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Entre el 23 de octubre y el 10 de noviembre de 1956, una revolución obrera y popular sacudió el régimen burocrático estalinista en Hungría. Fue un proceso más amplio y profundo que la huelga general berlinesa, ocurrida tres años antes. Sin embargo, corrió la misma suerte. La revolución política húngara terminaría aplastada por el Ejército Rojo, no sin antes legar un ejemplo duradero de combatividad que inspiraría futuros procesos antiburocráticos en el este europeo.
Dos antecedentes importantes. En febrero de 1956 se reúne el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en el que Nikita Jrushchov denuncia los «crímenes de Stalin» –de modo hipócrita, puesto que él también fue partícipe– y anuncia reformas en el Estado y el partido. La maniobra de los sucesores de Stalin fue instalar la idea de que los defectos del régimen soviético se reducían al «culto a la personalidad» del antiguo líder supremo. El discurso secreto prometía una «desestalinización» de la sociedad soviética, una causa que sería utilizada como justificación de sucesivas purgas dentro de la propia burocracia, en crisis desde la muerte de Stalin. Esa retórica también respondía a las presiones de un descontento de masas que crecía en el área de influencia de la URSS.
En efecto, los cambios anunciados pronto se revelarían cosméticos. Ninguna facción de la burocracia pretendía democratizar el aparato estalinista. Hacerlo implicaría un suicidio social.
Sin embargo, el terremoto político que causó el XX Congreso del PCUS hizo que sectores de los partidos comunistas de Europa oriental, pero principalmente los pueblos de los países del glacis soviético, concibieran su resultado como el inicio de una apertura real.
Las masas de esos Estados percibieron, como mínimo, una brecha que podía ser aprovechada. Pero cuando se pusieron en movimiento para ensancharla, canalizando sus legítimas aspiraciones materiales y democráticas, la pretendida «desestalinización» expuso su falsedad. La respuesta de Moscú fue la misma que habría dado Stalin: calumnias, persecución, represión inmisericorde.
Poznan: «Exigimos pan y libertad»
La primera muestra de ello fue Poznán (Polonia), el segundo antecedente inmediato de la revolución húngara. Entre el 28 y el 30 de junio de 1956, más de cien mil obreros de la fábrica Cegielski entraron en huelga por mejores condiciones de trabajo y de vida. La protesta fue sofocada por la acción de más de 10.000 soldados y 400 tanques del Ejército polaco, comandado por oficiales rusos. El saldo fue de 57 muertos, cerca de 600 heridos y centenares de opositores presos.
Aunque la propaganda estalinista acusó a los manifestantes de «anticomunistas» o «agentes provocadores contrarrevolucionarios e imperialistas», lo cierto es que los huelguistas entonaban La Internacional mientras desfilaban con pancartas donde se leía «Exigimos pan y libertad». Luego de la represión en Poznán, consciente de que existía un despertar democrático y un movimiento hacia la autodeterminación nacional en curso, la dictadura del Partido Obrero Unificado Polaco (PZPR, en sus siglas en polaco) resolvió un aumento de 50% de los salarios, además de prometer cambios políticos.
Pero el descontento popular no había sido suprimido. En el caso polaco, a la muerte de Stalin debe sumarse la del entonces secretario general del partido, Boleslaw Bierut, conocido como el «Stalin de Polonia». La crisis del ala dura del estalinismo polaco se agudizó a tal punto que el propio aparato rehabilitó a un dirigente «moderado», Wladyslaw Gomulka, para que asumiera el gobierno. Moscú amenazó con invadir el país. Estalló una nueva ola de protestas populares. El propio Jrushchov fue hasta Polonia para impedir la ascensión de Gomulka. Pero este tenía el respaldo del ejército polaco y gozaba de credibilidad entre el pueblo. Luego de tensas negociaciones y de obtener la plena garantía de que Gomulka y los suyos no eran una amenaza seria al dominio ruso ni cuestionaban el Pacto de Varsovia, el Kremlin cedió ante los cambios. Gomulka ganó la pulseada apoyándose hábilmente en la bronca popular hacia Moscú. Los burócratas polacos obtuvieron mayor autonomía en los asuntos internos.
El 24 de octubre de 1956, ante una multitudinaria demostración en Varsovia, Gomulka pidió el fin de las manifestaciones y prometió una «nueva vía de socialismo», una suerte de «comunismo nacional polaco».
