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Ha pasado más de un siglo de aquel extraño fenómeno que nació en lo profundo del barrio de Punta Karapa. Quien se amasijó en cantos, olor a naranjos, fieles amigos, atardeceres a orillas del río y noches profundas. Quien transformó en notas musicales los paisajes asuncenos, pero también las injusticias sociales, las desigualdades y la pobreza. Este complejo coctel de sabores antagónicos llevó al nacimiento de un género musical que no existía hasta 1925: la guarania, género creado por José Asunción Flores. La guarania es tan compleja que ha sido siempre un tema de debate permanente. Es de Flores, pero procede de la polca paraguaya, que ya existía muchas décadas antes. Porta en su genética el ADN de la polca, y esta carga en sí los rasgos identitarios de la expresión paraguaya nativa; sin embargo, la guarania es un género con identidad propia.
Esto lleva a la famosa confusión de que la guarania es una polca lenta. Flores no sería el compositor más influyente del Paraguay componiendo solo polcas perezosas. La guarania tiene su estilo propio, sus propios giros melódicos, su instrumentación elaborada, sus múltiples temáticas poéticas, que distan considerablemente de la polca tradicional.
Otra confusión es atribuirle a la guarania la categoría de música folclórica. Recordemos que Flores se formó como músico en un ambiente no folclórico. Este fue la Banda de Músicos de la Policía Nacional, que era una orquesta. Aquí es donde forja sus estudios musicales básicos. En ese ámbito académico es donde Flores se inquieta al notar que la música paraguaya carecía de una escritura precisa. Durante más de 200 años los músicos folclóricos no se preocuparon por tener una escritura representativa; la visión de Flores en este aspecto resulta ser puramente académica.
Dijo Ortega y Gasset: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». El Paraguay de 1920 no contaba con orquestas sinfónicas en las cuales Flores pudiera poner en práctica sus experimentos como sinfonista. La sociedad paraguaya se encontraba mirando a Paris y Buenos Aires, con sus teatros de revista, sus películas y sus conjuntos musicales. A nadie le interesaba lo que pudiera salir de un músico paraguayo joven. Esto lo llevó a componer sus primeras guaranias en pequeños conjuntos como tríos de violín, guitarra y cantante. Con esto popularizó su música en la bohemia asuncena de los años 20, desde bares emblemáticos, como el bar Polo Norte, hasta el Teatro Nacional (actual Teatro Municipal).
Cuando se muda a Buenos Aires en 1933 y funda la Orquesta Ortiz Guerrero, sus posibilidades expresivas crecen y la guarania va tomando cuerpo. Esta orquesta, si bien no fue sinfónica, fue como su laboratorio de experimentación, donde Flores iba perfeccionando su técnica junto con el apoyo de sus músicos y principalmente de su colaborador Ramón Maciel Romero.
A la par, robustece sus conocimientos musicales y se empapa de esa cultura fuertemente europea a la que en Paraguay no podía acceder. A partir de 1940, se mete de lleno en la composición de obras sinfónicas, que serán un total de 11, compuestas en un lapso de 20 años. Podemos dividirlas en dos grupos: por un lado, aquellas que fueron adaptaciones de obras previamente escritas en un formato popular. Estas son Ne rendápe aju, India, Guyrau y Ñemity. Y por otro lado están las que son de inspiración puramente orquestal, que serían: Mburica’o, Pyhare Pyte, María de la Paz, Ñandevurusu, Ka’aty, Maka y Ahendu nde Sapucai.
Tomando la frase de Ortega y Gasset, Flores se hace cargo de su circunstancia y decide salvarse con ella. No contaba con esa gran orquesta sinfónica a inicios de los años 40, pero igualmente comienza a escribir por si alguna vez ella llegara. Estas son obras para orquestas muy grandes, donde participan activamente el coro, el piano, una nutrida familia de vientos, maderas, metales, arpas, percusión, solistas y mucha cuerda. Flores creía que la forma de universalizar su obra era «elevándola» al plano sinfónico, una visión eurocentrista típica de su tiempo.
Su persistencia obstinada encuentra puerto de llegada en años posteriores, cuando comienza a estrenar sus guaranias sinfónicas en importantes teatros argentinos. Finalmente, entre 1950 y 1960 es invitado a grabar estas obras con la Orquesta de la Radio y Televisión de Moscú y Coro Unido bajo la batuta del director soviético Yuri Aranovich. Lo lejos que habían llegado Flores y su guarania no tenía resonancia posible en un Paraguay masacrado culturalmente, producto de la larga dictadura que enfrió el sentir artístico de su pueblo.
Sin embargo, es importante notar los múltiples esfuerzos que se hicieron desde la democracia hasta nuestros días. Hoy contamos con la semana de la guarania en el mes de agosto, así como las múltiples interpretaciones, charlas, libros, debates, grabaciones y producciones musicales que se han hecho en torno al género en los últimos 33 años.
Pero la guarania sigue siendo un fenómeno mayormente capitalino, y es imprescindible que este Paraguay, que hoy crece fuera de Asunción, tenga este género presente en todo el país. Así como también fuera del mismo. Esto nos obliga a seguir trabajando, difundiendo, tocando y publicando materiales que estén a la altura de las exigencias del mundo de hoy.