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«El sábado 11 de junio de 1580, Juan de Garay funda la segunda Buenos Aires, la que sería sostenida en el tiempo. Aquel día, de acuerdo con el rito antiguo, desnuda la espada y con ella corta las hierbas dando unos tajos a la tierra girando del norte hacia el sur, hacia el este y hacia el oeste. A su alrededor aguardan los setenta hombres, algunos de pie, otros de rodillas, todos con sus ropas de fiesta, y entre ellos, henchida la falda crujiente sobre la cual reposa sus manos ásperas, Ana Díaz, la única mujer (…)
Esa noche se embriagaron los señores y los villanos venidos de Asunción. Casi todos los pobladores eran muy jóvenes y criollos. Desde su cámara de la carabela, Ana escuchaba los cantos hasta muy tarde. Algunos acuden a ofrecerle una serenata con vihuelas. Otros, avanzada la noche, merodean cerca de su habitación, como lobos, porque es la sola mujer y el vino y la fiesta aguzan sus ansias de amar. Y Ana, tendida en el lecho angosto, cierra los ojos y sonríe.»
Así retrata la fundación de Buenos Aires, y a Ana Díaz, el escritor argentino Manuel Mujica Lainez en su libro Misteriosa Buenos Aires (Editorial Sudamericana, 1951). Según Mujica Lainez, Ana, «no es bonita ni fea», pero insinúa que es joven y extraordinariamente atractiva para los hombres por ser la única, hasta que empiezan a llegar las otras mujeres. Según Mujica Lainez, es sexualmente acosada por los hombres: «Al atardecer, oye que rondan su choza, conteniendo la respiración, como lobos...», escribe.
Otra escritora argentina, Josefina Cruz de Caprile, en su libro Juan de Garay, el conquistador conquistado (Editorial Sudamericana, 1999), también se ocupa de Ana Díaz, a la que llama «Anitita» y pinta como una jovencita dicharachera, una adelantada del género y, además de buena cocinera, una trabajadora ambiciosa, que canta en gallego y en guaraní y se deja disputar alegremente por dos caballeros enamorados: Juan Martín y Pedro Isbrán.
Lo cierto es que en el sitio fundacional de Buenos Aires, el adelantado, al repartir terrenos entre los 232 beneficiarios, incluyó el nombre de Ana Díaz en el solar número 87, sito en la actualidad en la esquina sudoeste de la calle Florida y la avenida Corrientes, donde hoy una placa de bronce recuerda su nombre. Aquel beneficio había convertido a Ana Díaz en la primera y única mujer propietaria en la joven ciudad porteña. En 1584, Ana había contraído matrimonio con uno de sus enamorados, el mestizo paraguayo Pedro Isbrán, también fundador de Buenos Aires, con quien tuvo una hija llamada Felipa.
La vida de Ana Díaz, por su trascendencia histórica, merece sin duda una investigación más seria y profunda. Hasta ahora se dice que fue hija de Mateo Díaz, expedicionario de la armada del adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y de la indígena Savé que el español se ganó en un juego de dados... Los historiadores argentinos dicen que es asuncena, pero últimamente algunos afirman que pudo haber sido guaireña, posibilidad que, en este desordenado artículo, revisando algunos materiales históricos, encontramos muy probable.
La armada de don Álvar Núñez Cabeza de Vaca había llegado a la Asunción en 1542, y dos años después el segundo adelantado había sido depuesto y deportado a España, dando inicio a una feroz lucha entre «iralistas» y «alvarnuñistas», que obligó a estos últimos a huir masivamente hacia la región del Guairá, bajo el gobierno del capitán Ruy Díaz Melgarejo.
Según los documentos, 9 años después de la deportación de don Álvar Núñez y Juan de Salazar a España, el 8 de julio de 1553, Mateo Díaz, el padre de Ana, testó y dejó como tutor de los bienes de su hija pequeña a Tomás Hernández, uno de los conquistadores del Guairá. 23 años después, en 1576, cuando Ana rondaría los 30 años de edad, el citado Hernández solicitó al Cabildo de Asunción un permiso para entregar los bienes de Ana a su esposo, Rafael Forel, quien poco tiempo después fue muerto en un combate, dejando a Ana viuda.
