Sentado en la neblina del mar: Ybycuí, Roy Campbell y la isla de Tristan da Cunha (1973)

¿Qué tienen en común un poema de un escritor sudafricano sobre una isla perdida en medio del Atlántico y un joven sentado en un banco de la plaza de Ybycuí, Paraguay?

Sentado en la neblina del mar: Ybycuí, Roy Campbell y la isla de Tristan da Cunha (1973).
Augustus Earle: "Soledad. Tristan da Cunha, en el Atlántico Sur" (1824).Gentileza

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¿Alguna vez les ha pasado, queridos lectores, que, después de pasar un tiempo lejos de casa, en algún lugar extraño, no anhelan tanto su hogar como algún lugar diferente de ambos? Quizás, como si el exilio (o la residencia en el extranjero) y el hogar lejano fueran, respectivamente, una tesis y una antítesis, buscamos algún tipo de plenitud o síntesis. Te sientes mal y no sabes muy bien por qué.

Tuve esa sensación en 1973, cuando, durante un corto descanso (de una semana) del trabajo, me senté a solas en un banco al borde de una plaza vacía cerca de la iglesia de Ybycuí y, hojeando un libro de bolsillo barato titulado A Book of Modern Verse, encontré, por mero accidente, un poema del escritor sudafricano Roy Campbell. Se titulaba «Tristan da Cunha», y antes de terminar la primera estrofa percibí que me estaba llenando la nariz no con el olor a tierra del campo paraguayo, sino con el aire salado del mar abierto.

¡Oh, cómo quería tener el mar frente a mí! Mirar el mar en esas circunstancias sería mirar fijamente una eternidad líquida.

Tristan da Cunha es una pequeña isla del Atlántico Sur equidistante de África y Argentina. Está tan lejos de la tierra que casi nadie la visita. Campbell la vio en 1924 desde el barco mercantil en el que viajaba, cuando este pasó cerca. Sabía que nunca volvería a verla, y ese hecho, junto con la improbabilidad física de la isla, lo inspiró a pensar en ella como un símbolo personal, que encarnaba plenamente el alejamiento que sintió por sus asociaciones con otros seres humanos. El poema ofrece una analogía entre el escritor, alienado de una sociedad moderna que pronto dejaría, y la isla con su centro azotado por el viento y sus acantilados junto al mar gris.

Y cuarenta y nueve años después algo de ese sentimiento de alienación me golpeó al leer su poema sentado en la plaza. Fue una comprensión fría, llena de sal marina y olor a sargazos; pero dejemos que Campbell hable por sí mismo:

Snore in the foam; the night is vast and blind;

The blanket of the mist about your shoulders.

Sleep you old sleep of rock, snore in the wind,

Snore in the spray! the storm you slumber lulls,

His wings are folded on your nest of boulders

As on their eggs the grey wings of your gulls.

Why should you haunt me thus but that I know

My surly heart is in your own displayed,

Round whom such leagues in endless circuit flow,

Whose hours in such a gloomy compass run----

A dial with its league-long arm of shade

Slowly revolving to the moon and sun.

My pride has sunk, like your grey fissured crags,

By its own strength o’ertoppled and betrayed:

I, too, have burned the wind with fiery flags

Who now am but a roost for empty words,

An island of the sea whose only trade

Is in the voyages of its wandering birds...

[Ronquido de la espuma; vasta y ciega es la noche,

el manto de la bruma sobre tus hombros,

duerme tu viejo sueño de roca, ronquido al viento,

¡ronquido en la espuma! La tormenta arrulla tu sueño,

sus alas van plegadas sobre tu nido de guijarros

al igual que sobre sus huevos las grises alas de tus gaviotas.

¡Sí!, tenías que rondarme de este modo, pues yo bien sé que

mi arisco corazón en el tuyo se manifiesta,

alrededor del que tales leguas en un sin fin de circuitos fluyen,

y cuyas horas en tan triste brújula corren,

una esfera con su brazo de kilométrica sombra

lentamente revolviendo la luna y el sol.

