Un cuadro de Picasso y el Día de la Madre

En ocasión del Día de la Madre, compartimos y comentamos este cuadro del periodo neoclásico de Picasso que se conserva actualmente en el Baltimore Museum of Art (Estados Unidos) y que, además, este año cumple un siglo.

Pablo Picasso: “Madre e hijo”, 1922, óleo sobre lienzo, Baltimore Museum of Art, EE.UU.
Pablo Picasso: “Madre e hijo”, 1922, óleo sobre lienzo, Baltimore Museum of Art, EE.UU.gentileza

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«Todo lo que hice fue para el presente y con la esperanza de que siempre permanezca en el presente». Pablo Picasso en una entrevista en The Arts, de Nueva York, realizada por Mario de Zayas en mayo de 1923.

Típico del llamado «periodo neoclásico» de Pablo Picasso, un lapso de diez años, entre 1917 y 1927, es este cuadro, un óleo sobre lienzo titulado Madre e hijo. Durante su década «neoclásica», Picasso demostró un interés renovado por las representaciones naturalistas de la figura humana y pintó numerosas escenas familiares caracterizadas por una atmósfera de sosiego y tranquilidad. Aunque este cambio se produjo poco después de la primera visita del artista a Italia, por lo que se lo suele considerar inspirado por la observación directa de las pinturas del Renacimiento italiano, es también cierto que aquellos diez años que duró esa etapa estuvieron marcados por una cierta bonanza económica y un relativo bienestar hogareño. En esta década, en julio de 1918, Picasso se casó con la bailarina rusa Olga Koklova, y también en esta década, en febrero de 1921, nació su hijo Paulo. Ambos, frecuentemente, posarán para él como modelos o serán capturados por su pincel, en algunos retratos por separado y en otros juntos, como madre e hijo.

En el caso de este óleo, hay dudas acerca de la identidad del niño y de la madre; no está claro si esta última es su esposa, Olga, o la estadounidense Sarah Sherman Murphy, que, buena amiga de la familia, posó en varias ocasiones para nuestro artista. En todo caso, Picasso pintó esta escena de apacible ambiente, que cumple ahora un siglo, en 1922.

Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso (según su certificado de nacimiento) o Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Crispiniano de la Santísima Trinidad Ruiz y Picasso (según su partida de bautismo) ? fue el primogénito de José Ruiz y Blasco y María Picasso López, nacido en Málaga el 25 de octubre de 1881. Olga Stepánovna Koklova (1891-1955) y Pablo Picasso se conocieron cuando ella era miembro de la compañía de ballet de Serguéi Diaghilev, y después de casarse Olga abandonó su carrera de bailarina y Pablo hizo a un lado la corriente vanguardista del cubismo de la que era audaz representante para cultivar el retrato tradicional.

A partir de 1927, sin embargo, la relación de la pareja comenzó a deteriorarse. Picasso, que tenía ya entonces 45 años, había entablado en enero una relación con una adolescente francesa de 17, Marie-Thérèse Walter. Picasso mantuvo esa relación en secreto, pero algo había cambiado. En su exposición de 1932 en la galería Georges Petit de París había demasiados cuadros y esculturas con rasgos similares, los rasgos de una misma persona, presencia intrusa tan misteriosa como inequívoca, y cuando en 1935 Marie-Thérèse dio a luz a una niña, Maya, Olga se enteró de que el padre era Pablo. Olga se marchó. Se fue al sur de Francia, llevándose consigo a su hijo Paulo. Olga pasó sola y enferma física y mentalmente sus últimos años, y murió de cáncer en Cannes a los 63. Picasso ni siquiera asistió a su funeral. Marie-Thérèse, por su parte, se suicidaría en 1977, ahorcándose en el garaje de su casa. Para entonces, haría ya mucho tiempo que Picasso la había abandonado por la artista Dora Maar (1907-1997).

La década de la aparentemente luminosa vida familiar de Pablo y Olga coincide con el periodo neoclásico del pintor. Muchos de sus lienzos de aquel tiempo reflejan un ideal mundo doméstico de climas íntimos, formas suaves y volúmenes sólidos, mundo de certezas firmes, casi idílico en su virtuoso equilibrio y serenidad, mundo destinado quizá desde el comienzo –ambos, a fin de cuentas, eran artistas, y hay en el arte una intensidad no siempre compatible con la dicha– a ser efímero. Sin embargo, aunque la ilusión de esa imposible felicidad burguesa no se sostuvo en el tiempo y terminó tristemente en la vida real, perdura con toda su dignidad y candorosa plenitud en este óleo que reproducimos para ilustrar la peculiar carga simbólica que conlleva la fecha de hoy, el Día de la Madre. Ars longa, vita brevis.

juliansorel20@gmail.com

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