La Primavera de Praga: «¡Lenin, levántese. Brézhnev está loco!»

Aunque los creyentes en la propaganda soviética siguen repitiendo y actualizando hasta hoy el mismo relato que hace medio siglo acusó a las masas checoslovacas –como antes a las berlinesas y a las húngaras– de promover la restauración del capitalismo, un análisis riguroso de los hechos lo desmiente, como veremos en esta tercera entrega de “Revoluciones en el Este europeo”, serie concebida y realizada por el historiador marxista Ronald León Núñez.

Praga, 1968. Fotografía de Josef Koudelka.
Praga, 1968. Fotografía de Josef Koudelka.Gentileza

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En 1968, el epicentro de la revolución política antiburocrática en el Este europeo se había desplazado a Checoslovaquia, entonces bajo la tutela de la URSS. El anhelo popular de libertades democráticas y mejores condiciones de existencia, a pesar de su fuerza social, sería aplastado por los tanques soviéticos. El Kremlin, no obstante, pagaría un alto costo político.

Entre los países del glacis soviético, Checoslovaquia era uno de los más industrializados. Su PIB per cápita era 20% superior al de la propia URSS (1). Contaba con una clase obrera con larga tradición combativa. Durante la ocupación alemana, la resistencia local había eliminado a Reinhard Heydrich, uno de los arquitectos del genocidio nazi en Europa.

El Ejército Rojo ocupó el país tras la derrota del Tercer Reich. El Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCh) se adueñó del poder en 1948 y estableció un régimen de partido único, subordinado al de Moscú.

En la década de 1950, el estalinismo se consolidó por medio de purgas, prisiones, torturas, farsas judiciales, etc. (2). Un sofocante clima de terror se impuso en la sociedad. El férreo control que ejercía el PCCh iba mucho más allá de la política y la economía. La prensa, la literatura, la pintura, la música, la ciencia… nada escapaba a la censura del régimen.

El malestar social empeoró cuando, a inicios de la década de 1960, la economía entró en una recesión. Esto aceleraría la crisis política. La burocracia, por su parte, parecía inmune a los padecimientos del pueblo. Mientras las penurias y el régimen policiaco se hacían insoportables, el PCCh promulgó una nueva Constitución, dictada por Moscú, que declaraba cínicamente: «la construcción del socialismo ha sido llevada a término (…)».

En 1967, los cuestionamientos al estalinismo se intensificaron. La Unión de Escritores Checoslovacos impulsó un amplio movimiento, en un comienzo protagonizado por intelectuales y estudiantes, crítico de la política económica y opuesto a la censura. El Literární noviny, semanario comunista de escritores, publicó artículos que sugerían que la literatura debía ser independiente de la doctrina del partido. El régimen estableció que el control de la revista cupiera al Ministerio de Cultura. Pero los clamores por libertad de expresión, de prensa, de creación artística y pesquisa científica, no dejaron de crecer. Los estudiantes marchaban por una mejor educación y más libertades. Las protestas eran duramente reprimidas, pero la violencia policial solo atizaba el movimiento democrático. Pronto apareció la reivindicación de una federación justa entre checos y eslovacos, negada por los soviéticos (3). Dos décadas de dictadura estalinista hicieron que la subordinación del país a la URSS se volviera intolerable. Nótese que, como en Berlín, Polonia y Hungría, el problema nacional emergía con mucha fuerza en la preparación de la revolución política checoslovaca. La exigencia de libre organización sindical y partidaria, por otra parte, cuestionaba directamente el monopolio político del PCCh. El movimiento democrático impactó en la alta jerarquía del partido gobernante. Agravó la división entre quienes admitían la necesidad de ciertas reformas, en el sentido de hacer concesiones que pudieran disipar el descontento, y la llamada línea dura, que exigía redoblar la represión para sofocar la crisis antes de que se hiciera incontrolable. Así, surgen las primeras fisuras en el PCCh.

