El sentido secreto de la historia de Nippur de Lagash

Recordamos al recientemente desaparecido historietista paraguayo Robin Wood (1944-2021) con este artículo sobre la serie estrella de la Editorial Columba.

Nippur dibujado por Olivera.
Nippur dibujado por Olivera.gentileza

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A Nippur se lo llamó «el tuerto de Lagash» desde que una flecha le hirió el ojo en julio de 1978 en el episodio «Laris, sobre el espejo del desierto». El daño no es solo físico: evita los caminos donde puede toparse con enemigos, sufre alucinaciones, se disfraza de mendigo... En dos palabras: tiene miedo. Los héroes de Robin Wood son de los que tocan fondo. Su imperfección –que siempre se menciona pero nunca se explica, así que aprovecharé para hacerlo brevemente– no es fruto del azar sino necesidad de una narrativa en la que cumple la función paradójica de generar respeto, porque lo que nos admira en ese tipo de héroes es que a pesar de todo encuentren en sí mismos la fuerza necesaria para salir airosos.

A esta altura, los lectores ya saben de qué trata este artículo y el triste motivo que vuelve, por desgracia, necesario escribirlo. En términos periodísticos, obviamente, es noticia vieja: hace ya una semana de la muerte del creador del tuerto de Lagash, el domingo pasado. Pero como El Suplemento Cultural sale los domingos y hubiera sido imposible publicarlo antes, podemos olvidar esas convenciones, salvo para aprovechar que los datos del luctuoso hecho son ya lo bastante conocidos como para ahorrarnos el repetirlos aquí.

Nippur dibujado por Lucho Olivera.
Nippur dibujado por Lucho Olivera.

Poco o nada se entiende en Paraguay de las razones por las cuales Robin Wood (Caazapá, 24 de enero de 1944-17 de octubre del 2021) fue –como se señala, eso sí, con frecuencia en nuestro medio– relegado a cierto margen durante gran parte de su larga carrera de guionista de historietas. Se suele hablar de un supuesto desdén elitista por el cómic –puede parecer un anacronismo, pero es una de las creencias tradicionales que muchas voces que a nivel local se consideran autorizadas en materia de cómic comparten–. En realidad, el asunto es más complejo e interesante. La crítica y la historiografía de la historieta argentina, en particular la línea encabezada por Carlos Trillo y Guillermo Saccomanno, ha tendido a imponer un tratamiento diferenciado de obras y autores en función de su vinculación editorial. Nippur de Lagash fue la joya de la Editorial Columba, sello que durante la «época de oro» de la historieta argentina, en las décadas de 1950, 1960 y 1970, imprimía tiradas millonarias de sus revistas El Tony, Fantasía, Intervalo y D’Artagnan: en las páginas de esta última nació el héroe sumerio, cuyo éxito fue tal que desde 1979 tuvo revista propia, Nippur Magnum, también de la Editorial Columba. Robin Wood fue la estrella de la Editorial Columba, y la versión dominante en el campo cultural argentino desde fines de la década de 1970 presentó a la Editorial Columba como portadora de convencionalismo en materia gráfica y narrativa, y de ideologías de derecha en materia política. Fuera cierto o no este relato sobre la línea de la Editorial Columba (que también ha alimentado una ficticia oposición Wood / Oesterheld, representados a veces como adversarios e incluso como figuras de «derecha» e «izquierda», respectivamente) determinó que –mediante una práctica relativamente usual en todos lados, que puede utilizarse también contra textos y autores de este mismo diario, por ejemplo– se fuera relegando a sus autores –a unos más que a otros: la doble vara siempre es parte de los procesos de legitimación y deslegitimación–. Así lo han expuesto, entre otros estudiosos, Roberto Von Sprecher («Aproximación a Nippur de Lagash: 1967-1980», en Estudios y Crítica de la Historieta Argentina, octubre del 2008) y, con particular claridad y dureza, Iván de la Torre («Borrados de la historieta argentina», en: Revista Replicante, 10 de marzo del 2012).

