverados) de Edgar Allan Poe –como The Pit and the Pendulum, de 1961 (El pozo y el péndulo en Latinoamérica, El péndulo de la muerte en España), The Masque of the Red Death, de 1964, etcétera–, casi todas con un deliciosamente perverso Vincent Price en el papel principal, secundado a veces por un Boris Karloff ya en su entrañable ocaso o por un joven y desconocido Jack Nicholson. ¡Búsquenlas (como Caicedo a Corman) si nos las han visto! No se arrepentirán.
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Con Poe bajo el brazo por las calles de Cali
¿Por qué Caicedo, entre todos los cineastas del momento, buscaba a Roger Corman para dirigir las películas (que Corman nunca llegó a rodar) basadas en sus guiones (que Corman nunca llegó a leer)? Sin duda, por sus gustos e intereses literarios compartidos. Pero, más exactamente, por esto que el propio Caicedo dejó escrito:
…de lo que hizo Corman con Poe de eso que fue como un contrato al que Poe accedió porque no había modo de hacerlo de otra manera. Esas películas que Roger Corman hizo con algunos de los cuentos de Edgar Allan Poe. Esas películas que no tienen nada que ver con Poe, pero que perduran allí si uno se las repite por quinta vez pues dice que por quinta vez son una belleza, y ahora me acuerdo cuando yo estaba chiquito y que vi el corto de Los destinos fatales... «Una masa casi líquida de repugnante podredumbre». Escribió Poe. Pero Corman lo volvió vómito, y fue la primera película en la historia del cine en donde un ser humano se vuelve vómito, vómito que no tiene nada que ver con Poe, ni además ese technicolor, que tampoco tiene nada que ver con Poe, pero Corman lo hizo, puso el nombre de Poe en más de siete películas...
(Andrés Caicedo: Calicalabozo, Bogotá, Norma, 2005, p. 113).
Como se ve por ese pasaje de Calicalabozo, Caicedo también era lector de Edgar Allan Poe. En 1953, el escritor argentino Julio Cortázar tradujo las obras completas de Poe, traducción que fue publicada en 1957 por la Universidad de Costa Rica. En esas mismas décadas doradas de las películas de terror de serie B de Corman, las de 1960 y 1970, Andrés Caicedo caminaba por las calles de Cali con un ejemplar de las obras completas de Poe, traducidas por Cortázar y editadas en 1957 por la Universidad de Costa Rica, bajo el brazo. Menciona Caicedo a veces ese tesoro suyo, su ejemplar de la edición del 57. Por ejemplo, en El cuento de mi vida, compilación de sus diarios íntimos:
…podría pasármela solo, con vista a una nueva porción de Cali desde esta ventana, escribiendo ficciones que rehúyo, terminando el bloque de libros en español, empezaría a leer de corrido todos los libros en inglés, diccionario mayor en mano y acción lentísima, pero hacerlo: empezaría con las obras completas de Poe, y al lado la traducción de Cortázar, sin necesidad de diccionario...
(Andrés Caicedo: El cuento de mi vida, Bogotá, Norma, 2008, p. 70).
«Escritor colombiano necesita un spanish-english writer to translate a screenplay»
Después de buscarlo infructuosamente y de renunciar finalmente a encontrar a Corman, Caicedo no tardaría demasiado en regresar a Cali. Pero antes de volver a su ciudad natal, y unas semanas después de haber partido a Los Ángeles con sus guiones a cuestas, le escribió a Rosario (que en ese momento se encontraba en Colombia) la siguiente carta:
Los Ángeles, 23 de julio 1973
Querida Rosario:
Esta carta no contiene, desafortunadamente, la noticia que tú esperas. El productor Joel B. Michaels me devolvió el guion con esta nota:
«Dear Andrés: Thank you for letting me see your script. I tried very hard to read it, but in its present condition (grammar, spelling and format) I found it very difficult to grasp its content. I hope you will accept, as a suggestion, that you review the script with a writer who is more familiar with idiomatic English and the conventional screenplay form. Thank you again. I wish you the very best of luck. Sincerely, etc.»
