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Finalizadas las elecciones municipales del domingo 10 de octubre, recibí una abrumadora cantidad de mensajes de amigos y familiares. Intercambiamos toda clase de comentarios sobre el resultado, en su mayoría dolidos. La sensación predominante fue de impotencia.
Ahora bien, entre el lunes y el martes posteriores a estas elecciones volví a recibir, escuchar y leer muchos comentarios de conocidos míos, pero ya con ganas de hacer catarsis: tirando palabras de odio hacia la ciudadanía, hacia el Partido Colorado, hacia el Partido Liberal, hacia algunas figuras del sector progresista, metiéndolos, en fin, todos en la misma bolsa de la indignación.
Despertada la rabia dormida que muchos tenían –y entendiendo que el impacto fue muy duro en todos los municipios–, obviamente, era imposible contenerlos en tal estado. Entonces, una vez calmadas las aguas, decidí redactar algo corto para enviarle a cada uno un mensaje en respuesta a esa rabia: «Era de esperarse, pero no tiren toda la culpa a la ciudadanía, pues es también otra acción política la que ejercieron: la ausencia. ¿Existió el “voto castigo” en algunos casos? Sí, pero también existió el voto ausente, aquellos votos que hubieran podido, capaz, marcar la diferencia. La narcopolítica actuó con todo, antes de las elecciones y durante su desarrollo, y, por supuesto, lo seguirá haciendo (y de repente el triple): seguirán matando y secuestrando líderes y actores políticos, y seguirán realizando sobornos a mansalva. En fin, lo que ya sabemos».
Entonces, creo haber sido claro en reiteradas ocasiones, en algunos posteos que había hecho en redes sociales, acerca de que el voto es una de las tantas herramientas de las que dispone la ciudadanía para ejercer el poder que tiene. Pero la otra herramienta indispensable que tiene –y capaz sea la mayor de todas–, es la de estar organizados. Y lo seguiré sosteniendo por mucho tiempo.
La ciudadanía tiene la opción libre, en días de elecciones, de ir a votar, o no ir. La única opción que nos está prohibida es la de no indignarnos. No indignarnos e ignorar lo que está pasando es lo que no nos está permitido. La ausencia de tal sentimiento supone renunciar a nuestro rol como ciudadanos.
No hablar de política, extirparla de nuestro vocabulario, es, ante todo, ser las personas más políticas. Ser «apolítico» es votar día a día, hora tras hora, segundo tras segundo, a favor de que sigan faltando insumos en los hospitales, a favor de que nos suban el precio de la canasta básica como resultado de la suba del combustible, a favor de que nos jodan la educación imponiendo salarios miserables a los docentes y dejándonos en malas condiciones las aulas, a favor de que pongan tras las rejas a quienes denuncien estas imposiciones malditas. Con todo esto no haremos otra cosa que fomentar la inseguridad en todas sus formas y legitimar la creencia en que es la masa social la que, por arte de magia, crea ciudadanos inadaptados.
No hablar de política genera todo eso; omitir la política de nuestra vida da como resultado una seguidilla de violencia. No hablar de política hace que la nueva forma de gobierno sea hoy el sicariato –ya en el continente impera tal sistema–, que confirma la tesis de la participación plena y total del narcotráfico. Hoy más que nunca se hace presente la prebenda, lo cual también confirma la injusta acción de la «Justicia». La función pública, en tal estado, contradice la noción del bien común y pasa, más que nunca, a ser una pura y grosera entelequia.
Así es como lo público deja de existir frente a lo privado, y quizá el ejemplo más vivo que cabe mencionar en este momento sea el manejo de ambas binacionales –un tema que ataca directamente el «orgullo» de todos los paraguayos–, desde el momento en que este manejo responde a un grupo minúsculo de personas con alocados salarios y que no hacen otra cosa que despilfarrar lo público en beneficio de intereses particulares. Nuestra movilidad pasa a ser también el día de hoy el juego de lo privado (la excesiva suba del pasaje de la mano del sector empresarial); de nuestro pan, el pan de cada día, nos privan a cada hora, como dije más arriba, con la suba de la canasta básica.
En fin, no creo que sea saludable centrarnos, después de las elecciones, en un análisis vulgar y vacío que no nos lleva a ningún lado y que no ataca la raíz de las situaciones y problemas que nos agobian. Quedémonos con los hechos que siguen aconteciendo dentro del seno político-social para así poder salir, como decía Roa Bastos, de nuestro «año cero». Pero también actuemos de manera consecuente para poder llegar al punto de entender y de hacer entender, que esa es la otra manera que tenemos de elegir.