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El 14 de febrero de 1989 una fatua del ayatolá Jomeini, entonces líder supremo de Irán, condenó a muerte al novelista Salman Rushdie por haber escrito Los versos satánicos.
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Meses después, en mayo, el escritor John Le Carré dijo en una entrevista que esa condena contra Rushdie era «escandalosa», pero añadió: «No creo que nos sea dado a ninguno de nosotros ofender impunemente a las grandes religiones» (1).
Años más tarde, en 1997, Rushdie demostró que su rencor por ese comentario seguía fresco.
El siguiente es un poco amistoso intercambio de cartas, vulgo feroz moquete, entre los escritores Salman Rushdie, John Le Carré y Christopher Hitchens, quien se sumó a las diatribas de Rushdie contra Le Carré. Las cartas, aquí traducidas por este servidor, aparecieron en noviembre de 1997 en el diario británico The Guardian.
Rushdie envió la primera. El 15 de noviembre, The Guardian había publicado un discurso de Le Carré, que lamentaba haber sido injustamente tildado de antisemita en The New York Times Book Review. Rushdie lo acusó de deplorar esa intolerancia y no haberse solidarizado en su momento con él:
«18 de noviembre de 1997
John le Carré se queja de haber sido tildado de antisemita en una caza de brujas políticamente correcta y se declara inocente del cargo. Sería más fácil simpatizar con él si no hubiera estado tan dispuesto a unirse a una campaña anterior de difamación contra un colega escritor.
En 1989, en los peores días del ataque islámico a Los versos satánicos, Le Carré escribió un artículo (si mal no recuerdo, también publicado en The Guardian) donde, vehemente y bastante pomposamente, se unió a mis atacantes.
Sería amable de su parte reconocer que comprende un poco mejor la naturaleza de la Policía del Pensamiento ahora que, al menos en su opinión, es él quien está en la línea de fuego.
Salman Rushdie».
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Le Carré respondió al día siguiente:
«19 de noviembre de 1997
El uso que hace Rushdie de la verdad sigue siendo tan egoísta como siempre. Nunca me uní a sus agresores. Tampoco tomé la salida fácil de proclamarlo inocente sin tacha. Mi postura era que no hay en la vida o la naturaleza ninguna ley por la cual las grandes religiones puedan ser insultadas impunemente.
Escribí que no existe un criterio absoluto de libertad de expresión en ninguna sociedad. Escribí que la tolerancia no llega simultáneamente ni de la misma forma a todas las religiones y culturas y que también la sociedad cristiana, hasta hace muy poco tiempo, ponía el límite de la libertad en lo sagrado. Escribí, y volvería a escribir, que, si de explotar la obra de Rushdie en formato libro de bolsillo se trata, me preocupa más la chica de Penguin Books cuyas manos podrían volar al abrir el correo que las regalías de Rushdie. Cualquiera que hubiera querido leer por entonces el libro tenía amplio acceso a él.
Mi propósito no era justificar la persecución de Rushdie, que, como cualquier persona decente, deploro, sino sonar menos arrogante, menos colonialista y menos santurrón que lo que estábamos escuchando desde la seguridad del campo de sus admiradores.
John Le Carré».
Rushdie replicó que Le Carré seguía la «línea filistea y reduccionista» del extremismo islámico y que era un «asno pomposo»:
«20 de noviembre de 1997
Agradezco a John Le Carré por refrescar nuestros recuerdos de hasta qué punto sabe ser un asno pomposo. Afirma que no se sumó al ataque contra mí, pero también que “no hay en la vida o la naturaleza ninguna ley por la cual las grandes religiones puedan ser insultadas impunemente”.
Un rápido examen de tan elevada expresión revela que 1) sigue la línea filistea, reduccionista y extremista islámica según la cual Los versos satánicos es solo un “insulto”, y 2) sugiere que quien disguste al filisteo, reduccionista y extremista pueblo islámico pierde el derecho a vivir en seguridad.
Entonces, si John Le Carré molesta a los judíos, puede llenar una página de The Guardian con su confusa grandilocuencia, pero si me acusan de delitos de pensamiento, John Le Carré exigirá que se elimine mi edición de bolsillo. Dice que le interesa más salvaguardar a los trabajadores de la editorial que mis regalías. Pero son precisamente estas personas, los editores de mi novela en una treintena de países, junto con el personal de las librerías, quienes más apasionadamente han apoyado y defendido mi derecho a publicar. Es innoble que Le Carré los utilice como argumento para la censura cuando han defendido con tanta valentía la libertad.