Mi guion difiere de «the conventional screenplay form» en que el nombre del que habla está separado del parlamento en esta forma:
COLIN - Tal cosa.
En lugar de estar así, la correcta:
COLIN Tal cosa.
Para separar.
Yo soy escritor de teatro. Utilicé el guion. El productor ni siquiera lo terminó de leer. He puesto avisos en la UCLA de que escritor colombiano necesita un spanish-english writer to translate a screenplay, pero no he recibido ninguna noticia, y todos los estudiantes mexicanos de la escuela de cine están en su país, de vacaciones. Me han dado la dirección de un cubano, que trabaja en un teatro, pero no lo he podido encontrar. No tengo un sitio fijo donde estar. En la Universidad no me pueden dar una visa por un curso de extensión, un curso de inglés, por ejemplo. Tengo que estar matriculado como alumno regular. Me dijeron espere: aquí tenemos el prospecto de un centro que da visas: era uno del ELS. He pasado los dos últimos días y noches con pánico. También he sido consciente de que fue una especie de locura pretender vender un guion sin tener yo idea de cómo se escribe en inglés, y temo que ahora esa locura esté ahora contaminando todo mi comportamiento. Mi visa dura un mes más. Naturalmente, no quiero que me deporten ni que me encarcelen. Solo espero los 50 dólares de Luis para volar a Houston (¿él cómo fue que me mandó los dólares? Tampoco me ha llegado la carta que me escribió Ramiro, ¿en qué me la mandaste?) y allá ver cómo cojo un barco a Colombia. Me quedan 70 dólares. Diles a mis papás que me manden algún dinero (¿recibieron mi carta? Cuando la escribí aún no sabía de lo de la visa y cómo pretender pagar 800 dólares por dos meses y medio de estudio en una universidad), que ya encontré en Colombia la manera de pagarles. Averigua, si puedes, cuanto puede valer un viaje en barco.
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Perdona por el tachón. No tiene importancia. Ya te lo diré si te alcanzo a ver. ¿A dónde me mandó Luis la moneda, a Houston o a la dirección de Billy Cocker? Si la mandó a Los Ángeles entonces la espero. Si la ha mandado a Houston ¿cómo hago? Si no es posible que me llegue rápido entonces que mi papá me preste los 50 dólares (qué tal papá, aquí tu hijo en apuros, siempre buscando la manera de estar en alguna parte en calma. ¿Hasta dónde tiene que buscar un hombre? Digo, para sentirse que está donde pertenece), ya se los pagaré en Cali, es seguro. Sí Rosarito, estoy tratando de salir de la maraña de mi fantasía. Fue una fantasía todo esto, así como es el cine. Lástima, porque hay una oportunidad de ver, aquí, ¡unas películas! No creas que mi interés por el cine va a decrecer por esto, ni mucho menos. Supongo que no me moveré mucho por un tiempo, y cuando digo moverme, es en un sentido estricto: no moverme. No te vayas a alarmar. Si ya has hablado con Luis sobre la traducción de La sombra sobre Innsmouth dile que pare si ya ha empezado algún trabajo, porque no va a haber tiempo. No lo vayas a alarmar tampoco a él por lo de los dólares. Envíale mis saludos y que pronto nos veremos en Cali, supongo. O creo que le escribiré. ¿Cómo te ha ido en Cali? ¿No es cierto que está un poco cambiado? Pueda ser que estando otra vez allá encuentre mi camino, para usar unas palabras bien cursis, como la canción que cierra The Searchers de John Ford. La frase de mi papá también está copiada de esa canción. Supongo que no tendré problemas para estar unos días en el apartamento en Houston. Ya hablaré con Alice y con Gonzalo para ver si me pueden ayudar en algo, como transportarme al puerto o recogerme en el aeropuerto. Esta es una ciudad, claro, fabulosa, en el sentido de que uno ve gente de todas las razas y tantos jóvenes bellos. Pero es un espectáculo deprimente los parques los domingos, parques más bien áridos y sucios, en donde no juegan y hacen el picnic nada más que chicanos y otros extranjeros. Supongo que podré visitar esta ciudad unos años más tarde, en una posición más segura.
