El defensor del Ulises que murió el día de su publicación

El Ulises de James Joyce fue publicado el mismo día en el que fallecía John Butler Yeats, el pintor irlandés que formuló por vez primera el argumento que lograría que se levantara la censura sobre la novela.

James Joyce y Sylvia Beach en la librería Shakespeare and Company, París.
James Joyce y Sylvia Beach en la librería Shakespeare and Company, París.GENTILEZA

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James Joyce murió durante la Segunda Guerra Mundial, el lunes 13 de enero de 1941, en la ciudad de Zúrich, a la que se había mudado con su familia cuando París fue ocupada por los nazis y en la cual muchos años antes, durante la Primera Guerra Mundial, había escrito gran parte del Ulises. Ha dicho Anthony Burgess que en el fondo Joyce –que glorificó la lengua inglesa en sus primeros libros y en el último, según algunos, se dedicó a destruirla–, aunque fue un exiliado toda la vida, tiene un solo tema, Dublín, solo que su Dublín está tan muerto como el Londres de Dickens o el Madrid de Cervantes, pero por eso mismo ese Dublín del Ulises es la ciudad arquetípica, y su protagonista es el ciudadano arquetípico: Joyce escribe sobre la condición de todas las ciudades modernas, y Bloom es todos sus habitantes (1).

En esta historia, el estilo resulta más importante que el contenido, y esa concentración en el lenguaje permite a Joyce llegar a límites de la mente antes inasequibles para el novelista. La técnica del monólogo interior le permitió descubrir los pensamientos y sentimientos más íntimos de sus personajes. El lenguaje de Joyce no solo es complejo sino de una claridad sin precedentes, con alusiones sexuales y palabras que en 1922, año de la publicación del Ulises, eran oficialmente tabú, y fue por ese motivo, prosigue Burgess, que el libro resultó prohibido, y Joyce injustamente tachado de tratante de obscenidades y pornografía (2).

James Joyce, Ulysses, 1922.
James Joyce, Ulysses (1922).

El Ulises fue publicado el jueves 2 de febrero de 1922, el mismo día en el que James Joyce cumplía cuarenta años y en el que fallecía su paisano, el pintor irlandés John Butler Yeats, quien, cuando años antes el libro fue acusado, como decíamos, de obscenidad, formuló por vez primera el argumento que resultaría decisivo para levantar la censura que pesó sobre él por largo tiempo.

John Butler Yeats –padre del ilustre poeta irlandés William Butler Yeats, su primogénito–, parece haber sido una figura extraña y compleja. Abogado de profesión, dejó el Derecho para dedicarse a pintar y llegó a tener cierto renombre como artista, pero –en contraste con la copiosa producción poética de su hijo– su obra es escasa, y se considera –así lo dice el testimonio del propio William Butler Yeats, que escribió sobre su padre: «Esta enfermedad de la voluntad es lo que le ha impedido terminar sus cuadros. Las cualidades que considero necesarias para el éxito en el arte y la vida le parecían egoísmo» (3)– que una persistente incapacidad de concluir lo que empezaba saboteó su carrera. El escritor irlandés Colm Tóibín recoge una anécdota según la cual en una ocasión alguien, al ser presentado a W. B. Yeats y enterarse de quién era su padre, comentó: «Ah, el pintor que raspa cada día lo que pinta la víspera» (4). Las perspectivas económicas de un pintor que termina pocos cuadros son, naturalmente, sombrías, y John Butler dilapidó su considerable patrimonio antes de partir precipitadamente a Londres y luego, a los sesenta y ocho años de edad, siete después de la muerte de su esposa, a Nueva York, ciudad en la cual terminaría su existencia (no sus obras, valga el humor negro) sin regresar a su natal Irlanda.

El escritor irlandés James Joyce (al centro), autor multilingüe.
El escritor irlandés James Joyce (al centro).

En su pequeño dormitorio neoyorquino, que era también su estudio, de la pensión Petitpas, en West 29th Street, John Butler Yeats trabajó durante la última década de su vida, desde el año 1911 hasta su muerte en febrero de 1922, en un autorretrato al óleo. En su prefacio a Early Memories, William Butler Yeats recuerda que en sus cartas su padre «hablaba de ese cuadro constantemente como de su obra maestra, e insistía una y otra vez... en que había encontrado lo que buscó toda su vida». En sus memorias, la crítica Mary Colum describe la cama de hierro del anciano artista irlandés, la alfombra gastada y barata y el caballete en el cual siempre veía un único cuadro, en el que Butler trabajaba y volvía a trabajar día tras día, año tras año, raspando y deshaciendo y rehaciendo lo que ya había hecho. John Butler Yeats pasó más de una década pintando una sola imagen. Cuando murió, el cuadro seguía inconcluso.