Dubcek, el «reformador» tolerado

La presión del movimiento llevó a la destitución de Antonín Novotný, secretario general del PCCh desde 1953, en enero de 1968. Le sucedió Alexander Dubcek, un dirigente del ala «reformista» de la burocracia. En un primer momento, este cambio fue aprobado por Leonid Brézhnev, el líder supremo de la URSS desde 1964.

El sector de Dubcek no pretendía ninguna revolución política. Por medio de concesiones secundarias, buscaba nuevas formas de interlocución con las masas hartas del totalitarismo ruso. El objetivo no era acabar con el dominio político del PCCh sino restaurar cierto grado de credibilidad popular en ese partido, reciclar la imagen del gobierno para disipar el descontento, no para impulsarlo hasta las últimas consecuencias. En pocas palabras, era una facción dispuesta a entregar los anillos para no perder los dedos. Dubcek proclamó esta política como «socialismo con rostro humano».

En febrero de 1968 declaró que la misión del partido era «construir una sociedad socialista avanzada sobre bases económicas sólidas... un socialismo que corresponda a las tradiciones democráticas históricas de Checoslovaquia, de acuerdo con la experiencia de otros partidos comunistas…» (4), aunque dejó claro que la nueva política estaba encaminada a «reforzar el papel dirigente del partido de forma más eficaz».

El 30 de marzo, Novotný perdió el cargo de presidente a manos del general Ludvík Svoboda, un respetado héroe de guerra alineado con los «reformistas». En abril, el PCCh aprobó el eslogan «socialismo con rostro humano». Así, el gobierno Dubcek-Svoboda anunció un Programa de Acción basado en moderadas reformas democráticas y económicas, pero que, en el contexto de la opresión que existía, fue recibido con mucha expectativa entre el pueblo.

La censura fue abolida el 4 de marzo. Aparecieron nuevos periódicos. Hubo un florecimiento de distintas expresiones artísticas. Ciertos debates sobre temas espinosos se hicieron públicos. La prensa detallaba los crímenes contra el país bajo el gobierno de Stalin, la opresión nacional, criticaba los privilegios de los hombres del régimen. El Programa de Acción contemplaba una controlada apertura política: voto secreto de los dirigentes, libertad de prensa, de reunión, de expresión, de desplazamiento, énfasis económico en la producción de bienes de consumo, además de admitir el comercio directo con las potencias occidentales y una transición de diez años hacia un régimen multipartidista. El nuevo gobierno avanzó hacia una federación de dos repúblicas, la República Socialista Checa y la República Socialista Eslovaca. De hecho, esta fue la única medida de Dubcek que sobrevivió a la invasión soviética.

El Programa de Acción, aunque tímido, escandalizó a los «conservadores» del PCCh. La sociedad, por su parte, presionaba por una aceleración de las reformas democráticas. Se ventilaban abusos y se revisaban antiguas purgas. Entre otras, la figura de Slánský fue completamente rehabilitada en mayo de 1968. La Unión de Escritores nombró una comisión, liderada por el poeta Jaroslav Seifert, dedicada a investigar la persecución de intelectuales desde 1948. No tardaron en aparecer publicaciones ajenas al partido, como el diario sindical Prace. Surgieron nuevos clubes políticos, culturales, artísticos. El ala dura, alarmada, exigió restablecer la censura. El ala de Dubcek insistía en una política moderada. Con todo, el nuevo gobierno nunca abandonó el papel del PCCh como dirección suprema de la sociedad. En mayo se anunció que el XIV Congreso del PCCh se reuniría el 9 de setiembre. El cónclave incorporaría el Programa de Acción en el estatuto partidario, redactaría una ley de federalización y elegiría un nuevo Comité Central.

Las reformas habían ido más allá de lo que Brézhnev podía tolerar. Moscú denunció el proceso como «un desarrollo hacia el capitalismo» y exigió explicaciones a Dubcek. Ya el 23 de marzo, en una reunión realizada en Dresde, los representantes de la URSS, Hungría, Polonia, Bulgaria y Alemania Oriental criticaron duramente a la delegación checoslovaca. Para los jerarcas del Pacto de Varsovia, cualquier alusión a una «democratización» ponía en tela de juicio el modelo soviético. Gomulka y János Kádár, dictadores en Polonia y Hungría, se mostraron particularmente preocupados con que la libertad de prensa en Checoslovaquia condujera a un proceso similar a la «contrarrevolución húngara».

