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«Esa teoría de Hesse, de los dos mundos, es algo que lo planteé siempre, desde que leí su obra. La presencia de dos o más mundos me hace pensar en la posibilidad de transitarlos y ver el desafío de representarlo(s) en escena». Partiendo de estas palabras del guionista y director de Veinticinco, Julio de Torres, podemos iniciar un recorrido por el mundo físico y psicológico de sus personajes, Ernesto (Julio Petrovich) y Guillermo (Erik Gehre). Penetrar clandestinamente en una atmósfera creada por y para ellos, seres a los que une el rechazo que sienten hacia una sociedad en la que no encajan, dispuestos a inventar juegos, crear situaciones y, sobre todo, romper barreras sociales consideradas por ellos absurdas y obsoletas. Dispuestos, en suma, a aceptar fuertes desafíos, conocedores de sus diferencias, pero también, y sobre todo, capaces de permanecer estrechamente unidos. En un momento determinado, da qué pensar que ambos podrían fusionarse en uno solo (ego y alter ego). En otros momentos, asumen roles en conflicto entre el Yo y el Ello, pero sobre todo, disfrutan intensamente ese enganche, a veces intelectual, otras rayando en el bizarrismo, pero siempre juntos.
Y allí, alimentando esa unión, cobra importancia la música, muy bien puesta y de excelente calidad. La música marca presencia en momentos especiales de la obra, modificando atmósferas y pasando a ser un personaje semitácito, latente. Que se convierte en deleite y refugio de muchas almas a lo largo de la historia. Y se materializa en el personaje de la Musa, etérea pero a la vez real (o producto de sus mentes), interpretado con alto nivel por Mónica Airaldi. Hay que tener en cuenta que Julio de Torres se acercó e incursionó desde joven en la literatura, el teatro, la música, la filosofía y el buen cine, y eso está muy marcado en su obra. Pienso inclusive que ambos personajes son como un desdoblamiento de su persona. Dos opuestos, que intentan encontrar el equilibrio, conectarse y no perderse. Unidos para «santificar el mal» (Jean Genet). La filosofía es otra disciplina que les sirve de refugio. El homenaje a los grandes filósofos no solo está en las frases de la miscelánea inicial, sino en los otros monólogos, a veces en forma más explícita que otras. Vemos, así, asomarse a un Nietzsche (Zaratustra) que marca novedosas construcciones poético-existenciales.
Nadie puede escaparse de las influencias, sean conscientes o inconscientes. Si logramos identificarlas, es bueno asumirlas, tomarlas y darles un sentido y significado diferente. Se honra así la memoria de grandes del cine y la literatura. En determinado momento, Guillermo evoca «la frialdad del mercurio…» (El séptimo sello, de Bergman). Creo que muchos recordamos el film de Bresson Mouchette en el momento en el que Ernesto muerde la mano de Guillermo en un acto que mezcla comunión y antropofagia. También está el homenaje explícito al Truffaut de Los cuatrocientos golpes. La idealización de El beso de la mujer araña, de Puig, plasmada en la obra pero articulada con otros métodos para evocar la figura femenina. La dinámica de los diálogos, que se asemeja en parte a En la soledad de los campos de algodón, de B. M. Koltés. A Orson Welles le toca su turno de homenaje en la recreación de la escena de la borrachera, inspirada en Ciudadano Kane. Hay muchas más sutiles referencias que emergen de tanto en tanto en este particular mundo.
En cuanto al género de la obra, reconozco una marcada tendencia hacia el expresionismo, tanto en la actuación como en la escenografía y utilería, que va de la mano con momentos de surrealismo (uso y ubicación de objetos, marcando así nuevas lecturas y símbolos). Ernesto y Guillermo viven aparentemente seguros en ese mundo de encierro creado por ellos, pero ambos son conscientes de que están en un tembladeral. La escenografía contribuye de manera importante a reforzar todo esto. Dos grandes paneles laterales concluyen en una puerta posterior central, logrando que los personajes entren y salgan a escena como escupidos y absorbidos por esa abertura. Ambos personajes viven el hoy en un mundo que no ofrece horizontes. Viven intensamente el instante, buscando el equilibrio en la cuerda floja. «La eternidad, hermano, es la intensidad del momento. Hay que vivirla como si no existiera un mañana» (parlamento de Guillermo).
Veinticinco
Días: Viernes 8 / Sábado 9 / Domingo 10 de abril.
Hora: 20:00.
Lugar: Sala La Correa (Gral. Díaz 1163 casi Hernandarias).
Entradas: G. 50.000 (anticipadas) y 60.000 (en puerta).
Intérpretes: Julio Petrovich, Erik Gehre y Mónica Airaldi.
Texto y dirección: Julio de Torres.
Música: Juan Pablo González / OSN.
Visualización y escenografía: Carlo Spatuzza.
Diseño de Iluminación: Martín Pizzichini.
Asistencia escénica: Aldo Valdez.
Información y reservas: 0981175541.