«Jeiko porãve rekávo» y «Pueblo blanco»: música y diásporas

En dos canciones, una del catalán Joan Manuel Serrat y otra del paraguayo Adrián Barreto, encuentra el escritor Catalo Bogado el retrato de un pasado a la vez añorado e inhóspito y el sentimiento del inevitable exilio de un mundo antiguo y hoy ya casi extinto que se resiste a desaparecer.

Estación de ferrocarril de Pirayú (Foto: Tomás Martínez Mora).
Estación de ferrocarril de Pirayú (Foto: Tomás Martínez Mora).Gentileza

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Cada vez que llego a un pueblo del interior, especialmente a aquellos por donde alguna vez pasó el ferrocarril, golpean como un martillo mi memoria las letras de dos canciones, «Pueblo blanco», del catalán Joan Manuel Serrat, y «Jeiko porãve rekávo», del paraguayo Adrián Barreto. Si bien la canción de Serrat parece destinada a retratar la situación agobiante de algunas aldeas españolas durante las décadas de 1960 y 1970, época del franquismo, puede ser aplicada para pintar la realidad actual de la mayoría de los pueblos del interior paraguayo, pequeñas aldeas blancas amordazadas por el olvido, por la falta de proyectos, por un futuro inexistente y por una desesperanza que se siente a flor de piel.

Son pueblos antiguos con pretensiones de ciudades, fundados en tierra roja, que de blancos pasaron a grises, con casas de tejas pardas y paredes repintadas a la cal, dormidos en el tiempo. Pueblos anestesiados por la política insensible del partido en el gobierno. Pueblos abandonados a su suerte, sumergidos en el paisaje y en la nostalgia de un bello pasado que ya se desdibuja por las largas décadas de desidia estatal. Pueblos soñolientos, surgidos y crecidos alrededor de las antiguas estaciones de un ferrocarril que ya no existe, o alrededor de la plaza de una iglesia, recuerdo de encarnizadas disputas entre jesuitas y franciscanos durante la colonia española. «Por sus callejas de polvo y piedra, por no pasar, ni pasó la guerra, sólo el olvido camina lento bordeando la cañada...»

Pueblos de mañanas melancólicas, de largas siestas, de cigarras cansadas. Pueblos de niños y ancianos con mejillas surcadas por lágrimas de ausencias. Pueblos de mozos imberbes que se entretienen con interminables tererés, pueblos de muchachas tristes que barren en silencio las hojas secas que se amontonan alrededor de los caserones cuyas terrazas se van llenando de plantas parásitas. «Ellas sueñan con él y él con irse muy lejos de su pueblo, y los viejos sueñan con morirse en paz...».

La canción de Serrat «Pueblo blanco», con sus duras metáforas, invita a los jóvenes a migrar, a huir: «escapad, gente tierna, que esta tierra está enferma, y no esperes mañana lo que ayer no te dio», mientras la canción de Adrián Barreto «Jeiko porãve rekávo», con ese brutal realismo que solo se puede lograr en la lengua nativa, describe el Paraguay profundo que no progresa, que se estanca, cuyos jóvenes, a punto de quedarse desnudos, se despiden de los amigos de infancia, pues solo ven como opción de una vida digna la migración.

Las únicas esperanzas para los jóvenes de estos pueblos blancos es huir, en vuelo de paloma atravesar la loma, llegar a Asunción, o bien irse a España o a Buenos Aires para encontrarse en las «villas de emergencia» con los compueblanos, irse a buscar bajo otra luna la fortuna... Pues «si te toca llorar, es mejor frente al mar...». Las letras de estas dos canciones retratan de cuerpo entero la diáspora paraguaya de manera tan tremendamente fiel que, al escucharlas, nos golpean los sentimientos y uno siente la impotencia de no poder llorar con todas las lágrimas del mundo.

Pueblo blanco (de Joan Manuel Serrat)

Colgado de un barranco

duerme mi pueblo blanco

bajo un cielo que, a fuerza

de no ver nunca el mar

se olvidó de llorar

Por sus callejas de polvo y piedra,

por no pasar, ni pasó la guerra.

Sólo el olvido

camina lento bordeando la cañada

donde no crece una flor

ni trashuma un pastor.

El sacristán ha visto

hacerse viejo al cura

el cura ha visto al cabo

y el cabo al sacristán

y mi pueblo después

vio morir a los tres.

Y me pregunto por qué nacerá gente

si nacer o morir es indiferente.

De la siega a la siembra

se vive en la taberna.

Las comadres murmuran

su historia en el umbral

de sus casas de cal.

Y las muchachas hacen bolillos

buscando, ocultas tras los visillos,

a ese hombre joven

que, noche a noche, forjaron en su mente,

fuerte para ser su señor,

tierno para el amor.

Ellas sueñan con él

y él con irse muy lejos

de su pueblo y los viejos

sueñan morirse en paz.

Y morir por morir,

quieren morirse al sol,

la boca abierta al calor, como lagartos,

medio ocultos tras un sombrero de esparto.

Escapad, gente tierna,

que esta tierra está enferma.

Y no esperes mañana

lo que no te dio ayer,

que no hay nada que hacer.

Toma tu mula, tu hembra y tu arreo,

sigue el camino del pueblo hebreo

y busca otra luna.

Tal vez mañana sonría la fortuna

y si te toca llorar

es mejor frente al mar.

Si yo pudiera unirme

a un vuelo de palomas

y atravesando lomas

dejar mi pueblo atrás,

os juro por lo que fui

que me iría de aquí.

Pero los muertos están en cautiverio

y no nos dejan salir del cementerio.

Jeiko porãve rekávo (de Adrián Barreto)

Ohóje tetã ambuépe

jeiko porãve rekávo,

pyharevete ohasávo

roñe’êmi ipahaite.

Aipojopývo ichupe

tesay okukúi heságui,

ha oje’óivo che rendágui

ho’a pytû che rehe.

Oremitãmi guive

rokakuaa ojoapytépe,

vy’a, saraki, pukápe

pynandimírõ jepe.

Ramoiténte upehague

naimo’ãi chemandu’ávo,

aipo ha’e orerejávo

ha ohóvo mombyryete.

Jeiko porãve rekávo

Paraguáipe ndaikatúigui,

osêva guive cuartélgui

mitã katupyryeta

tetã ambuére ohopa,

kokuére ijetu’úgui

ha itúa pópe ohechágui

kerayvoty ipirupa.

Mayma ikakuaa irûngue

chupe rohechaga’úva,

ha hese roporandúva

akói py’ÿinte ojupe.

Ndoroikuaái mavave

mba’épa oiko hekovégui,

mamópa tekotevêgui

oho ha opyta ha’e.

catalobogado@gmail.com

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