Tres años después, a fines de 1579, Juan de Garay promulgó un bando en Asunción, con el cual convocaba a hombres y mujeres «de ánimo aguerrido» para fundar de nuevo el puerto de Buenos Aires. Ante el apremiante llamado, se alistaron cincuenta y seis paraguayos, mestizos y criollos, y diez españoles.
La expedición dirigida por Garay, dividida en dos grupos, partió de Asunción en marzo de 1580. En el primer grupo, en un bergantín, viajaron el capitán Juan de Garay, su esposa y Ana Díaz, con las aves, algunas semillas, los instrumentos de labranza y los enseres que les serían indispensables para el establecimiento de una nueva población.
El otro grupo había afrontado un mes antes el viaje por tierra a través de montes y ríos, a pie y a caballo, luchando contra la naturaleza hostil y las fieras... Los bienes de Ana Díaz, heredados de su padre, consistentes en ganado vacuno, caballar y ovino, marchaban con las tropas de la expedición terrestre, a cargo del joven Hernandarias.
¿Por qué la señora Ana Díaz tuvo ese trato preferencial? ¿Cuál fue su mérito para recibirlo? ¿Fue por algún pariente o amigo influyente? ¿Y de dónde sale que Ana pueda ser guaireña?
Ante la falta de documentos que puedan darnos respuestas certeras a estas interrogantes, vale desarrollar unas hipótesis. Primeramente, postulando como «padrino» al capitán Ruy Díaz Melgarejo, quien, a partir de 1556, tras el fallecimiento de Martínez de Irala, pasó a ser la figura de más prestigio en la provincia, pues era hermano del gobernador Francisco Ortiz Vergara; fue el que socorrió al adelantado Ortiz de Zárate antes de su llegada, era cuñado de Juan de Garay y fue su principal «financista» para la fundación de Santa Fe, y era suegro de Gonzalo Martel de Guzmán, el primer alcalde de la refundada Buenos Aires, y compañero de viaje en la Armada en la que vino el padre de Ana.
Segunda hipótesis: en el libro El Guairá, de Ramón Indalecio Cardozo (Editorial El Arte), entre quienes fundaron Ciudad Real y Villa Rica del Espíritu Santo en el Guairá, además de Ruy Díaz Melgarejo y Ruy Díaz de Guzmán, encontramos a Timoteo Díaz, Andrés Díaz, Hernando Díaz y Juan Díaz de Adorno, y, si bien el nombre de Mateo Díaz, padre de Ana, no figura en la lista de los «guaireños», es muy probable que también haya residido en esa provincia por ser integrante de la Armada de Álvar Núñez. Quien sí figura en la lista de los guaireños es Tomás Hernández, tutor de Ana Díaz, razón que nos hace suponer que Ana Díaz pudo ciertamente ser oriunda del Guairá o que, por vivir en aquella región, se le aplicó el gentilicio de «guaireña». Guaireña o, como afirman los historiadores de la fundación de Buenos Aires, asuncena, poco importa, fue paraguaya. Una mujer que, muchos años antes del feminismo, se puso los pantalones y se remangó para tomar el machete y el arado y sostener en el tiempo a la hoy orgullosa «reina del Plata».
En la Municipalidad de la capital argentina se conserva un óleo del pintor José Moreno Carbonero, titulado La fundación de Buenos Aires. En él aparece Juan de Garay, de boina y capa corta, espada en mano. A su lado, el tronco con el rollo de la fundación, un oficial, Ana Díaz, un sacerdote alzando la cruz y un abanderado con el estandarte flameando al soplo de la fuerte sudestada de junio. Alrededor, los demás fundadores y algunos indígenas; al fondo se divisan las grises aguas del Río de la Plata.