El obituario de John Butler Yeats en la página 11 de la edición del sábado 4 de febrero de 1922 del New York Tribune dice: «John Butler Yeats, pintor y ensayista, y padre del poeta irlandés William Butler Yeats, murió el jueves por la mañana en su domicilio, en 317 West 29th Street. Yeats era hijo del reverendo W. B. Yeats, rector de Tullylish, cerca de Belfast, Irlanda. Nació en Tullylish en 1839. Se educó en la Academia Athol, en la isla de Man. Se graduó en el Trinity College de Dublín y fue admitido en el colegio de abogados. Yeats también estudió en el Heatherley’s Art College, y finalmente abandonó el derecho por el arte. Fue miembro de la Academia Hibernian y pintó retratos de numerosos irlandeses. A Yeats le sobreviven cuatro hijos, William Butler Yeats, Jack B. Yeats y las señoritas Lily Yeats y Elizabeth Yeats. Los servicios funerarios se celebrarán mañana a las 2 en punto de la tarde en la Iglesia del Santo Apóstol, en North Avenue y Twenty Eight Street» (5).

Pero si bien John Butler Yeats tenía problemas para concluir sus pinturas, al parecer no los tenía para concluir razonamientos certeros, como se verá a continuación.

John Butler Yeats (a la derecha) conversando con el abogado John Quinn, en un dibujo de Jack Butler Yeats.
John Butler Yeats (a la derecha) conversando con el abogado John Quinn, en un dibujo de Jack Butler Yeats.

El abogado John Quinn pagaba el alquiler de la pieza y estudio de John Butler Yeats en esa pensión de West 29th Street a cambio de manuscritos de poemas de su hijo. En 1920, tras la publicación de un capítulo del Ulises de Joyce, que aparecía entonces por entregas en The Little Review, se presentaron cargos por obscenidad contra sus editoras –a quienes, por sus vínculos con anarquistas como Emma Goldman, las autoridades vigilaban estrechamente desde hacía tiempo–, que contrataron a Quinn para su defensa.

Fue entonces cuando, en una carta a Quinn, John Butler Yeats expuso los argumentos que se revelarían como decisivos, tiempo después, para lograr que se levantara la censura de la novela: «Todo este rechazo contra Joyce y su terrible veracidad, desnuda y desvergonzada, tiene su origen en el deseo de las personas de vivir cómodamente y, para conseguirlo, vivir superficialmente», le comentó en esa carta John Butler Yeats a John Quinn, pero, añadió, el «intenso sentimiento de lo real y verdadero» de Joyce era más importante para la sociedad que esa comodidad superficial.

Sin embargo, temeroso de pasar por defensor de literatura «obscena», el mojigato de Quinn desperdició la ocasión de emplear los argumentos de Butler, y perdió el caso. Se prohibió a la revista publicar más entregas del Ulises. La intrépida editora Sylvia Beach lo publicó en París con su sello, Shakespeare & Company, pero, retenido en las aduanas de Inglaterra y Estados Unidos, el libro no pudo circular libremente hasta que en 1933 el tribunal federal de Nueva York aceptó un argumento que era esencialmente el mismo que John Butler había proporcionado a Quinn, y declaró oficialmente que la novela de Joyce no era obscena.

Casi de inmediato, Random House mandó imprimir el libro, que ya estaba listo desde hacía meses. En la edición incluyó la sentencia absolutoria para disuadir a aquellos que quisieran emprender nuevos procesos de censura contra la obra. El fallo fue clave. Sin ese precedente jurídico, sin duda Lolita, de Nabokov, o The Naked Lunch, de Burroughs, entre otros libros que también enfrentaron juicios por obscenidad, hubieran tenido muchos más problemas para ser impresos. El centenario de su publicación y de la muerte de su defensor, ocurridos ambos el jueves 2 de febrero de 1922, es una buena ocasión para reconocer a James Joyce y a John Butler Yeats por haber afirmado, cada uno a su manera, el derecho de todo artista a pintar la realidad tal como la ve.

Retrato de William Butler Yeats por John Butler Yeats, año 1900.
Retrato de William Butler Yeats por John Butler Yeats, año 1900.

Notas

(1) Anthony Burgess: «James Joyce, 50 años después», El País, 12 de enero de 1991. En línea: https://elpais.com/diario/1991/01/13/cultura/663721204_850215.html

(2) Burgess, op. cit.

(3) «It is this infirmity of will which has prevented him from finishing his pictures. The qualities I think necessary to success in art or life seemed to him egotism». William Butler Yeats sobre su padre, John Butler Yeats, citado por Colm Tóibín en Mad, Bad, Dangerous to Know: The Fathers of Wilde, Yeats and Joyce (Scribner, 2018).

(4) Tóibín, op. cit.

(5) «John Butler Yeats» (obituario), en New York Tribune, sábado 4 de febrero de 1922, p. 11.

juliansorel20@gmail.com

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