Otra visión del 15º Festival Mundial del Arpa

De aprender a oír mejor, y a oír cosas que antes no oíamos, habla el escritor y publicista Daniel Nasta en el siguiente artículo sobre la decimoquinta edición del Festival Mundial del Arpa, que acaba de celebrarse este mes.

Pedro Martínez y Sixto Corbalán en el 15 Festival Mundial del Arpa, Asunción, octubre de 2022.
Pedro Martínez y Sixto Corbalán en el 15 Festival Mundial del Arpa, Asunción, octubre de 2022.Gentileza

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«It was many years ago today…», como dice la canción, que Faisal Hammoud, de Monalisa, pidió a la agencia publicitaria Nasta que organizara el 1er Festival Rochas del Arpa, que se repitió varios años, en un momento en el cual el arpa paraguaya no tenía el reconocimiento y la notoriedad que fue adquiriendo con el pasar del tiempo, pese a la cantidad de buenos músicos y compositores del instrumento que ya existían.

Por eso, participar de la última edición fue una emoción muy grande, ya que fue asignar una nueva dimensión a lo que contribuimos a proyectar, con más ansias que certezas, en la década del 80.

Lamentablemente, solo pude asistir a la sesión del viernes 8 de octubre y no a los dos días adicionales. Pero para mí fue una experiencia que me ha llevado a reflexionar intensamente sobre el estado actual de la música paraguaya, luego de escuchar a los diversos grupos nacionales que actuaron: Trioité, Pedro Martínez y Sixto Corbalán, Juanjo Corbalán y su grupo; cada uno con una creatividad propia, extremadamente original, y con un sonido contemporáneo sorprendente, ya que escuchar el arpa adquirió ribetes propios particularmente interesantes (1).

El ansia modernista al unir expresiones populares a experimentaciones de vanguardia fue una manifestación en las propuestas musicales, que no solamente cargaron ese legado cultural que dice «de aquí venimos», sino que también presentaron perspectivas futuras hacia las que podemos encaminarnos, musicalmente hablando.

Y de una estructura de acordes simples, los fraseados pasaron a equilibrarse y a manifestarse sobre armonías en quintas, sextas, novenas, totalmente destituidas de peso y contribuyendo a la manifestación musical.

Dicen los que saben que Wagner, en Tristán e Isolda, llegó al límite de la exploración cromática y, a partir de entonces, las fronteras de las tonalidades fueron desapareciendo; que creo es una manera de pensar en analizar la experiencia musical que me tocó vivir el sábado.

Julio Cortázar decía que quería escribir como se improvisa música en el jazz. Sartre dijo que el significado de una melodía es la propia melodía, diferente de las ideas, que pueden ser traducidas de diversas maneras, ya que la música no traduce cosa alguna, sino que encarna o incorpora algo.

En un libro reciente, pude leer sobre el músico saxofonista John Coltrane, que en 1957 actuó con Thelonious Monk, genio del piano y el jazz, y se manifestaba de la siguiente manera: «muchas veces él tocaba un esquema de acordes alterados diferentes a los míos, siendo que ninguno de los dos tenía que ver con la música que estábamos tocando. Salíamos uno para cada lado y cuando nos encontrábamos en un punto determinado, Monk salvaba la situación; varias personas nos preguntaban cómo es que conseguíamos entendernos, pero en realidad seleccionábamos un esquema armónico básico y después cada uno hacia lo que quería».

Para Coltrane, podríamos decir que la música, como el amor y la religión, es una experiencia mística, es elevación.

La música es un reflejo del universo, como una miniatura de la vida. El músico, y de ahí su arte y su genialidad, aprehende una situación de su vida o una emoción que conoce y la transforma en música.

Como decía Camoens, poeta lusitano, «la creación es un no sé qué, que nace no sé dónde y que viene no sé de dónde».

Manuel Bandeira, poeta brasileño, dice: «tempranamente comprendí que el buen fraseado no es el fraseado redondo, es aquel en que cada palabra o sonido está en su lugar exacto y cada palabra (en los casos de melodías con letras musicales) tiene una función precisa, cuyos fonemas hacen vibrar cada parcela con sus resonancias anteriores y posteriores».

Pienso que el pensamiento de un compositor popular se articula de otra manera: va más allá de la apariencia lógica, apunta su fractura, desprecia la razón y crea nuevas verdades con tonos musicales; por eso estamos ante nuevos grandes artistas que, gracias a Dios, están creciendo en número; podríamos hasta decir que pueden ser raros, pero la realidad es que nos permiten descorrer la cortina de nuevos mundos musicales posibles, y de los imposibles también.

Conozco a muchos otros músicos paraguayos en vigencia que con otros instrumentos están experimentando la polirritmia, el atonalismo y el dodecafonismo, pidiendo permiso en la música paraguaya contemporánea, y acaban ingresando en nuestra música popular, escandalizando oídos tradicionales y desestabilizando sentidos acostumbrados al transcurrir más tranquilo de la música convencional.

Por eso, estas nuevas melodías que el arpa paraguaya nos presenta en un contexto más moderno suponen una manera diferente de percibir algo más abstracto, pero uno debe aprender a oír mejor, a oír cosas que antes no oía, y, fundamentalmente, a oír con oídos más libres.

Felicitaciones señores músicos: qué privilegio escucharlos.

Notas

(1) Fuera de cualquier comentario están las actuaciones del colombiano Edmar Castañeda (arpa) y el brasileño Hamilton de Holanda (bandolín), dos monstruos en sus respectivos instrumentos, con un poderoso sonido personal cada uno de ellos, y, juntos, una sorpresa permanente en cada tema y con cada acorde; así como el muy buen arpista Martín Portillo, quien también estuvo presente, con versiones más tradicionales.

Daniel Nasta - josedaniel.nasta@texo.com.py

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