Moscú no invadió Polonia porque pudo controlar el descontento por medio de la burocracia local. Así, los rusos evitaron enfrentar simultáneamente a Polonia y a Hungría, y optaron por reprimir militarmente la revolución húngara, que había estallado el 23 de octubre. La revolución política en Polonia sería retomada en 1970-1971, como veremos en próximas entregas.
La revolución húngara
El proceso polaco fue seguido con atención en Hungría, donde también imperaba una terrible dictadura estalinista. La clase obrera no tenía ninguna participación en las decisiones políticas ni económicas, controladas por la cúpula del Partido de los Trabajadores Húngaros (MDP, en sus siglas en húngaro) (1) que, a su vez, era tutelado desde Moscú.
En este régimen de partido único, sin derecho para la clase trabajadora a formar partidos o sindicatos independientes de los oficiales, la policía política, llamada Autoridad de Protección del Estado (ÁVH, en sus siglas en húngaro) era poco menos que omnipotente.
La ausencia de libertades democráticas se combinaba con una odiosa opresión nacional, expresada, ante todo, en un terrible saqueo de la riqueza nacional en favor de la burocracia rusa. Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, los vencedores impusieron el pago de 300 millones de dólares en un plazo de seis años, en concepto de reparaciones de guerra para la URSS, Checoslovaquia y Yugoslavia (2). El Kremlin penalizaba al pueblo húngaro por la alianza que su burguesía había establecido con el nazismo. El Banco Nacional de Hungría estimó en 1946 que el costo de las reparaciones consumía entre 19 y 22% del ingreso anual nacional. Hacia 1956, la hiperinflación, el desabastecimiento y el racionamiento se hicieron intolerables. La paciencia popular se agotaba.
Las concesiones conquistadas por los polacos incentivaron la lucha del pueblo húngaro. Incluso antes del discurso de Jrushchov existían signos de disidencia intelectual en el propio partido gobernante. El más conocido fue el Círculo Petöfi, bautizado con el nombre del poeta nacional Sándor Petöfi, símbolo de la revolución burguesa de 1848 contra la dinastía Habsburgo. Este grupo de intelectuales publicó desde 1955 una serie de artículos críticos.
La crisis política empeora. El 18 de julio de 1956, el Politburó soviético exige la dimisión de Mátyás Rákosi del cargo de secretario general del partido. Rákosi, que se describía a sí mismo como «el mejor discípulo húngaro de Stalin», ostentaba el puesto desde 1948. Su caída señalaba la debilidad del régimen. Lo sucedió Erno Gerö, apodado el «carnicero de Barcelona», debido a su eficiente participación en la represión del POUM y en el asesinato de Andreu Nin durante la Revolución Española. Pero esa movida no calmó los ánimos. En pocos meses, su gobierno sería atropellado por los acontecimientos.
El 22 de octubre, una asamblea universitaria aprueba una lista de dieciséis demandas políticas (3). La primera decía: «Demandamos la retirada inmediata de todas las tropas soviéticas…». El punto dos exigía la elección, mediante voto secreto, de una nueva dirección para el partido comunista en todos los niveles. El punto tres demandaba la constitución de un gobierno «bajo la dirección del camarada Imre Nagy», el único dirigente del partido con relativa credibilidad. Añadían: «Todos los líderes criminales de la era Stalin-Rákosi deberán ser depuestos inmediatamente». Los reclamos restantes discurrían entre el derecho a huelga, libertades de opinión, expresión, prensa, radio libre, salario mínimo para los trabajadores, etc. El movimiento estudiantil anunció, también, su adhesión a una marcha de solidaridad con «el movimiento libertario polaco», convocada para el día siguiente. El pliego terminaba con un llamado: «Los trabajadores de las fábricas están invitados a unirse a la manifestación» (4).
El 23 de octubre, cerca de 200.000 personas marcharon hacia la sede del Parlamento. Los estudiantes y trabajadores gritaban: «¡Fuera rusos! ¡Rákosi, al Danubio! ¡Imre Nagy, al Gobierno! ¡Todos los húngaros, con nosotros!»
Erno Gerö emitió una proclama en la que calificó a los manifestantes como una turba reaccionaria y chovinista. Esto provocó la ira de la multitud, que derribó una estatua de Stalin de diez metros de altura. Una parte marchó hacia la Radio Budapest, fuertemente protegida por la ÁVH. Cuando una delegación intentó entrar para difundir sus proclamas, la policía política abrió fuego. Hubo muertos. Los manifestantes, encolerizados, incendiaron coches de policía y asaltaron depósitos de armas. En lugar de reprimir, algunos soldados húngaros se solidarizaron con la protesta. La revolución había comenzado.