Entre el 29 de julio y el 1 de agosto, hubo una nueva reunión. Brézhnev estuvo presente. En el otro lado de la mesa estuvieron Dubcek y Svodoba. Los checoslovacos defendieron las reformas en curso, pero reafirmaron su lealtad a Moscú, su pertenencia al Pacto de Varsovia y a la Comecon (5). Se comprometieron a frenar posibles tendencias «antisocialistas», evitar el resurgimiento del Partido Socialdemócrata checoslovaco y aumentar el control de la prensa. Brézhnev, a regañadientes, aceptó un acuerdo. Moscú prometió retirar sus tropas de Checoslovaquia, aunque las mantuvo a lo largo de la frontera, y autorizar el Congreso del PCCh anunciado para setiembre.

Pero el clima seguía agitado. En marzo, los estudiantes, cansados de ser acusados de «restauradores del capitalismo», habían publicado una Carta Abierta a los Obreros. Denunciaron que la campaña de calumnias pretendía separarlos de la clase obrera. Enseguida se hicieron los primeros contactos entre estudiantes y obreros en las fábricas, planteando en la práctica la unidad obrero-estudiantil del movimiento antiburocrático.

A finales de junio, apareció el manifiesto Dos Mil Palabras, una «proclama a los obreros, a los campesinos, a los empleados, a los artistas, a los científicos, a los técnicos, a todos» (6), redactado por el renombrado periodista y escritor Ludvík Vaculík. Básicamente, presionaba a Dubcek para que acelerase el proceso de reformas que había prometido. El Manifiesto era una crítica severa a la degeneración burocrática del partido y el régimen. Fue firmado por más de cien mil personas. En el exterior, el movimiento obrero-estudiantil del célebre Mayo Francés apoyó sin reservas el proceso de apertura checoslovaco.

El texto de Vaculík, por supuesto, tenía limitaciones. No proponía derrocar al PCCh sino reformarlo. En esencia, debía mantenerse la esperanza en la posibilidad de una regeneración interna del partido y, en consecuencia, del régimen. En ese sentido, terminaba expresando apoyo político al gobierno y al ala de Dubcek en la disputa fraccional dentro del partido.

Así y todo, la proclama enfureció a Brézhnev en Moscú. Tachó el documento de «acto contrarrevolucionario». En Checoslovaquia, Dubcek, el Presidium del partido y el gabinete también denunciaron las Dos Mil Palabras, mostrando en el acto los límites de sus intenciones reformadoras.

En medio de ese clima de inestabilidad, el Kremlin retiró su apoyo a Dubcek. El 3 de agosto, Brézhnev, Ulbricht (RDA) y Gomulka se reunieron en Bratislava y sentenciaron que el Programa de Acción era una «plataforma política y organizacional de la contrarrevolución», dejando abierta la posibilidad de una invasión militar.

La «soberanía limitada»

Finalmente, el Politburó del PCUS decide usar la fuerza el 16 de agosto. La noche del 20 al 21 de agosto, una fuerza combinada de cuatro países del Pacto de Varsovia –la Unión Soviética, Bulgaria, Polonia y Hungría– invadió Checoslovaquia (7). En pocas horas, más de 250.000 soldados y 2.000 tanques ocuparon la capital.

Dubcek abogó por la pasividad, pero miles salieron a las calles a protestar. Algunos intentaban dialogar con los tanquistas rusos. Un contingente de tropas polacas entró y salió del país porque la gente había cambiado hábilmente la señalización de las carreteras.

Los checoslovacos pintaban los tanques soviéticos con la esvástica, aludiendo a la invasión nazi de 1938. El 26 de agosto, la resistencia publicó el decálogo de la no-cooperación con el invasor: «no sé, no conozco, no diré, no tengo, no sé hacer, no daré, no puedo, no iré, no enseñaré, no haré».

