Dejen de inventar la pólvora

Hace unos días, un psicólogo inglés tuiteó que había recibido insultos y amenazas porque no está de acuerdo con ser llamado «cisgénero», y arrobó al CEO de Twitter, Elon Musk. Anécdota que, más que el tema, es el detonante de este artículo.

Musk siendo Musk
Musk siendo Musk

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Llamamos seres vivos a sistemas organizados de materia orgánica. Entre sus funciones básicas está la reproducción. Se pueden reproducir sexual o asexualmente. En la reproducción asexual, el individuo se clona, digamos; es la forma más antigua o primitiva de reproducción y, ya por fisión o por mitosis, es típica de los protozooarios. La reproducción sexual requiere dos individuos con sus gametos, las células sexuales haploides de los organismos pluricelulares como nosotros y los demás animales. Y las plantas (que también pueden reproducirse asexualmente). Los gametos se clasifican por el reino (animal o vegetal) y el sexo (masculino o femenino). La unión de gametos masculinos y femeninos genera un cigoto que después será embrión y luego individuo adulto. De la combinación de los genes de los gametos resulta el genotipo del individuo, su constitución genética, que se expresará en sus rasgos fenotípicos (sus características observables –en los seres humanos, van desde la forma de la nariz hasta ciertos ademanes o el timbre de voz, etcétera–). El fenotipo no es traducción «literal» del genotipo sino de este y la interacción de este con múltiples factores ambientales y epigenéticos. El sexo del individuo se determina genéticamente por la presencia o ausencia de cromosomas completos. El sistema XX/XY (hembras homogaméticas y machos heterogaméticos) se presenta en mamíferos, equinodermos, moluscos y algunos grupos de artrópodos (el sistema XX/X0, en algunos insectos, el sistema ZZ/ZW, en aves, mariposas y algunos peces, etcétera).

El género es el conjunto de características atribuidas en cada cultura a los individuos humanos de acuerdo a su sexo (biológico –en castellano, «sexo biológico» es, sensu stricto, una redundancia, pero como la gente no puede incorporar tres o cuatro neologismos sin perder la mitad del léxico anterior, hay que redundar). El sexo (biológico) es un dato que se constata (no una «identidad» que se «asigna»), mientras que el género es una construcción social arbitraria y cambiante. Por lo menos desde que en la década de 1920 Margaret Mead publicó su clásico estudio antropológico sobre la sociedad samoana, la diferencia entre sexo (biológico) y género (cultural) es conocida en las ciencias humanas. Fuera del ámbito académico, que siempre se ha sabido que existe un hiato sexo / género lo demuestra su reflejo en la literatura oral y escrita de todas las culturas desde la Antigüedad.

Margaret Mead, "Coming of Age in Samoa", Nueva York, Morrow & Co, 1928.
Margaret Mead, "Coming of Age in Samoa", Nueva York, Morrow & Co, 1928.

En los individuos humanos, el sexo (biológico, encore) se constata al momento del nacimiento por observación anatómica directa desde los tiempos en que la luna leprosa lucía su doble cuerno sobre las ruinas de Kaddath, para decirlo al modo de Lovecraft. Hoy también se puede constatar prenatalmente con ecografías. Los casos que no encajan en la clasificación binaria (por genitales ambiguos, gónadas atípicas y otros, comprendidos generalmente bajo la etiqueta intersexualidad) ascienden aproximadamente al 0.06% (1).

La necesidad de clasificaciones binarias en pares de antónimos (arriba / abajo, noche / día, negro / blanco, masculino / femenino, and so on) responde a las limitaciones de los procesos cognitivos humanos, o, si se quiere, a la finitud de nuestro entendimiento, que se representa así en términos manejables una realidad que lo excede para no quedar anegado en el caos del magma sensorial. Lo mismo sucede con las palabras, que siempre son abstracciones (símbolos que representan los parentescos estructurales existentes entre los diversos elementos de un conjunto, elementos cuyas diferencias, virtualmente infinitas, serían irrepresentables con cualquier vocabulario existente, ya que todo vocabulario es finito). Sabemos que todo esto son esquemas. Ningún bípedo implume con dos dedos de frente piensa que entre el negro y el blanco no existen grises.

Hace unos días, un psicólogo inglés tuiteó que había recibido insultos y amenazas porque no está de acuerdo con ser llamado cisgénero, y arrobó al CEO de Twitter, Elon Musk, que respondió de inmediato: «El acoso repetido contra cualquier cuenta provocará suspensiones temporales de las cuentas de los acosadores, como mínimo. Las palabras cis o cisgénero se consideran insultos en esta plataforma».

