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Utsuro Bune es el nombre de una misteriosa nave que, según la literatura del periodo Edo, llegó a las costas de la antigua provincia de Hitachi en el tercer año de la era Kyowa, 1803. La historia aparece por vez primera en 1815 en el libro de Komai Norimura Oushuku Zakki (Notas de la Posada del Ruiseñor): apenas ocupa una página de texto, con una ilustración, pero establece los hechos básicos que serán reiterados, con variantes, en las versiones posteriores. Las más famosas están recogidas en tres libros: la antología Toen shosetsu (Cuentos del Jardín de los Conejos), de 1825, compilada por el célebre Bakin, el anónimo Hyoryu kishu (Historias de náufragos), de 1835, y Ume no chiri (Polvo de ciruelas), escrita por Nagahashi Matajiro en 1844.
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¿Un ovni en el periodo Edo?
Aunque navega en vez de volar, el Utsuro Bune descrito y dibujado en documentos del periodo Edo recuerda a los clásicos «platillos voladores» de los ufólogos y escritores de ciencia ficción occidentales del siglo XX, si bien es bastante más antiguo, ya que la primera aparición de estos en la prensa mundial fue con el «Incidente Arnold», ocurrido el 24 de junio de 1947, cuando el piloto estadounidense Kenneth Arnold comunicó que había visto nueve objetos no identificados volando en cadena cerca de Mount Rainier, lo que fue considerado el primer avistamiento de ovnis en Estados Unidos. Desde entonces, los avistamientos se sucedieron en todo el planeta, con el «Caso Roswell» registrado apenas un mes después, en julio de 1947, cuando el granjero Mac Brazel encontró en su rancho de Nuevo México restos de un objeto desconocido que, según se supuso, se había estrellado allí.
La caja misteriosa
Según el relato anónimo del libro de 1835 Hyoryu kishu, una extraña nave llegó a las costas de Shakehama, en la provincia de Hitachi, trayendo a bordo a una joven de tez pálida, cabello y cejas de color rojo y labios de intenso carmesí, que llevaba una caja de madera que parecía muy importante para ella. Nunca se supo qué contenía esa caja, pues no dejó que nadie la tocara. La joven hablaba en un idioma que nadie pudo entender. El barco medía unos 3,3 metros de alto y 5,4 de ancho, parecía de palisandro lacado recubierto con hierro o bronce y tenía ventanas de vidrio. Su lado izquierdo estaba cubierto con caracteres desconocidos.
Según el libro de Nagahashi Matajiro Ume no Chiri (1844), en la primavera del tercer año de la era Kyowa (1803), llegó a la costa cerca de Haratonohama un extraño barco con forma de esfera, ventanas en la parte superior y la parte inferior recubierta de hierro. Medía unos 3,60 metros de alto y 5,40 de ancho. Adentro había una joven de aproximadamente 1,50 metros de estatura y piel blanca como la nieve. La belleza de su rostro enmudeció a todos. La suave tela de su vestido no se parecía a nada visto antes. Hablaba un idioma que nadie pudo entender. Llevaba consigo una pequeña caja, cuyo contenido se desconoce, pues no dejaba que nadie la tocara, y ni siquiera que se acercaran a ella.
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Las escalofriantes tertulias del Jardín de los Conejos
Nacido como Takizawa Okikuni, Kyokutei Bakin (1767 - 1848), o Bakin, a secas, es conocido principalmente por su monumental novela épica en 106 volúmenes Nanso satomi hakkenden (Crónicas de los ocho perros héroes del clan Satomi de Nanso, más conocida como Crónicas de los ocho perros). Escrita entre 1814 y 1842, esta novela –que en la década de 1990 dio origen a la serie de animé The Hakkenden– transcurre en los tumultuosos años del «Período de los Reinos Combatientes», la belicosa era Sengoku.
Descendiente de una familia de samurais y –ad panem lucrando– popular y muy prolífico autor de gesaku, Kyokutei era un bunkajin, un intelectual. Él organizó y animó las famosas reuniones del círculo de escritores Toenkai –las reuniones del «Jardín de los Conejos»: de ahí el nombre de la antología que nos ocupa–. En esos macabros encuentros mensuales, Bakin y otros eruditos del periodo Edo amantes de los misterios se contaban historias fantásticas de seres sobrenaturales y fantasmas, de yokai y yurei. El libro Toen Shosetsu de 1825 recoge las mejores narraciones que se escucharon en aquellas amenas y escalofriantes tertulias nocturnas, seleccionadas y editadas por Bakin. Una de ellas es la versión más detallada que tenemos de la leyenda del Utsuro Bune, considerada un michi tono sogu, un relato hecho por testigos presenciales.
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La historia del triste fin de la joven forastera
Según el relato recogido en la antología Toen Shosetsu, en el mes de febrero del tercer año de la era Kyowa (1803), el Año del Buey, una especie de bote fue visto desde la costa de Tsuruhama. Los pescadores remaron hasta alcanzarlo y lo remolcaron a la playa. Medía unos 3,30 metros de alto y 5,45 de ancho. Era circular, con la mitad superior lacada en rojo y ventanas de vidrio, y estaba sellado herméticamente con algo parecido a resina de pino. Tenía el fondo recubierto con placas de bronce o hierro. Grande fue la sorpresa de los pescadores cuando la parte superior se abrió con algún mecanismo o pestillo oculto y apareció ante sus ojos una joven pálida de cabello y cejas de vivo color rojo, vestida con un elegante traje de un material extraño, que hablaba en un idioma ignoto. Media alrededor de 1,5 metros de altura y llevaba una cajita que no soltaba nunca y a la que no dejaba que nadie se acercara. Al revisar la nave por dentro, la encontraron decorada con una escritura desconocida. Los aldeanos discutieron en el pueblo qué hacer con la muchacha. Un anciano dijo que quizá fuera la princesa de un lejano reino. Que quizá se enamoró de un plebeyo y fue su amante. Que quizá, como castigo, su padre, el rey, lo mandó decapitar y guardó su cabeza en esa caja. Que quizá, incapaz de matar a su hija, el rey ordenó que la princesa fuera abandonada a su suerte, en su extraña nave, en medio del océano, dejando su destino en manos de los dioses. Finalmente, se decidió devolver a la forastera, en su nave, al mar donde se la había encontrado, y así abandonaron a la joven nuevamente a la deriva.