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En el litoral, durante las fiestas, hace mucho calor. Pero a quien le haya tocado recibir la Navidad o el Año Nuevo en esas geografías sabrá que «calor» es una palabra insuficiente.
Una palabra que no describe con justeza esas siestas pastosas en las que el tiempo se detiene, y en las que hasta el viento se olvida de cómo soplar. La bruma que impregna el aire y que lo cubre todo, las bolsas de basura acumuladas y medio abiertas en las esquinas mientras los perros las revuelven, las pieles y las manos siempre húmedas y tibias, la pólvora de los cohetes, que, pese a todos los cuidados que ponemos, a veces termina echándose a perder...
¡Hasta los cerebros! Sí, señor, sí, señora, también los cerebros quedan envueltos en un vaho pastoso que embadurna las sinapsis neuronales con un gusto a sidra extra-azucarada y a nostalgia espesa.
La película de Lucho Bender nos sumerge en ese instante en la vida de diferentes personas, cada una con sus historias, cada una con sus desencuentros, cada una con sus búsquedas.
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Si el sentido último de las fiestas es compartir, estos personajes le hacen justicia: nos comparten todas sus miserias. Y nos permiten reírnos también con ellas (¿o con ellos?). Resulta imposible no reconocerse un poco en cada uno, en las situaciones experimentadas por cada uno: ¿quién no ha recorrido alguna vez los pasillos laberínticos y mohosos de un hospital público buscando una ayuda que nunca llega porque sencillamente no existe, quién no ha padecido alguna vez la arbitrariedad de alguna autoridad policial indistinguible del delincuente común, vecino de la cuadra?
¿Quién no se ha visto tentado alguna vez a escribir ese mensaje inoportuno, a apretar send para aquel último experimento de amor frustrado, y quién no ha esperado alguna vez encontrarlo en el primer nuevo desconocido del verano?
El filme de Bender tiene un acierto artístico adicional. Introduce en el cine criollo una metodología que popularizaría ese mismo año Amores perros: la de desenvolver diferentes subtramas a la vez, contadas cada una con su voz y dinámica propias, pero tendiendo todas a converger en un mismo tejido, en el que se potencian.
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Solo que, si la película de Iñárritu es un drama áspero y sin concesiones, la del tempranamente desaparecido Bender está sembrada de absurdos, diálogos incomprensibles y tensiones que son más cómicas que trágicas.
Hay angustia, por supuesto que la hay. La angustia de reconocer con implacable, nítida claridad las coordenadas atemporales de un país en eterna decadencia: «Esta es la Argentina que tenemos» (y cámbiese Argentina, de ser necesario, por el rincón correspondiente a cualquiera de los lectores), resuena indignado el personaje de Marcelo Mazzarello, un homosexual paralítico y desahuciado que busca compañía para sí mismo y para su pez dorado en el primer hombre con el que pueda cruzarse por la calle.
Y sí, esa es una frase que podría repetir cualquiera de nosotros.
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Felicidades / Ficha técnica
Título original: Felicidades.
Género: Drama / Comedia.
Duración: 100 min.
País: Argentina.
Año: 2000.
Dirección: Lucho Bender.
Guion: Lucho Bender, Pablo Cedrón, Pedro Loeb.
Reparto: Gastón Pauls, Pablo Cedrón, Silke, Alfredo Casero, Luis Machín, Marcelo Mazzarello, Carlos Belloso, Gabriel Almirón, Cacho Castaña, Jorge Román.
Música: Daniel Tarrab, Andrés Goldstein.
Fotografía: Daniel Sotelo.
Compañía: Bendercine.
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* Lucho Bender (Rosario, Argentina, 1957 - Barcelona, España, 2004). Egresado de la Escuela Panamericana de Arte y del Columbia College de Los Ángeles, dirigió varios documentales antes de crear en 1991 su productora, Bendercine, que revolucionó la manera de hacer cine publicitario en Argentina. Debutó como cineasta con su primer y último largometraje, Felicidades, con las actuaciones de Gastón Pauls, Alfredo Casero, Luis Machín, Marcelo Mazzarello, Pablo Cedrón, Silke y Cacho Castaña, entre otros. Falleció inesperadamente de un infarto de miocardio a los 47 años de edad.