Tuitazo paradójico de un autoproclamado defensor de la libertad de expresión, pero supongo que no habrá sorprendido a nadie. Musk siendo Musk. Dicho esto, todos los seres humanos merecen respeto, sin excepciones, sin salvedades; por eso estamos del lado de las personas trans y contra su estigmatización. Pero no creo que la política de las principales organizaciones y sectores que se han convertido en sus voceros autorizados ayude realmente a la mayoría de las personas trans –sí a una minoría ligada a esos sectores e instituciones–. El monopolio del discurso sobre lo trans es notorio (no su otra cara, el negocio de lo trans –asunto sumamente complejo, que en algunas áreas compromete la investigación científica y que requerirá un artículo aparte). Ese monopolio ya ha permitido cortar carreras y cabezas poderosas e influyentes por expresar opiniones tildadas, con razón o sin ella, de tránsfobas; escarmentados, comunicadores e intelectuales se abstienen de opinar libremente sobre el tema (de hecho, sé que este artículo es un riesgo, incluso laboral, que, si yo fuera una persona cuerda, no correría). Creo, y por eso debo decirlo, que el monopolio del discurso sobre lo trans cumple una función concreta, que es la de defender los intereses de esos sectores, no los de la mayoría de las personas trans.

El tuitazo paradójico
El tuitazo paradójico

Lo primero que me aparece al guglear cisgénero es la página de Planned Parenthood en español; lo segundo, Wikipedia.

La página de Planned Parenthood en español dice (copio y pego):

«La mayoría de las personas a quienes se les asigna el sexo “femenino” al nacer se sienten como niñas o mujeres. Así como la mayoría de personas a quienes se les asigna el sexo “masculino” se sienten como niños u hombres. A estas personas se las llama cisgénero (o cis).

Algunas personas tienen una identidad de género que no condice con el sexo asignado al nacer. Por ejemplo, nacieron con vulva, vagina y útero, pero se sienten e identifican como hombres. Estas personas son transgénero (o trans). Transgénero es la letra “T” de la sigla LGBTQ.

El término trans también puede incluir a personas que no se identifican con los roles de género masculinos y femeninos tradicionales (hombre y mujer). Otras personas que no se identifican ni como hombre ni como mujer, se autodenominan “genderqueer” (género queer).

Hay otros términos de identidad de género y etiquetas. Sin embargo, no uses términos como transgenerado, travesti, tranny o él-ella [la versión en inglés de la misma entrada en la página de Planned Parenthood dice: transgendered, transvestite, tranny, or, he-she], pues son anticuados y pueden lastimar a otras personas. Siempre es mejor respetar las palabras que las personas usan para describirse a sí mismas» (2).

Hasta aquí Planned Parenthood. Ante todo, si tomamos en serio –y yo la tomo muy en serio– la premisa «Siempre es mejor respetar las palabras que las personas usan para describirse a sí mismas», el psicólogo inglés que arrobó a Musk en su tuit tiene razón. Si no quiere ser llamado cisgénero, es su derecho que no lo llamen cisgénero.

Coincido con él, de paso; es un término feísimo.

Pero además es estúpido.

Los prefijos latinos cis y trans designan una oposición (binaria, as usual, claro –no puede ser de otro modo), generalmente geográfica, entre el lado «de acá» (como en Cisjordania, por ejemplo, o en Galia Cisalpina) y el lado «de allá» (como en Galia Transalpina, por ejemplo). Un sexólogo alemán introdujo en un estudio de la década de 1990 el término cisgénero con el sentido hoy popularizado. Es un neologismo superfluo. Lo que los hablantes comunes subrayamos mediante diversas marcas en el lenguaje es, por sentido común, y por economía, la excepción, no la norma. No es un juicio de valor, es mera estadística. Subrayar la norma es lógicamente redundante. Es como pedirle una cerveza al mozo agregando «con alcohol», cuando lo que requiere agregado –pensaría, con razón, el mozo– es la excepción («sin alcohol»), o como pedirle una «cis-cerveza» porque pedirle una cerveza a secas (con alcohol) sería invisibilizar a la cerveza sin alcohol.