Esa misma noche, soldados rusos y tanques T-34 irrumpieron en Budapest. Hubo cruce de tiros en la ciudad. El 24 de octubre, los obreros declararon la huelga general. Más unidades del Ejército húngaro se pasaron a los revolucionarios. La rebelión tomó cuenta del país.
Erno Gerö y el entonces primer ministro, András Hegedüs, huyeron hacia la Unión Soviética, no sin antes firmar un pedido de «asistencia» a las tropas soviéticas. János Kádár asumió como secretario general del partido y convocó a Imre Nagy, un dirigente del ala «reformista», para el cargo de primer ministro.
Sin perder tiempo, Nagy intentó desmovilizar al pueblo. Prometió que negociaría la retirada de las tropas soviéticas si se restablecía el orden. Pero la revolución estaba en curso. Surgieron los primeros consejos obreros y milicias, con delegados electos en las fábricas, universidades, unidades del Ejército. En las fábricas se discutía sobre la democracia interna dentro del partido comunista. A pesar de su superioridad militar, los invasores sufrieron muchas bajas. Los húngaros, utilizando tácticas de guerrilla urbana, inutilizaron decenas de tanques soviéticos.
El 27 de octubre se formó un nuevo gobierno presidido por Nagy, que incluía al filósofo Georg Lukács como ministro de Cultura y dos ministros no comunistas. Al calor de los acontecimientos, aparecen los primeros diarios independientes y se legalizan algunos partidos políticos.
Con estas concesiones, el gobierno intentó apaciguar a las masas, hacer que el movimiento retrocediera y negociar con los rusos. Luego de un compromiso con el Kremlin, Nagy anunció la inmediata retirada de las tropas soviéticas de Budapest y la disolución de la ÁVH. Para el 30 de octubre, la mayoría de las unidades soviéticas se habían marchado a sus cuarteles fuera de la capital. Hubo júbilo en las calles. Parecía que los rusos partían definitivamente de Hungría.
La sensación de victoria fortaleció el movimiento. Los consejos obreros se multiplicaron. En algunos municipios asumieron tareas propias de un gobierno paralelo. Hubo planes para elegir un Consejo Nacional. La revolución política estaba generando embriones de doble poder.
La acción de las masas parecía imparable. Pierre Broué recoge el testimonio de Gyula Hajdu, un militante comunista, de 74 años, que hizo pública su indignación hacia la burocracia: «¿Cómo podrían saber los dirigentes comunistas lo que pasa? Jamás se mezclan con los trabajadores y la gente común, no se los encuentra en los colectivos, porque todos tienen autos, no se los encuentra en los negocios o en el mercado, porque tienen sus tiendas especiales, no se los encuentra en los hospitales, pues tienen sanatorios para ellos» (5).
La revolución política antiburocrática, como sus antecesoras, adquirió también el contenido de una revolución de liberación nacional. La lucha contra la opresión nacional ejercida por los rusos, en ese momento encarnada por el régimen estalinista, fue uno de los motores sociales más poderosos en Hungría. No fue un proceso «chovinista» y «fascista», como propagandeaba el estalinismo, de la misma manera que ahora pinta a la resistencia ucraniana, sino el alarido de una nación oprimida.
El aparato estalinista decía estar enfrentando una contrarrevolución que pretendía restaurar el capitalismo y entregar el país a la OTAN. Esto es completamente falso. Ninguna de las principales reivindicaciones de los estudiantes, obreros y del pueblo húngaro en general cuestionó la economía nacionalizada. La revolución pretendía democratizar el partido y el Estado. Pretendía hacer valer el derecho de autodeterminación nacional, comenzando por la expulsión de las tropas de ocupación rusas. Tanto fue así que, para esa tarea, una mayoría confiaba en Nagy y un sector del propio partido comunista.
Durante el interregno en que las tropas rusas estuvieron fuera de Budapest, multitudes asaltaban las sedes del partido gobernante, quemaban banderas de la URSS, linchaban a miembros de la policía política, no necesariamente por «odio al comunismo» sino por repugnancia hacia el estalinismo y sus esbirros locales.