Saludos a mi mamá. He recorrido mi pasado a una velocidad tan extraordinaria en los últimos dos días que estoy agotado. Cuando hablo de mi pasado quiero decir mi madre, naturalmente. A una velocidad y a una intensidad que me alarma.
Bueno Rosarito. Ni modo. Las oportunidades de conocimiento son múltiples. El mundo está organizado de una manera que las hace un poquito inaccesibles. He visto unas películas de gángsters extraordinarias. En Body and Soul de Robert Rossen hay este parlamento: «El mundo no es sino una cuestión de adición y sustracción. Todo lo demás no es sino conversación».
Te quiere mucho,
Andrés.
Parte de esta carta apareció publicada por primera vez en el libro Mi cuerpo es una celda. Una autobiografía (Editorial Norma, 2008), compilación póstuma de cartas, notas sueltas, artículos periodísticos, reseñas, críticas de cine y toda clase de escritos personales de Caicedo, publicados o inéditos y dispersos en libretas, cuadernos, diarios, papeles, etcétera, reunidos por el escritor y cineasta chileno Alberto Fuguet en ese volumen de subtítulo (autobiografía) problemático. La carta fue posteriormente reproducida en su totalidad en la revista colombiana Semana («”No tengo un sitio fijo donde estar”: Andrés Caicedo», Semana, 17/08/2017).
¿Qué habría sucedido si Caicedo y Corman se hubieran encontrado? ¿Habrían cambiado el cine, la literatura, el final de esta historia? Ese sería buen tema para un cuento o un guion. Nunca lo sabremos con certeza, así que solo queda imaginarlo. Y a modo de inspiración les dejo este breve cuento de Caicedo:
«Destinitos fatales», por Andrés Caicedo
A un hombrecito le gusta el cine y llega y funda un cine club, y lo primero que hace es programar un ciclo larguísimo de películas de vampiros, desde Murnau y Dreyer hasta Fisher y ese film que vio hace poco de Dan Curtis. Al principio hay mucha acogida y todo, el teatro se llena. Pero semana tras semana va bajando la audiencia. Como se sabe, el público cineclubista está compuesto en su mayoría por gente despistada que acude a ver acá «el cine de calidad» que no puede ver en los teatros cuando estos sólo exhiben vaqueros y espías; imbéciles que abuchean una película de John Ford con John Wayne «porque el ejército de los Estados Unidos siempre mata muchos indios», que le dicen imbécil a Jerry Lewis. Esa gente cómo le va a coger la onda a los vampiros, no falta por allí uno que insulte al hombrecito del cine club por estar exhibiendo cosas de estas cuando los estudiantes luchan en las calles; gente que únicamente sueña de noche y que siempre duerme bien y al otro día se despiertan y pueden hablar de amor, de papitas, de viajes, de política y cuando llegue la noche se ponen a soñar de lo mismo que han hablado durante todo el día. Pues bien, el hombrecito de nuestra historia comenzó a perder grandes cantidades de dinero, porque ya al final no iban más que diez personas a ver sus películas de vampiros, nueve, ocho, siete, seis, cinco, los últimos cuatro sí empezaron a conversar, a contarse recuerdos, pasó el tiempo y uno de ellos se mudó de ciudad, otro amaneció un día muerto, uno se graduó de arquitecto y nunca nadie más lo volvió a ver por estas tierras. El hecho es que el sábado 25 de diciembre de 1971, el hombrecito encontró, al ir a introducir el único film del ciclo, que no había más que un espectador en la sala, allá detrás, en un rincón, mitad luz y mitad sombra. El hombrecito iba a comenzar a hablar de la película que amaba tanto, pero el Conde se paró de su butaca y le sonrió, y el hombrecito tuvo que bajar los ojos.