Todas esas operaciones son lingüísticamente disfuncionales. En el caso particular que nos ocupa –el prefijo cis en términos como cisgénero–, la operación no solo es disfuncional sino además reaccionaria y contraproducente porque al suprimir la norma lingüística invisibiliza la existencia de la norma cultural, en lugar de cuestionarla. No es meramente inútil sino dañina, porque no se limita a dejar intacto el problema sino que nos brinda una salida fácil para dejarlo intacto sin que parezca que lo dejamos intacto, y adicionalmente estorba su reconocimiento. ¿Qué ganamos con el prefijo cis, fuera de capital social en nuestros circulitos intelectualoides y pequeñoburgueses, y qué es en general toda esa jerga pretenciosa y elitista sino una forma cómoda de parecer mejores en esas pequeñas burbujas colectivas? (Claro, hay gente que gana cosas más tangibles, que lucra, pero me refiero a la mayoría, a quienes se hacen eco de estos discursos gratis, por pura vanidad, por sed de autoridad o popularidad, por sentirse importantes).

La clásica sátira de Thackeray de los esnobs victorianos, "The Book of Snobs"
La clásica sátira de Thackeray de los esnobs victorianos, "The Book of Snobs"

Por último, en el caso que nos ocupa, estas operaciones son tendenciosas: según las definiciones vigentes (como las de Planned Parenthood y Wikipedia), calificar a las personas como cisgénero equivale a suponer que se identifican con los estereotipos de género socialmente aceptados. (No sé cómo expresar mi asombro ante lo banal de estos discursos –me resisto a decir «esta corriente de pensamiento», pese a su prestigio generalizado–. En fin, para no desviarnos con digresiones, más Groddeck y menos Butler; no se me ocurre por ahora otra recomendación.) Siguiendo con las inferencias de las definiciones vigentes, la oposición binaria cis / trans sería, así, eslabón de una cadena de pares de opuestos tales como «normado» (otro término tendencioso –de paso, ¿en qué desafía a la norma el deseo de adecuar a ella los cuerpos «equivocados» para alinear el sexo con el estándar normativo de género, como si este no fuera una arbitraria construcción cultural?) / rebelde, conforme / inconforme, etcétera. Todo un universo semántico sesgado ab initio.

No tengo amistad con muchas personas trans en Paraguay, pero los problemas de las pocas que conozco personalmente están lejos del «daño» que puede causar el rechazo de un prefijo o el uso de un pronombre «incorrecto». Lo que necesitan es trabajo digno, derechos laborales efectivos y protección legal contra los abusos de diversa índole que enfrentan constantemente y que siempre quedan impunes. Basta de frivolidades e hipocresía. Y voy cerrando este artículo porque es hora de buscar unas ciscervezas.

Algo más sobre las personas trans que conozco: no tenemos los mismos gustos, no estamos de acuerdo siempre y podemos discutir, y lo hacemos, con el vocabulario y las expresiones que todo el mundo utiliza, porque no somos alienígenas ni burguesites pedantes sino personas comunes de clase trabajadora, gente con bastante calle, y la censura nos aburre, sea la censura franca y clara de Musk, sea la censura disfrazada y moralista del capitalismo woke y el progrerío oenegero con sus hordas de tontos útiles.

Es miope atribuir una supuesta conformidad con su género (cultural) a las personas que no son trans, atribución contraria a los hechos con mucha más frecuencia de lo que el simplismo de los activistas cree. Freud sabía que nadie está «cuerdo»; por razones análogas, sé que nadie tiene un género que coincida con su sexo, que todos somos «no binaries», que la «identidad de género» no es una esencia dada a priori (ni puede, por ende, «encarnarse», como algo preexistente, en un cuerpo «correcto» o «incorrecto») sino un proceso que dura la vida entera, que ningún bicho con dos neuronas ignora que los «roles de género» son convenciones sociales (aunque no lo diga con un argot de esnobs, e incluso –y más aún– aunque lo niegue), que la «fluidez de género» es una característica universal en la especie humana, que la «disforia de género» es tan vieja como la civilización y que en rigor no existe ni ha existido nunca un solo ser humano que sea «cis».

Dejen de inventar la pólvora.

Margaret Mead (al centro) en Samoa, circa 1926.
Margaret Mead (al centro) en Samoa, circa 1926.

Notas

(1) Intersex Society of North America (2008). «How common is intersex?». Disponible en línea: https://isna.org/faq/frequency/

(2) Planned Parenthood (2021). «¿Qué significa transgénero y cisgénero?». Disponible en línea: https://www.plannedparenthood.org/es/temas-de-salud/para-adolescentes/todo-sobre-sexo-genero-e-identidad-de-genero/que-significa-transgenero-y-cisgenero

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