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Eran los 60, y en las funciones escolares del Teatro João Caetano tocaban las Teenage Singers del Liceo Pasteur y los Wooden Faces del Colegio Caetano de Campos, hasta que unas y otros complotaron tras bambalinas y con Rita Lee (voz), Arnaldo Baptista (bajo), Sérgio Dias Baptista (guitarra), Raphael Villardi (guitarra), Luiz Pastura (batería) y Moggy (voz) nació el sexteto O’Seis, que luego de peleas y reconciliaciones y peleas quedó en trío: Rita, Arnaldo y Sergio.
Eran los 60, y Arnaldo buscaba a Rita a la salida de la escuela y le llevaba los libros mientras caminaban tomados de la mano. Eran los 60, aburridos good old times de la dictadura, años de amor de cachorros y sueños de ser los Bonnie & Clyde del rock, años lisérgicos aunque «Sexo, Droga y Rock and roll» no encajara con «Tradición, Familia y Propiedad», años de «idolatrar al Che Guevara imaginándolo como un apuesto Robin Hood tropical en lucha contra la malvada dictadura aunque resultara paradójico que vistiera uniforme militar».
Con el nombre Os Bruxos, el trío tocó «I Wanna Hold Your Hand» de los Beatles en televisión, y cuando los volvieron a invitar Ronnie Von los anunció con un nuevo nombre (sugerido por él): «¡Vienen de otro planeta y están aquí para tocar La Marcha Turca de Mozart! Con ustedes… ¡¡Os Mutantes!!». El resto es historia, una historia en la que Rita Lee se volvería pararrayos de frikis, refugio de rebeldes sin causa, musa de extraviados en cualquier sucia noche.
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Naturalmente, esta semana la canción más citada de Rita Lee ha sido su hit «Lança perfume», y la más publicada de sus páginas ha sido la «Profecía»:
«Ya imagino las amables palabras que quienes me detestan pronunciarán cuando muera. Algunas emisoras de radio pasarán mis canciones, los colegas dirán que se me echará en falta en el mundo de la música, quién sabe, quizá hasta pongan mi nombre a un callejón sin salida. Los fans, ellos sí sinceros, alzarán las portadas de mis discos y corearán “Ovelha Negra”, los telediarios sacarán de la manga un resumen de mi carrera y algunas revistas publicarán un breve obituario. Muchos dirán en las redes sociales: “Vaya, creí que la viejita ya había muerto, jejejé”. Ningún político se atreverá a asistir a mi funeral, porque jamás he apoyado a ninguno y me levantaría del ataúd para abuchearlos. Mientras tanto, con mi alma en el cielo tocaré mi autoarpa cantando a Dios: Thank you Lord, finally sedated.
Epitafio: Nunca fue un buen ejemplo, pero era buena gente.»
(Rita Lee, Uma autobiografía, Globo Livros, 2016, p. 267).
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Eran los 60, y Rita Lee formó con Sérgio y Arnaldo, a los que pronto se sumó Ronaldo «Dinho» Leme en la batería, la que sería la banda de rock psicodélico más importante de Brasil. Era 1966 y Os Mutantes apareció para sorprender por la originalidad, la mezcla de música clásica y pop y folclore, y el humor. Y desde aquellos inicios como cantante del grupo hasta el último día Rita Lee incorporó el humor en las letras y la materia sonora de sus canciones, puso en cuestión todas las normas de conducta vigentes y tocó los temas más incómodos, entre los cuales, por razones obvias, vienen hoy a la mente en primer lugar los de la decadencia, la vejez, la finitud.
Como en «Tô um lixo», del disco Reza (2011), melancólico adiós a la alegre despreocupación de los excesos («Parei de fumar / Parei de beber / Parei de jogar...»), o en «Vidinha», con esa rápida percusión y esas líneas de guitarra ganando densidad a medida que la voz subraya la amargura de esa mirada fija en el inexorable final del horizonte:
Cuido bem da dieta
Ando de bicicleta
Não sei onde estava
Antes de nascer
Não sei pra onde vou
Depois de morrer
Vidinha besta
Vidinha furreca
Vidinha chinfrim
Ô vidinha de merda...
(«Cuido de la dieta / Ando en bicicleta / No sé dónde estaba / antes de nacer / No sé a dónde iré / Después de morir / Vidita estúpida / Vidita gastada / Vidita aburrida / Oh vidita de mierda...»).
Sin embargo, la reflexión sobre estos asuntos –desde el «ritual del retiro escénico antes de que el cuerpo se derrumbe para siempre...» hasta el desdén por los afanes de «lucir bien en público con cirugías plásticas y bótox»– es, en el caso de Rita Lee, de aparición temprana. Ya está en aquella entrevista de 1977 con Ana Maria Bahiana para el Jornal da Música: «No sé si me haré la cirugía plástica, odio la cirugía plástica. ¿Pero sabes qué? Creo que voy a ser una viejita muy traviesa». Cuando tenía cinco años, todas las niñas querían morir para ser adoradas como Santa Izildinha. «Santa Izildinha fue mi superstar. Solo que muerta». En el single que O’Seis grabaron con Continental, las canciones «Suicida» (lado A) y «Apocalipsis» (lado B) ya hablaban de la muerte, en tono serio una y juguetón la otra. Ese humor negro estuvo presente desde mucho antes de que el tiempo lo volviera necesario, y siguió presente hasta que, ya en el ocaso de su vida y su carrera, se sentó a contarnos cómo es seguir vivo hasta el fin. «Envejecer con humor y buenas dosis de sarcasmo no es para maricas», escribe con su léxico políticamente incorrecto (el de una mujer, como ella dice, de la época en la que «estaba prohibido reírse en Viernes Santo, pero se podía fumar en el cine»). Quizá una parte no menor del legado de Rita Lee sea el testimonio de su educación sentimental, relato, disperso en la obra de toda una vida, de alguien que mantuvo los sentidos despiertos hasta el final del viaje.
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Final del viaje. El final de un rockero, decía Rita Lee, suele ser un cliché de los más predecibles: sobredosis, sida, volverse imagen de causas «nobles» de gobiernos corruptos, revival desdentado de pasadas glorias, catequista de partidos o religiones, millonario que da shows para inflar el ego o matar el tedio... «En cuanto a mí –escribió–, ninguno de los anteriores. Yo soy de la especie sobreviviente de los saurios: Tyrannosaura Regina».
Muito obrigados, Rita, Tiranosaura Reina.
Notas
Las citas y paráfrasis incluidas en este artículo son traducciones propias de diversos pasajes en portugués tomados del libro de Rita Lee Uma autobiografía, Globo Livros, 2016, 297 pp.