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Una mujer protesta y sus palabras perforan el silencio. Condenadas al papel de coprotagonistas por nuestro género, nos piden que comprendamos el papel histórico que nos asigna el machismo en su historia: las eternamente subordinadas.
En el contexto del Día Internacional de la Mujer, las denuncias de agresión verbal y física por parte de los «compañeros» gritaban en las mesas de entrada de las estructuras partidarias. A la par, las Secretarías de Género hacen lo posible por hacer entender lo obvio: las mujeres paraguayas también somos personas y, sobre todo, ciudadanas con derechos garantizados por la Constitución Nacional de 1992.
El relato de las «constructoras de la patria» pos guerra de la triple infamia. Nuestra sociedad nos glorifica por sacrificadas y sufridas porque de esta manera es sencillo encerrarnos en una prisión de violencia, donde somos premiadas como perros obedientes por aguantar estoicamente el ejercicio impune de la agresión sobre nuestros cuerpos y mentes. Para luego ubicarnos en una red de rencillas entre nosotras a fin de que nos convirtamos en las policías del machismo siendo las primeras en aleccionar a las compañeras ante el atrevimiento de cambiar el statu quo mediante nuestra participación política.
Mucho más sencillo y lógico sería demostrar su alta consideración hacia nosotras por levantar la patria con decisiones claras sobre la mejora de nuestra calidad de vida, el cese de los feminicidios, la finalización de la cultura de la violación sexual y la plena inclusión de nuestra participación en la vida pública mediante la paridad. Pero, al parecer, la lógica no es el punto fuerte de la conservadora y poco respetable sociedad paraguaya.
Respecto a los partidos y movimientos de izquierda nacional, como militante política debo ser honesta: nuestras estructuras partidarias tienen menos de socialistas que de estronistas. ¿Por qué? Bueno, porque son patriarcales y autoritarias, al igual que los partidos de derecha en Paraguay. Entonces, ¿son lo mismo? No, porque la derecha no reflexiona sobre sí misma, mientras que la izquierda, a mi parecer, es todavía una tierra en disputa.
Las estructuras partidarias de izquierda tienen la responsabilidad política de crear las condiciones necesarias para dar vida a lo «nuevo», ya que repitiendo las mismas prácticas que sostienen la normalidad que criticamos no llegaremos a resultados diferentes. Una estrategia de transformación de la historia no puede basarse en la repetición de la moral y la ética burguesa que sostienen los privilegios patriarcales.
Y en esta disputa, el empoderamiento de nuestra palabra y nuestros cuerpos es fundamental para avanzar, aunque eso signifique que tanto lo dominante de nuestro propio campo político como del campo del enemigo se sientan amenazados y respondan agresivamente intentando expulsarnos.
Compañeras, reclamemos juntas el lugar que nos corresponde: el de ser protagonistas.