Cargando...
No tengo por qué recibir un premio de una decena de señores que escriben pésimos libros, declaraba en 1964 el francés Jean-Paul Sartre al rechazar el Nobel de Literatura. Sesenta años después, el noruego Jon Fosse lo aceptó diciendo que era un premio para la lengua de la literatura. Sin más, la declaración puede sonar inmodesta. Vista más de cerca, podía discriminarse una distinción en el enunciado de este dramaturgo cuyas cuarenta piezas se han representado en mil teatros y cuya narrativa ha sido traducida a todas las lenguas occidentales y a las más habladas entre las orientales. Ocurre que la lengua noruega no tiene existencia unitaria. Son dos, el bomals mayoritario y el nynorsk minoritario, de un millón y medio de personas en un Reino de cinco millones de almas. El minoritario nynorsk es el idioma de Fosse. O qué bueno es el goce por aquesta mañana, cantaba el juglar de Medinaceli ganada por Myo Cid Campeador la batalla de Alcocer. Las luces de la aurora del Nobel para el guaraní y para Susy Delgado están menos lejanas.
Lea más: ¿Quién quiere un Premio Nobel de Literatura?
Noventa y cinco años después que la noruega Sigrid Undset, el 5 de octubre de 2023 el noruego Jon Fosse fue declarado Premio Nobel de Literatura. Desde hace al menos un decenio, Fosse era una figura inalterada en su constancia entre las primeras precandidaturas para el Nobel. Siempre atento a las glorias, el diario español El País anoticia que «en su país natal, Fosse es considerado una gloria nacional, que rivaliza con otros autores de renombre como Jo Nesbo o Karl Ove Knausgard»,
El primer ministro noruego, Jonas Gahr Støre, líder del Partido Laborista, de centro-izquierda, reaccionó en la red antes conocida como Twitter. Saludó en X «el hermoso reconocimiento a la obra de un autor excepcional que impresiona y conmueve en todo el mundo. ¡Y toda Noruega se regocija hoy de puro orgullo!».
En el diario de mayor circulación en el Reino de Noruega, el crítico y reseñista bibliográfico titular de la sección Cultura se exalta, literario y patriótico: «Es un gran, gran, gran día para la literatura noruega», publica Sindre Hovdenakk en Verdens Gang (VG).
Con Fosse, son cuatro los Nobel literarios que han favorecido a Noruega desde 1901. «Cómo me gustaría que esto creara un renovado interés, más grande, por la literatura noruega», se entusiasma de nuevo, se entusiasma más, el crítico titular Sindre Hovdenakk.
Lea más: Jon Fosse, Premio Nobel, converso y exalcohólico
Como la novelista y militante feminista y antinazi ganadora en 1929 y exiliada en 1940 cuando las fuerzas del Tercer Reich invadieron Noruega, Jon Fosse es un converso al catolicismo, una minoría religiosa en una monarquía protestante y luterana. Como ella, Fosse compone largos ciclos narrativos integrados por varias partes sucesivas pero contrastantes. Como ella, encuentra sus temas mayores en la soledad, la vida y la muerte, Dios, la pintura, el sentido del arte y del tiempo.
A diferencia de lo que ocurría en los tiempos de Sigrid Undset, cuando Noruega era uno de los países más pobres del mundo, «expulsivo» de migrantes, hoy la población de cinco millones de habitantes de este Reino escandinavo, gracias a la explotación del petróleo off-shore, es de las más ricas del planeta. El Reino nórdico, separado de Suecia por la cordillera de los Alpes Escandinavos, ha podido dar la espalda al euro y retener la corona como moneda nacional.
Hoy la Corona, a diferencia de la de la Segunda Guerra Mundial, tan amigable con el hitlerismo, es amistosa con las letras. Fosse vive en una residencia real. Cuando Undset regresó del exilio en 1945, ya no pudo escribir más, hasta su muerte en 1949.
