Heym en Alexanderplatz: tareas pendientes y silencios cómplices

Incómodo para todos, el escritor socialista alemán Stefan Heym (1913-2001) posiblemente fue una de las personalidades más polémicas del siglo XX. Pero de sus palabras en aquella inmensa manifestación popular del 4 de noviembre de 1989 en la Plaza Alexander de Berlín –escribe en este artículo el profesor Manuel Pérez–, cuánto podemos seguir aprendiendo hoy.

Stefan Heym en la Plaza Alexander de Berlín, 4 de noviembre de 1989 (Foto: Hubert Link / Archivo Federal de Alemania).
Stefan Heym en la Plaza Alexander de Berlín, 4 de noviembre de 1989 (Foto: Hubert Link / Archivo Federal de Alemania).gentileza

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Han pasado más de tres décadas desde la llamada reunificación alemana. La agitación política en Alemania estuvo acompañada en ese entonces por una aguda crisis económica del capitalismo mundial, visible desde comienzos de la década de 1980, crisis que repercutió con particular énfasis en las economías periféricas, como lo eran, claramente, los «satélites» soviéticos de Europa Oriental.

Aun la propia URSS devendría emblema de la desorganización y la irracionalidad burocrática, destinando hasta un 25% del presupuesto público a la industria bélica mientras buena parte de su clase trabajadora tenía que recurrir al mercado negro para acceder a bienes de consumo popular.

¿Acaso alguien en la actualidad creería posible ver a gobiernos encabezados por jerarcas de los Partidos Comunistas (caso Hungría, Rumania y Polonia) solicitando asistencia técnica y financiera al FMI y los países miembros de la OCDE para salvar deudas públicas acumuladas?

Y, sin embargo, así fue.

Los estallidos sociales y las rebeliones obreras y populares que signaron las crisis de los regímenes burocratizados de Europa a fines de los años 80 todavía no han sido adecuadamente estudiados. Sus dilemas, contradicciones y genuinas demandas siguen ahí, frente a nosotros, sin que hasta el momento les hayamos podido otorgar la atención debida.

Las fugas hacia adelante de las tareas inconclusas muchas veces han llevado a la militancia honesta (y a otra no tanto) a abrazar un culturalismo de base filosófica idealista, de la mano de un posmodernismo cada vez más devaluado en sus aportes a los conflictos contemporáneos.

Esta izquierda desamparada, que se comporta como barrilete al viento de las modas políticas del momento, se contrapone a una nostalgia, atroz, por un estalinismo cada vez más fabulado, que sobredimensiona logros parciales y a veces inexistentes. De nuevo, los silencios (y a veces las celebraciones abiertas) ante los crímenes de Estado de los gobiernos de Putin o Maduro, terminan arrebatando las banderas de las libertades civiles de las manos de los trabajadores para entregárselas en remate al liberalismo macartista mas nauseabundo.

Pero volvamos a los hechos: en la inmensa manifestación popular del 4 de noviembre de 1989 en la Plaza Alexander de Berlín, entre aquel medio millón de asistentes, se encontraba el escritor socialista Stefan Heym.

Heym había sido una reconocida figura pública desde los años 40. Sus novelas podían abarcar todos los dramas de su tiempo, de la lucha antifascista más comprometida (Rehenes, Esa sonriente paz) a la contracara de las promesas de prosperidad indefinida del «sueño americano» (Huelga en Goldsborough), y aun rescatar las luchas obreras que sacudían la aparentemente unívoca normalidad estalinista de los países orientales (Cinco días en junio).

Incómodo para todos, Heym había dejado los Estados Unidos en medio de la reacción macartista y renunciado a sus medallas de guerra en protesta por la invasión norteamericana en Corea, solo para terminar siendo censurado, espiado y marginado en su país natal, en razón de sus críticas a las listas negras en el arte y a la represión de las demandas obreras.

En su enardecida intervención de aquel 4 de noviembre, abriría diciendo:

«Queridos amigos, conciudadanos, es como si de repente alguien hubiera abierto las ventanas después de todos los años de estancamiento, de estancamiento espiritual, económico, político, de los años de aburrimiento y aires viciados, de palabrería y arbitrariedad burocrática, de ceguera y sordera oficial. ¡Qué gran cambio!» (1).

Con seguridad, comparar el dominio de la Stasi con el del Deutsche Bank sería entrar en un juego donde siempre (pero siempre) las mayorías terminamos perdiendo. Los trabajadores latinoamericanos conocemos de sobra esas falsas bifurcaciones que siempre terminan en el mismo lugar.

Y sin embargo, con todo, cuánto todavía los socialistas, y los trabajadores en general, podemos seguir aprendiendo y recuperando al día de hoy de las saludables advertencias de Heym en Alexanderplatz.

Notas

(1) Disponible, doblado al inglés, en: https://footage-berlin.com/en/stefan-heym-speaks-on-alexanderplatz-berlin-november-04-1989/

lamoneda73@gmail.com

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