Mi orgullo se ha hundido, como tus grises y agrietados riscos,

por su propio peso abatido y entregado:

yo, también, he abrasado el viento con apasionadas banderas

y ahora sólo soy un gallinero para palabras huecas,

una isla del mar cuyo único oficio

reside en los viajes de sus pájaros errantes.]

Como descubrí posteriormente, Roy Campbell era un hombre irascible, quizá cuestionable. Pero entonces, sentado en el banco en Paraguay, le tenía mucha simpatía. Sus palabras parecen resumir la extraña sensación de no estar en el lugar correcto en ese momento. Aspiré aire una vez más, y esta vez olía al campo paraguayo, y me sentí un poco avergonzado. Se me ocurrió que era descortés de mi parte sentirme mal. Ybycuí tenía mucho que ofrecer. Su gente se había portado bien conmigo y estaba aprendiendo cosas nuevas e interesantes todos los días. Entonces, ¿por qué me sentía alienado? ¿Quizás porque todos los chicos de 18 años se sienten alienados por naturaleza? Sí, sí, podría ser eso.

Por supuesto, Campbell tenía en mente una declaración más completa sobre el aislamiento espiritual que se cuela en nuestras vidas. Parece afirmar que la tristeza que habita en la médula de cada persona es esencial en su existencia y, como la muerte, inevitable. Pero, y aquí me refiero a la fuerte fe religiosa de Campbell, uno puede superar todos los malos sentimientos entre las personas si no se rinde a ellos. Si podemos enfocarnos en alguna forma de dejar de lado nuestra soledad y alienación (y darnos cuenta de la belleza de la vida), aún podemos avanzar, incluso en lugares como Estados Unidos y Paraguay. Todos estos pensamientos pasaron por mi pobre mente mientras estaba sentado en Ybycuí. Y, curiosamente, me ayudaron a sonreír. Creo que la belleza de la poesía de Campbell, más que su mensaje tristemente profundo, fue lo que me afectó. Y, como digo, el agua fría del mar rompiendo contra las rocas volcánicas de la isla también rompía contra mi cara. Después de todo, había encontrado el mar.

Y ahí encontré la síntesis que había estado buscando en ese momento. No hay nada como el agua fría para hacer esto posible.

Así llegué a reunir Paraguay, Estados Unidos y esa isla lejana en un todo muy personal. Y antes de dejar la plaza de Ybycuí saqué, de una bolsa que llevaba, un cuadernito azul. En la primera página escribí: «Cosas que me hacen pensar en Paraguay», y en las siguientes copié varias estrofas de «Tristan de Cunha». Copiaba un poema de un escritor sudafricano sobre una isla perdida del Atlántico para guardar el cuaderno de modo que en el futuro, algún día, pudiera usarlo para recordarme sentado en la plaza de Ybycuí. Nunca más escribí en él, pero me lo llevé a casa en California. Supuse que eso sería el final. O, como escribió Campbell en la última estrofa del poema:

We shall not meet again; over the wave

Our ways divide, and yours is straight and endless,

But mine is short and crooked to the grave:

Yet what of these dark crowds amid whose flow

I battled like a rock, aloof and friendless,

Are not their generations vague and endless

The waves, the strides, the feet on which I go?

[No nos veremos de nuevo; sobre la ola

nuestros caminos se dividen, y el tuyo es recto y sin fin,

mas el mío es corto y desviado hacia la tumba:

¿sin embargo cuáles de estos oscuros gentíos entre cuya corriente

yo lucho como una roca, distante y sin amigos,

no son sus generaciones borrosas e interminables

las olas, las zancadas, los pies con que yo marcho?]

A pesar de lo que escribió Campbell, él y yo y la isla nos volvimos a encontrar, porque aquí, en el fondo de mi baúl, estaba ese cuadernito azul. Lo encontré de nuevo la semana pasada.

Nota

Las versiones en castellano de las estrofas del poema de Roy Campbell «Tristan da Cuhna» incluidas en este artículo están citadas del libro: Roy Campbell: poemas escogidos. Edición bilingüe. Estudio preliminar, traducción y notas: Jesús Isaías Gómez López. Ediciones de la Universidad de Almería, 2010, 363 pp.

Thomas Whigham - Profesor emérito, Universidad de Georgia

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