John Le Carré tiene razón al decir que la libertad de expresión no es absoluta. Tenemos las libertades por las que luchamos y perdemos las que no defendemos. Siempre creí que George Smiley lo sabía. Su creador parece haberlo olvidado.
Salman Rushdie».
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En ese momento entró Hitchens a unir fuerzas con Rushdie contra Le Carré poniéndole a este, en escatológica caricatura, un bacín por sombrero:
«20 de noviembre de 1997
La conducta de John le Carré en estas páginas es la de un hombre que hace sus necesidades en su sombrero y corre a ponerse el rebosante chapeau en la cabeza. Solía ser evasivo y eufemístico sobre el llamado abierto a asesinar a cambio de recompensa porque los ayatolás también tenían sentimientos. Ahora dice que su mayor preocupación era la seguridad de las chicas del correo. De paso, opone arbitrariamente esa seguridad a las regalías de Rushdie.
¿No habría, pues, objetado que Los versos satánicos se hubieran escrito, publicado y distribuido gratis? Eso quizá satisfaría a quienes parecen creer que la defensa de la libertad de expresión debe ser gratuita y sin riesgos.
Resulta que ninguna chica del correo ha sido herida en ocho años de desafío a la fatua. Y cuando las asustadizas librerías estadounidenses retiraron brevemente Los versos satánicos por dudosos motivos de “seguridad”, fueron sus empleados desde sus sindicatos los que protestaron y se ofrecieron como voluntarios para defender junto a las vitrinas el derecho del lector a comprar y leer cualquier libro. Para Le Carré, su valiente decisión fue tomada en “seguridad” y además fue una blasfemia contra una gran religión. ¿No podría habérsenos ahorrado esta revelación del contenido de su sombrero, quiero decir cabeza?
Christopher Hitchens».
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Le Carré respondió:
«21 de noviembre de 1997
Quienes lean las cartas de ayer de Salman Rushdie y Christopher Hitchens se preguntarán en qué manos ha caído la gran causa de la libertad de expresión. Ya desde el trono de Rushdie, ya desde la cloaca de Hitchens, el mensaje es el mismo: “Nuestra causa es absoluta, no admite disenso ni reservas y quien la cuestione es, por definición, un ser ignorante, pomposo y semianalfabeto”.
Rushdie se burla de mi lenguaje y desprecia un discurso meditado y bien recibido que pronuncié ante la Asociación Anglo-Israelí y que The Guardian tuvo a bien reproducir. Hitchens me pinta como un bufón que se derrama en la cabeza su propia orina. Dos ayatolás rabiosos no harían un mejor trabajo. ¿Pero durará esa amistad? Me sorprende que Hitchens haya soportado tanto tiempo la autocanonización de Rushdie. Rushdie, por lo que puedo entender, no niega el hecho de que insultó a una gran religión. En vez de eso, me acusa (nótese su, para variar, absurdo lenguaje) de seguir la filistea, reduccionista y extremista línea islámica. No sabía que yo fuera tan inteligente.
Lo que sí sé es que Rushdie desafió a un enemigo conocido y luego, interpretando su papel, gritó “falta”. El dolor que ha tenido que sufrir es terrible, pero no lo convierte en mártir ni, por mucho que le guste la idea, elimina toda discusión sobre las ambigüedades de su participación en su propia caída.
John Le Carré».
La carta de Rushdie al otro día fue esta:
«22 de noviembre de 1997
Si quiere ganar discusiones, John Le Carré debería comenzar por aprender a leer. Es cierto que lo llamé asno pomposo, lo cual me pareció bastante moderado dadas las circunstancias. “Ignorante” y “semianalfabeto” son gorros de tonto que se ha puesto hábilmente en la cabeza. No soñaría con retirárselos. La costumbre de Le Carré de hacerse buenas críticas (“mi meditado y bien recibido discurso”) se debe sin duda a que, bueno, alguien tiene que escribirlas. Me acusa de no hacer lo mismo por mí. “Rushdie”, dice el tonto, “no niega que insultó a una gran religión mundial”. No pienso repetir aquí mis muchas explicaciones de Los versos satánicos, una novela de la que sigo estando extremadamente orgulloso. Una novela, Mr. Le Carré, no una mofa. Sabes lo que es una novela, ¿verdad, John?
Salman Rushdie».
Le Carré, al parecer menos amigo de insultar que su célebre colega, declinó responder a eso, y con su silencio puso fin a la guerra de titanes en el ring de The Guardian.
Notas
(1) «Russians Warm to le Carré», The New York Times, 22 de mayo de 1989.