Un poeta en Halloween

Esta noche se celebra Halloween, fiesta originalmente popular y local y actualmente global y comercial que forma parte de una tradición literaria de la que rescatamos el poema que le dedicó el escocés Robert Burns (1759-1796).

Ilustración de J. M. Wright y Edward Scriven para el poema “Halloween”, de Robert Burns.
Ilustración de J. M. Wright y Edward Scriven para el poema “Halloween”, de Robert Burns.Archivo, ABC Color

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Halloween, como se sabe, es una fiesta de transición que se celebra al final de las cosechas; a partir de ahí la luz solar del verano declina, los días se hacen más cortos y las noches más largas y comienzan los tiempos en los cuales la oscuridad abre las puertas a lo invisible, tendiendo un puente entre los vivos y los muertos. Por eso es una festividad relacionada con lo sobrenatural, y el interés del poeta escocés Robert Burns por lo sobrenatural aparece en mucho de lo que escribió –en su mayor parte, en lengua escocesa (scots)–. En una famosa carta de 1787, el joven Burns le cuenta al doctor John Moore que su vasto conocimiento de las creencias populares de su tierra natal se lo debe en gran parte a una vieja doncella de su madre: «Supongo –dice Burns en esa carta– que ella tenía la colección más grande de todo el condado de cuentos y canciones sobre demonios, fantasmas, hadas, brujas, apariciones, espectros... y otras fantasías». Al año siguiente, 1788, en otra carta, esta dirigida al capitán Richard Brown, Burns escribe: «…casi todo lo que merece el nombre de alegría o placer no es más que un engaño encantador, y llega la edad madura, con su vieja y grave sabiduría, y perversamente ahuyenta a los amados, hechiceros fantasmas». Y concluye preguntándole a su amigo, en tono de broma: «¿Qué te parece mi filosofía?». Broma o no, la presencia de esos «amados, hechiceros fantasmas» recorre sus escritos sobre creencias y costumbres populares, entre ellos «Halloween» –uno de los poemas más largos que escribió, con sus 252 versos–, de 1785, considerado uno de los más completos documentos modernos sobre las tradiciones y costumbres populares escocesas que rodean la festividad de hoy, 31 de octubre, víspera del día de todos los muertos (All Hallow’s Eve). El título completo del poema es:

«Las alegres diversiones de Halloween, donde se relata cómo arrancar el repollo, quemar las nueces, atrapar novios en el patio de los almiares, arrancar el maíz, desentrañar enigmas, aventar el maíz, sembrar el cáñamo y cortar la manzana, incluyendo la conclusión de estos felices encuentros, contando maravillosas historias sobre brujas y hadas».

El poema abunda en detalles sobre la práctica de estas tradiciones, detalles oscuros para los forasteros y acompañados por ello a veces con meticulosas explicaciones en las notas a pie de página de esta obra peculiar, que es al mismo tiempo burla y homenaje, estudio histórico y relato humorístico, testimonio personal so capa de ficción y sátira costumbrista de las supersticiones campesinas, celebración de los elementales goces comunitarios y documento antropológico, y, finalmente, himno a las antiguas fiestas populares con todos sus misterios: un verdadero poliedro en cada una de cuyas facetas los originales talentos de observador y narrador de Burns brillan extrañamente bajo la sulfúrea luna de la noche de brujas.

La ambivalencia de «Halloween» –¿es el poema un canto, o una burla; hace su autor elogio, o hace escarnio?– desconcertó siempre a los lectores. En su edición de 1859 de las obras completas de Burns (The Complete Works of Robert Burns. Containing his Poems, Songs and Correspondence), Allan Cunningham no sabe a qué atenerse: «el poema entero oscila entre lo serio y lo ridículo –escribe, perplejo–: al describir las creencias supersticiosas y los misteriosos actos de la noche [de Halloween], Burns se guarda su opinión para sí mismo».

De los más de seiscientos poemas que nos ha dejado Burns, solo catorce llevan notas al pie, y de esos catorce «Halloween» tiene más notas que los quince restantes; el porqué de las notas y de su abundancia lo expone el propio Burns en el prefacio, escrito en prosa (recurso infrecuente en Burns, que solo lo utiliza en otros tres poemas): «El siguiente poema será fácil de entender para muchos lectores, pero para aquellos que no conozcan las costumbres y tradiciones del país que es su escenario, se agregan notas con el fin de dar cuenta de los principales encantos y hechizos de esta noche».

Hay en ese prefacio un pasaje que dice: «La pasión de fisgonear (prying) el futuro es parte notable de la historia de la naturaleza humana en su estado primitivo (rude) en todo tiempo y lugar; y puede entretener a una mente filosófica, si alguna honra al autor con una lectura atenta, encontrar sus restos entre los menos ilustrados».