En los muros aparecían pintadas como «El Circo Soviético está de nuevo en Praga», o «¡Lenin, levántese, Brézhnev está loco!».

Pero, a pesar de la resistencia, la ciudad fue tomada. El Congreso del partido se celebró en la clandestinidad, en una fábrica de las afueras de la capital, custodiado por milicias obreras. Más de 1.100 delegados repudiaron la ocupación soviética.

Durante el primer día de la invasión, Dubcek, Svoboda y otros miembros del gabinete fueron detenidos y llevados a Moscú. Bajo fuerte presión, capitularon uno tras otro. El 26 de agosto, firmaron el Protocolo de Moscú, que justificaba la intervención armada, restablecía la censura, denunciaba el XIV Congreso del PCCh y sus resoluciones, reafirmaba lealtad al Pacto de Varsovia, entre otros puntos. La Primavera de Praga había terminado bajo las orugas de los tanques rusos.

Hubo valientes manifestaciones contra la invasión en algunos países del Pacto de Varsovia. En la Plaza Roja de Moscú, ocho manifestantes protestaron el 25 de agosto. Fueron arrestados y enviados al gulag. Una de ellas, Natalia Gorbanevskaya, fue sentenciada a reclusión forzosa en una clínica psiquiátrica especializada en recibir a los opositores más peligrosos. En Varsovia, Ryszard Siwiec se quemó a lo bonzo el 8 de septiembre para protestar contra la agresión a Checoslovaquia. El 16 de enero de 1969, Jan Palach, estudiante checo de veinte años, se prendió fuego en Praga por la misma razón. El 25 de febrero, el estudiante Jan Zajíc, de 18 años, se inmoló en la misma ciudad. En la RDA, protestas aisladas fueron rápidamente silenciadas por la Stasi.

El 7 de noviembre de 1968, una multitud desafió a las tropas de ocupación y quemó la bandera soviética en Praga. El 17 de ese mismo mes, una huelga estudiantil tomó la Universidad de Praga. El 21 de agosto de 1969, primer aniversario de la invasión soviética, una serie de manifestaciones en distintas ciudades checoslovacas desafió la prohibición estatal. Al menos cinco jóvenes fueron asesinados durante la represión. Eran los últimos pataleos de la moribunda Primavera de Praga.

La «normalización»

Moscú mantuvo a Dubcek en su puesto unos meses, aunque ya era un cadáver político. En abril de 1969, perdió el cargo de secretario general a manos de Gustáv Husák, un apparátchik que gobernaría el país hasta 1989. Luego de unos meses como embajador en Turquía, Dubcek terminó como funcionario de un parque forestal.

Había comenzado el período de «normalización», que revirtió todas las reformas democráticas de 1968. Las cárceles se llenaron. Entre 1969 y 1971, más de 500.000 miembros fueron expulsados del PCCh. El terror estalinista se restableció completamente.

Brézhnev justificó la invasión de Checoslovaquia enunciando el concepto de la «soberanía limitada»: «Cuando hay fuerzas que son hostiles al socialismo y tratan de cambiar el desarrollo de algún país socialista hacia el capitalismo, se convierten no solo en un problema del país concerniente, sino un problema común que concierne a todos los países comunistas». Nacía la doctrina Brézhnev (8), que en realidad sintetizaba la actitud que la URSS había adoptado hacia las revoluciones políticas en su área de influencia.

La propaganda soviética acusó a las masas checoslovacas –como antes a las berlinesas y húngaras– de promover la «restauración del capitalismo». Fidel Castro, de modo vergonzoso, se alineó con Moscú y apoyó la invasión: «Lo esencial que se acepta o no se acepta, es si el campo socialista podía permitir o no el desarrollo de una situación política que condujera hacia el desgajamiento de un país socialista y su caída en brazos del imperialismo. Y nuestro punto de vista es que no es permisible y que el campo socialista tiene derecho a impedirlo de una forma u otra» (9).