A diferencia de Undset, Fosse ha escrito y publicado sin interrupción. También poesías, canciones, literatura infantil, traducciones. A sus 64 años, mirando retrospectivamente, el volumen mayor de la obra desarrollada en los años centrales de su vida, a partir de la década de 1990, corresponde a su producción dramatúrgica, teatral, escénica, musical, de artes de la performance y del espectáculo. Su primera obra de teatro, And We’ll Never Be Parted (Y nunca nos separaremos), fue estrenada en 1994. Posteriormente, escribió cerca de 40 piezas más. En 1999, Fosse alcanzó el éxito internacional como dramaturgo con la puesta en escena de Alguien vendrá. Desde entonces, más de mil teatros en el mundo han ofrecido puestas de los dramas de Fosse. Sus libros están traducidos a más de 50 idiomas (comparado con el de otras lenguas occidentales, resulta reducido el número de traducciones al castellano).
Lea más: El ladrón de best-sellers
Desde que se lo puso el diario francés Le Monde, se ha vuelto rutinario para Fosse el epíteto épico «Beckett del siglo XXI». La comparación miraba a aquel otro novelista y dramaturgo minimalista parco y silente, un vanguardista que en 1969 lo precedió en la lista de Premios Nobel de Literatura. Irlandés que prefería el francés, Samuel Beckett fue autor de Esperando a Godot, el adalid de ese teatro que fue llamado –no por él– «del absurdo». Todo nihilismo falta en Fosse. En las tempranas décadas de su escritura, y en las de este siglo XXI, la preferencia de Fosse ha sido neta por la narración. En los últimos diez años, la experimentación estética se ha vuelto más general, más densa, más intensa, más extensa, más amplia, más radical y más premiada. Los últimos diez años corresponden al que Fosse llama el período más importante de su vida, que ha de contarse a partir del que llama el hecho más importante de su vida, su conversión al catolicismo romano en 2013. Un año atrás, en una entrevista con el diario suizo Neue Zürcher Zeitung de septiembre de 2022, dijo: «Todo lo que escribo es una forma de plegaria».
Su obra en prosa Trilogía le valió en 2015 el premio literario del Consejo Nórdico, el más prestigioso de Escandinavia. En 2019, Fosse visitó en la alemana Frankfurt del Meno no el Banco Central Europeo (BCE) de Christine Lagarde sino la Feria del Libro de esta ciudad natal de Goethe. Anticipó los dos primeros volúmenes de su composición narrativa más ambiciosa, más difícil, más ardua, más famosa, y mejor recibida. Con el título Septología refiere a sus siete partes, organizadas en tres volúmenes, El segundo nombre, Yo es otro y Un nuevo nombre. De gran aliento, en sus 1250 páginas de estilo minimalista, de léxico despojado, ni un solo punto desacelera la dinámica narrativa. La única puntuación de la que se vale este relato inmenso que es auténticamente una sola y única frase en expansión, que avanza alternando reiteraciones y omisiones, son las comas.
La de Fosse es una narrativa que compensa lo poco que narra con lo mucho que reflexiona. En Septología hay muchas páginas, unas mil doscientas y pico, pero pasa muy poco tiempo, unas seis horas, y al borde del mar nos movemos muy poco, ni unos cientos de metros. En esta novela que Fosse concluyó en 2021, un pintor que envejece medita sobre el arte y sobre Dios. Cuando en noviembre de 2022 The New Yorker le preguntó si el personaje del artista era autobiográfico, Fosse respondió con asombro, y negativamente.
Lea más: Oe Kenzaburo, las leyendas de un novelista japonés
No le falta razón a Fosse. Raro Nobel, que agradece, este de Literatura 2023. Premio que le entregará el Rey de Suecia en Estocolmo y que premia la experimentación literaria. En sí misma. Un autor con muchas ediciones, muchas traducciones, muchas representaciones de sus piezas. Su público lector, a diferencia aun del que compra y hace circular, en Brasilia o en Berlín, sus libros, ¿es parejamente grande? Al menos, una lección de humildad demostró haber aprendido en 2022 la crítica cultural latinoamericana. Ignorar un nombre no significa que sea de un forastero venido de las provincias de un Reino lejano. Aunque, sorpresa, también esto puede ocurrir