Es un pasaje difícil de deglutir por más que se lo mastique. La oposición entre los lectores educados y los pueblerinos –«los menos ilustrados»– cuyas costumbres serán expuestas para entretener a los primeros resulta dura de roer. Pero encima, como si esto fuera poco, el desdén explícito en el contenido del texto es reforzado con el desdén implícito en su forma, sobre todo gracias al insidioso clasismo deslizado en el léxico, especialmente –aunque no únicamente– en ese brutal rude, «tosco», «primitivo», y ese malicioso «fisgonear» –prying: ¿acaso cuando las «mentes filosóficas» de las clases altas y los sabios de las academias y universidades se interesan por el futuro osa alguien motejar ese interés con términos más apropiados para hablar de chismorreos de taberna o conventillo? Claro que no, y por eso la elección del mencionado verbo, que subraya el carácter plebeyo de ese interés debido a su origen –campesino, en este caso–, es una elección perversa.

Pero si alguien cree que estoy denunciando a Burns por ello, se equivoca: es exactamente lo contrario. No siempre hay que tomar los prefacios en sentido literal: hay prefacios irónicos (baste recordar, por ejemplo, los de Thackeray en algunos capítulos de su Vanity Fair). Si bien Burns empieza distanciándose del núcleo popular de «Halloween», presentándolo casi como un resto arqueológico preservado en seres primitivos que servirá para entretenimiento de «mentes filosóficas», en esas líneas introductorias tan formales la distanciada voz no es la voz de Burns ni la de ninguno de sus alter ego: sencillamente, no es la voz de un poeta, sino la de un guía turístico. Y, además, a ese prefacio le sigue de inmediato un epígrafe de «The Desserted Village» (1770), de Oliver Goldsmith, que empieza: «¡Sí! Dejad que los ricos se burlen, que los orgullosos desprecien...».

Burns adula el predecible esnobismo de muchos lectores al hablar del estado «primitivo» de los «menos ilustrados» para desarmarlos y convertir su poema en un caballo de Troya que mete de contrabando en el universo literario de las élites la «grosera» cultura de la Escocia rural. Y conforme avance el poema les obligará a leer y a fisgonear, a espiar desde afuera, con envidia, esa vida que no entienden, deseando en vano unirse al loco baile de las brujas. Despertará un deseo que haga tambalearse el desprecio de los privilegiados que visitaban las aldeas de los rústicos, forasteros demasiado remilgados para los ritos de la festividad, de pronto ineptos en un universo desconocido, cuyos habitantes podrán ser «aldeanos alegres y amistosos» («merry, friendly, countrafolks») que ya no llevan lanzas, pero llevan consigo todo un mundo diferente de creencias y valores que pueden hacer trizas los suyos. Porque, a fin de cuentas:

What is title? What is treasure?

What is reputation’s care?

If we lead a life of pleasure,

‘Tis no matter how or where!

Estos versos no los escribió Burns en «Halloween» sino en otro poema, que en realidad es una canción, de 1785, titulada «Love and Liberty: A Cantata» y más conocida como «The Jolly Beggars» («Los alegres mendigos»), publicada póstumamente.

¿Qué es un título? ¿Qué es un tesoro?

¿Qué es cuidar la reputación?

Si llevamos una vida de placer,

¡no importa cómo ni dónde!

El poeta Robert Burns fue el mayor de siete hermanos, nacido la noche del 25 de enero de 1759 en el pueblo de Alloway, en Ayrshire, hijo primogénito de una familia de campesinos que trabajaban en tierras arrendadas, y dio signos de raro talento desde muy niño. Escribió sus primeros poemas a los quince años, y la publicación de su primer poemario en 1786 causó impacto y lo hizo célebre desde los veintisiete. Murió una década después, en su casa de Ellisland, cerca de Dumfries. En «The Jolly Beggars» cantó con la desafiante alegría del sucio y desharrapado grupo de vagabundos de Ayrshire que una oscura noche encontró de juerga, bebiendo en la taberna de Poosie Nansie, en Mauchline, y sus palabras han dado vida eterna al terrible, delirante esplendor de aquellas voces.

Burns fue muy versátil, pero, al mismo tiempo, es inconfundible. Burns supo ser muchos, pero, al mismo tiempo, siempre fue Burns. Por eso afirmo lo que afirmo sobre la verdadera intención y el sentido real de «Halloween». Ese poema y la canción «The Jolly Beggars» son muy distintos, pero es imposible no reconocer a Burns en ambos, al fondo, escribiendo, sonriendo y bebiendo en la mesa de madera de una taberna. Y cuando cantamos los versos de Robbie Burns sobre esa noche inmortal de cerveza y carcajadas entre los mendigos y los vagabundos, y cuando leemos los versos de Robbie Burns sobre esa festiva noche del final de la cosecha entre los vivos y los muertos, recordamos cómo sigue aquel viejo poema de Goldsmith que Burns nos coló adrede en el mencionado epígrafe de su caballo de Troya: «And fools, who carne to scoff, remain’d to pray»… «Y los tontos, que venían a burlarse, se quedaron a rezar».

(Traducción al español de los versos, frases, pasajes y términos en inglés citados en este artículo: Julián Sorel)

juliansorel20@gmail.com

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