Los Mártires de Chicago

Hoy es 1 de mayo, Día Internacional de los Trabajadores, una fecha cuya historia comienza en el siglo XIX, con «los ocho de Haymarket».

Los ocho de Haymarket
Los ocho de HaymarketGENTILEZA

Cargando...

La larga historia del 1 de Mayo cruza tres siglos y todos los continentes, pero como no la podemos abarcar en un artículo, nos tendremos que limitar a un episodio.

En 1884, los sindicatos estadounidenses reclamaban la jornada laboral de ocho horas. El presidente Johnson había firmado la Ley Ingersoll, que la establecía para los trabajadores del Estado. Se pedía su ampliación para todos, ya que muchas personas tenían que trabajar 14, 16 o 18 horas al día, y las empresas se negaban a escuchar esta demanda.

En 1885, comenzó a circular un volante con el lema: «Ocho horas de trabajo, ocho horas de sueño y ocho horas para hacer lo que nos dé la gana», convocando a la huelga general por la jornada laboral de ocho horas que la American Federation of Labor estaba organizando para el 1 de mayo de 1886.

Ese 1 de mayo, en Chicago, donde cientos de miles se sumaron a la huelga, la fábrica de maquinaria agrícola McCormick siguió funcionando porque despidió obreros, los sustituyó con esquiroles y alquiló guardias armados de la agencia de detectives Pinkerton. El 3 de mayo, los huelguistas se reunieron a las puertas de la fábrica. La sirena sonó, los esquiroles salieron, comenzó una batalla campal, y entre los disparos de la policía y los de los guardias de la Pinkerton, murieron seis obreros.

Adolph Fischer, del Asbeiter Zeitung, periódico anarquista de Chicago en alemán (hecho por inmigrantes), llamó a protestar al día siguiente a las siete y media de la tarde en la plaza de Haymarket: «Las mujeres e hijos de los pobres lloran a sus maridos y padres acribillados mientras en los palacios de los ricos se llenan copas de vino caro brindando por los esbirros del orden... ¡Sequen sus lágrimas los que lloran! ¡Valor, esclavos! ¡Levantémonos!».

Al otro día, en medio del luto y la tristeza, miles de personas se reunieron pacíficamente en la plaza, con permiso de las autoridades. Varios tomaron la palabra y todo transcurrió en calma. Pero cuando la gente empezaba a retirarse, dando el acto por terminado, la policía llegó para dispersar violentamente a los que aún quedaban. Oculto en la multitud, alguien arrojó una bomba, que mató a seis agentes e hirió a más de sesenta. Los oficiales abrieron fuego y en pocos minutos el lugar quedó cubierto de sangre y cadáveres.

La revista Time lo recordaba así en una reseña del libro de Harry Barnard Eagle Forgotten, publicada en la página 67 de su edición del 9 de mayo de 1938:

«Minutos después de las diez de la noche del 4 de mayo de 1886, una tormenta estalló en Chicago. Con las primeras gotas de lluvia, la multitud en Haymarket Square comenzó a irse. Si a las 8 había 3000 personas escuchando a los anarquistas denunciar los abusos de la policía y exigir la jornada de ocho horas, a las 10 apenas quedaban unos cientos. El alcalde, que estuvo allí para prever disturbios, se fue a casa. Cuando el último orador terminaba de hablar, 180 policías llegaron a disolver lo que restaba del mitin. Se pararon junto al orador, un capitán ordenó que se dispersaran todos, el orador gritó que era una reunión pacífica, y entonces una bomba explotó en las filas de la policía. Hirió a 67 oficiales, y murieron 7. La policía abrió fuego, mató a varios asistentes e hirió a 200, y la Tragedia de Haymarket entró en la historia de Estados Unidos».

Después de esto, se desató una caza de brujas con detenciones masivas y redadas policiales. El Indianapolis Journal, el Chicago Tribune, el New York Times culparon a los huelguistas y exigieron que fueran ahorcados, acusándolos de «abusar de la hospitalidad» de la nación (en el movimiento obrero estadounidense había muchos inmigrantes europeos). Cientos de obreros fueron detenidos. Quedaron imputados treinta y uno, y finalmente los acusados se redujeron a ocho.

Se montó un juicio que respondía más al clima político que al afán de esclarecer los hechos. Empezó en junio. Contra la Ley, un funcionario estatal eligió a los miembros del jurado. Nunca se identificó a la persona que había arrojado la bomba, así que no pudieron vincular a los imputados con la explosión. Tampoco se presentaron pruebas contra ellos. Pero en su arenga final del 11 de agosto, el fiscal Grinnel dejó claro que no importaba: «Declarad a estos hombres culpables –exhortó a los jurados–, haced escarmiento en ellos, ahorcadles, y salvaréis nuestras instituciones, nuestra sociedad».

Acusados, sin pruebas, de haber instigado actos de violencia en Haymarket, en medio de la huelga por una jornada laboral más justa, fueron declarados culpables y condenados, tres a la cárcel, cinco a la horca.

En sus últimas palabras ante la corte, dijo el joven carpintero alemán Louis Lingg:

«Quizá piensen: “Ya no arrojarás bombas”; pero créanme, muero feliz en la horca sabiendo que cientos y miles recordarán lo que digo, y cuando nos hayan ahorcado –no se olviden de mis palabras–, ¡ellos arrojarán las bombas!» (Famous Speeches of the Chicago Anarchists, Chicago, 1912).

Y en la carta de despedida a su esposa, Lucy Parsons, escribió otro condenado, Albert:

«Mi pobre, mi querida esposa, tengo tristeza por ti y nuestros pequeños indefensos, hijos de nuestras entrañas. Te heredo al pueblo, mujer del pueblo» (Lucy Parsons: Life of Albert R. Parsons, Chicago, 1889).

Hoy, primero de mayo del 2022, recordamos al encuadernador Michael Schwab y al obrero textil Samuel Fielden, condenados a cadena perpetua; al vendedor Oscar Neebe, condenado a quince años de trabajos forzados; a los periodistas August Spies, de 31 años de edad, y Albert Parsons, de 39, y los tipógrafos George Engel, de 50 años, y Adolph Fischer, de 28, muertos en la horca; y al carpintero Louis Lingg, de 22 años, que se suicidó en su celda la víspera de su ejecución para no darle al poder la satisfacción de matarlo.

Ahí están. Tan completamente extraños al actual imperio radiactivo del éxito y sus sonrisas falsas, tan inconcebibles en medio de las selfis de los bendecidos y la sórdida histeria de los coach, tan digna, tan bellamente ajenos a esta edad oscura repleta de seres de luz que casi es una obscenidad nombrarlos hoy.

Pero qué podemos hacer, si ellos son nuestros héroes. Los Mártires de Chicago.

montserrat.alvarez@abc.com.py

Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...