Los nostálgicos del estalinismo, más de medio siglo después, repiten el mismo relato. Pero un análisis riguroso de los hechos no autoriza esta conclusión. El pueblo checoslovaco no luchó por una restauración burguesa. En ningún momento, utilizando una formulación de Trotsky, se planteó «cambiar las bases económicas de la sociedad». Ni en Checoslovaquia ni en ninguno de los países donde comenzaron procesos de revolución política antiburocrática. Las masas, en un contexto de represión inclemente, lucharon a su manera por regenerar los partidos comunistas y los Estados obreros. El pueblo aspiraba a una democracia obrera.

El aplastamiento de la revolución política en Praga fue, como en los casos anteriores que hemos expuesto en esta serie (10), un éxito militar con un costo político enorme. La invasión agudizó la crisis en muchos partidos comunistas europeos, especialmente en Italia, Francia y España, que terminarían distanciándose de Moscú para impulsar el llamado eurocomunismo, una tendencia claramente socialdemócrata. La brutalidad soviética volvía a manchar la imagen del socialismo ante el mundo. Las escenas de los tanques soviéticos reprimiendo a civiles desarmados dieron una preciosa munición a la propaganda imperialista, lista para asociar el totalitarismo estalinista con el comunismo. Pero fue la burocracia termidoriana, no las masas checoslovacas, la que facilitó las cosas al movimiento anticomunista. Este es un elemento importante del balance histórico.

Como planteó el historiador Pierre Broué: «Ciertamente, la burguesía no puede menos que alegrarse cuando, para millones de hombres, la imagen del comunismo tiene el repulsivo rostro del estalinismo, de la dictadura burocrática, de la fuerza bruta y de la represión policíaca contra la juventud y los trabajadores» (11).

El invierno había llegado a Praga. Sin embargo, los vientos de libertad volverían a soplar en Europa Oriental. En 1980 estallaría en Polonia la revolución política antiburocrática con más peso obrero de la historia. Pero esto será objeto de una próxima entrega.

Notas

(1) Jan Talpe. Los Estados obreros del glacis. Discusión sobre el este europeo. São Paulo: Editora Lorca, 2019, p. 91.

(2) El más célebre de los juicios-farsa ocurrió en 1952. Slánský, secretario del PCCH, y el ministro de Asuntos Exteriores, Clementis, fueron condenados a la horca bajo la acusación de «trotskismo-titoísmo-sionismo». La única «prueba», como era habitual, fueron las confesiones forzadas de los imputados.

(3) Si bien la URSS oprimía y explotaba el país en su conjunto, Moscú demostraba una aversión particular hacia la comunidad eslovaca, tradicionalmente más hostil a la dominación rusa.

(4) Jaromir Navratíl. The Prague Spring, 1968. Central European University Press, 2006, pp. 52-54.

(5) Comecon, Consejo de Ayuda Mutua Económica. Fundada en 1949, fue una organización de cooperación económica entre la URSS y sus Estados satélites.

(6) Manifiesto Dos Mil Palabras, 27/06/1968: https://pasosalaizquierda.com/dos-mil-palabras-dirigidas-a-los-obreros-a-los-campesinos-a-los-empleados-a-los-cientificos-a-los-artistas-a-todos/, consultado el 30/05/2022.

(7) Rumania, Yugoslavia y Albania se negaron a participar en la invasión. El mando soviético no apeló a las tropas de la RDA para evitar revivir los recuerdos de la invasión nazi de 1938, aunque ello era inevitable.

(8) Brézhnev confirmó esta doctrina el 13 de noviembre de 1968 durante el 5to. Congreso del Partido Comunista Polaco.

(9) Ver: https://www.facebook.com/CiberCubaNoticias/videos/257351126301585, consultado el 31/05/2022.

(10) Ver la primera entrega de esta serie, «Berlín Oriental, 1953: “¡Nosotros somos los verdaderos comunistas, no tú!”», El Suplemento Cultural, 08/05/2022. Segunda entrega: «Hungría, 1956: tanques soviéticos en Budapest», El Suplemento Cultural, 22/05/2022.

(11) Ver: https://www.laizquierdadiario.com/La-primavera-de-los-pueblos-comienza-en-Praga, consultado el 30/05/2022.

rleon@alumni.usp.br

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