El gobierno húngaro estaba superado. Se mostraba incapaz de restablecer el orden. El 1 de noviembre, Nagy anunció la neutralidad húngara y una posible retirada del Pacto de Varsovia. El Kremlin decidió lanzar una segunda y definitiva ofensiva para sofocar la revolución.
En la noche del 3 de noviembre comienza la Operación Torbellino, comandada por el mariscal Iván Kónev. Los rusos invadieron Budapest desde distintos sitios, combinando ataques aéreos, artillería y la acción conjunta de tanques e infantería de 17 divisiones. Unos 30.000 soldados y 1.130 blindados entraron en la capital disparándole a todo lo que se moviera. La resistencia húngara se concentró en las áreas industriales, atacadas sin pausa por la artillería soviética. El 10 de noviembre, la revolución había sido aplastada. Más de 2.500 húngaros habían muerto y cerca de 13.000 resultaron heridos. Los rusos perdieron más de 700 soldados y centenares de carros de combate, hecho que muestra la combatividad de los revolucionarios.
El 10 de noviembre asume un nuevo gobierno encabezado por János Kádár. Este personaje, completamente servil a Moscú, permanecería en el poder hasta 1988. La persecución fue implacable. Se desató una orgía de venganza política. Cerca de 20.000 personas fueron apresadas, muchas de ellas enviadas luego a gulags siberianos. Muchos fueron ejecutados sumariamente. El propio Nagy fue fusilado en 1958. Se estima que 200.000 húngaros salieron del país para escapar de la represión estalinista.
El aparato central del estalinismo lograba, una vez más, sofocar un intento de revolución política.
En Hungría, los consejos obreros fueron el punto más avanzado de la revolución. Pero esos organismos no pudieron plantearse una estrategia independiente de todas las alas de la burocracia –la confianza de un amplio sector en la figura de Nagy se demostró fatal–, una salida que apuntara a la conquista de un régimen de democracia obrera sin alterar la base económica no capitalista.
La revolución húngara confirmó que la idea de reformar pacíficamente, «desde adentro», los Estados y partidos estalinistas era una utopía reaccionaria.
La dinámica político-social de aquel otoño de 1956 no solo mostró la barbarie impulsada desde Moscú sino, además, el carácter no revolucionario de los «reformadores» polacos y húngaros. El derrotero de la revolución probó que de las entrañas de la burocracia no surgirían facciones comprometidas con una auténtica revolución política.
El «deshielo» abierto con el XX Congreso del PCUS mostró en pocos meses que no se transformaría en primavera. La represión en Hungría profundizó la crisis en el seno de los partidos comunistas en todo el mundo.
Pero las masas del Este europeo no estaban derrotadas. El régimen totalitario, la carestía, la opresión nacional, insoportables, propiciarían nuevas revoluciones políticas en los países del glacis soviético. El próximo embate sería en Checoslovaquia, en el icónico año 1968.
Notas
(1) En el curso de la revolución, el partido fue reorganizado bajo el nombre de Partido Socialista Obrero Húngaro (MSZMP, en sus siglas en húngaro) que mantendría hasta su disolución el 7 de octubre de 1989.
(2) Ver: https://web.archive.org/web/20060409202246/http://yale.edu/lawweb/avalon/wwii/hungary.htm#art12, consultado el 15/05/2022.
(3) Las demandas fueron elaboradas por un sector de estudiantes del MEFESZ (Sindicato de Estudiantes de la Universidad Húngara y de la Academia). La reunión ocurrió en la Universidad Tecnológica de la Construcción.
(4) Ver: https://es.wikipedia.org/wiki/Demandas_de_los_revolucionarios_h%C3%BAngaros_de_1956, consultado el 16/05/2022.
(5) FRYER, Peter; BROUÉ, Pierre; BALASZ, Nagy. Hungría del 56: revoluciones obreras contra el stalinismo. Buenos Aires: Ediciones del I.P.S., 2006, p. 106.
*La primera entrega de esta serie, «Berlín Oriental, 1953: “¡Nosotros somos los verdaderos comunistas, no tú!”», se encuentra publicada en la edición impresa del domingo 8 de mayo de 2022, y también en la edición digital, en el enlace: https://www.abc.com.py/edicion-impresa/suplementos/cultural/2022/05/08/berlin-oriental-1953-nosotros-somos-los-verdaderos-comunistas-no-tu/