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Los escritores Roald Dahl y Salman Rushdie nunca se llevaron bien, pero cuando este mes los editores del primero anunciaron que publicarían una versión políticamente correcta de sus libros, un tuit de Rushdie en defensa de los derechos –si no legales (sus herederos aprobaron la purga), morales– de Dahl (fallecido en 1990) a que no alteren sus obras se viralizó instantáneamente.
El escritor Charles Dickens y el ilustrador George Cruikshank fueron, en cambio, colaboradores y amigos durante varios años, pero cuando en 1853 el segundo ilustró y editó «Hop-O’My-Thumb» («Pulgarcita») añadiéndole un mensaje «edificante» (1), Dickens lo acusó, en un artículo publicado en la revista Household Words, de no tener derecho a modificar cuentos tradicionales.
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En ese artículo, titulado «Frauds on the Fairies», Dickens critica a Cruikshank por haber editado «Pulgarcita» con el fin de «propagar las doctrinas de Abstinencia Total, Prohibición de la venta de licores espirituosos, Libre Comercio y Educación Popular» [Total Abstinence, Prohibition of the sale of spirituous liquors, Free Trade, and Popular Education] (2). Además, Dickens incluye en su artículo una delirante versión de «La Cenicienta» repleta de mensajes altruistas, naturistas y vegetarianos, e invita a los lectores a imaginarse la edición pacifista de Robinson Crusoe (sin pólvora), la edición abstemia (sin ron) y la edición a cargo de la Sociedad Protectora de Aborígenes [Aboriginal Protection Society], con Robinson y «los amables nativos» abrazándose tras el desembarco.
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Ahora bien, a propósito de la novela de Defoe, poco después de su publicación empezaron a circular ediciones «piratas», folletos de 24 páginas que requerían abreviar el libro y omitir partes. Numerosos lectores conocieron la historia del náufrago en esas versiones baratas que se vendían mucho más que los libros completos. Y es solo un ejemplo. Otro ejemplo es, precisamente, el de los cuentos infantiles cuya pureza Dickens quiere preservar, leídos hasta hoy por la gran mayoría del público en versiones abreviadas.
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Pero lo que critica Dickens es la imposición en obras ajenas de criterios y valores propios; en el caso de la «Pulgarcita» adaptada por Cruikshank, de su (tardío) credo anti-alcohólico (3).
La literatura infantil se desarrolló como género dentro de la industria editorial a partir del siglo XVIII, y la intención educativa (4) de gran parte esta producción fue notoria desde el comienzo. Es clara, por ejemplo, en A Little Pretty Pocket-Book (1744), de John Newbery, libro que se vendía con una pelota (para los niños) o un alfiletero (para las niñas) a fin de fomentar desde temprana edad el comportamiento apropiado para cada sexo. Escrito en el siglo siguiente, el artículo de Dickens revela mucho sobre la función de las adaptaciones «para niños» de obras literarias en la sociedad victoriana, la importancia que ya se daba a la «protección» de la infancia y el papel que ya entonces se esperaba que cumpliera la literatura infantil en el proceso de enseñar a los niños qué pensar y sentir y ayudarlos a convertirse en el tipo «correcto» de adultos que supuestamente debían llegar a ser. Y en medio de todo esto, Dickens repudia la modificación de obras ajenas, sea cual sea el propósito y sea cual sea el mensaje que se pretenda inculcar, suavizar o eliminar. «No importa –leemos en «Frauds on the Fairies»– si estamos de acuerdo o en desacuerdo con las opiniones que nuestro digno amigo [Cruikshank] introduce». ¡El problema es que las introduzca! Porque quien lo hace, escribe Dickens –y aquí agregamos al fin: cualquier parecido con la purga actual de los libros de Dahl es completamente intencionado, y en modo alguno mera coincidencia–, «se apropia de algo que no le pertenece».
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Notas
(1) George Cruikshank (1853). Hop-O’My-Thumb and The Seven League Boots. Edited and Illustrated With Six Etchings by George Cruikshank. Londres, David Bogue.
(2) Charles Dickens (1853). Frauds on the Fairies. Household Words, vol. 8, n. 184, 1 de octubre, pp. 97-100.
(3) La amistad entre Cruikshank y Dickens se enfrió definitivamente desde fines de la década de 1840, cuando Cruikshank, hasta entonces gran bebedor, se convirtió en un abstemio fanático y empezó a hacer propaganda contra el alcohol y el tabaco. Ver: Julián Sorel, «El día después de Navidad», El Suplemento Cultural, 26/12/2021.
(4) Intención criticada no solo por Dickens, sino también, entre otros, por Coleridge, que, en una conferencia de 1808, declaró que no fomentaba la bondad sino la santurronería.