Como no podemos extendernos en digresiones –porque la vasta obra de Robin Wood, así como los temas (laterales) de su recepción inicial, su mayor aceptación posterior, etcétera, son asuntos para los cuales el espacio de hoy nos quedaría corto–, tenemos que acotar esto, y qué mejor forma de agradecer el placer que nos siguen regalando sus viñetas que recordar esa obra que les valió el primer gran aplauso del público tanto a nuestro guionista como al dibujante Lucho Olivera, la saga del héroe tuerto de la mítica Lagash, publicada en entregas en 447 episodios entre 1967 y 1998 por la Editorial Columba.

Nippur dibujado por Olivera.
Nippur dibujado por Olivera.

En mayo de 1967, el número 151 de D’Artagnan trajo «Historia para Lagash», veinticuatro páginas de aventuras de un guerrero gráficamente heroico desde las primeras viñetas, con su capa de piel, su casco y su brazalete, en lo alto de su carro de dos caballos. A la Editorial Columba le llovieron cartas –¿Qué iba a pasar con Nippur? ¿Volvería a Lagash? ¿Lograría liberarla?– y el entusiasmo del público hizo de aquel episodio el primero de muchos. Así comenzó la saga del sumerio, hijo de «la ciudad de las blancas murallas», general y hombre de confianza del rey Urukagina, respetado y temido en las tierras de Mesopotamia.

Nippur de Lagash llevaba la ciudad en su nombre y en su ser, como Tomás era el Aquinate, como Aristóteles era el de Estagira. Más aun, porque las victorias de Nippur eran victorias de Lagash, porque Nippur era Nippur por su lugar en Lagash y porque Lagash era Lagash gracias a hombres como Nippur. Nippur no solo era de Lagash: Nippur era Lagash, y donde Nippur fuera, Lagash iba con él.

Nippur dibujado por Olivera.
Nippur dibujado por Olivera.

Pero un sacerdote traidor se conjura con el enemigo, el rey es asesinado, Lagash queda bajo la tiranía del invasor y Nippur deambula sin rumbo por ciudades y desiertos soñando con volver y liberar su ciudad. Ahora es Nippur el Errante. Sin el mundo que daba sentido a su existencia y a su nombre, rotos sus lazos con la sociedad, el desarraigo le ha robado todo; ya no es general del rey ni ciudadano de Lagash: es «nadie de ningún lugar». En mi lectura, el sentido secreto de la historia de Nippur cabe en tres frases: regresar a Lagash es regresar a sí mismo, recuperar Lagash es recuperarse, pero todo regreso es imposible.

En marzo de 1990 aparece en la revista Nippur Magnum el episodio «El círculo completo», donde Nippur regresa a Lagash, pelea con el invasor y lo derroca tras veinte años de tiranía. Su venganza está cumplida y su enemigo está muerto: llegamos al clásico punto final del «happy end», pero en virtud de ese sentido secreto ese punto se transforma en un misterioso inicio. «Mi vida, luego de la batalla de Lagash, se ha convertido en una tablilla sin signos. Como si al recuperar la ciudad madre hubiese hecho todo lo debido y ya no quedara más por hacer», dice Nippur, enfrentado al vacío que ha dejado la desaparición de su oponente: su triunfo llega tarde y su meta ya no es tal, porque él mismo ya es otro, y para tomar una decisión sobre el destino de la ciudad liberada se interna en el desierto, soledad que ya le es más suya que la por tan largo tiempo añorada vida entre sus semejantes.

Nippur dibujado por Olivera.
Nippur dibujado por Olivera.

Nippur decide reinar hasta que Lagash pueda valerse sin su guía; trabaja para reconstruirla, escucha los problemas de sus súbditos, imparte justicia en persona, consigue agua para los sembrados, toma la azada con los labriegos. Es rey de Lagash sin serlo, puesto que cumple todas sus funciones de rey de Lagash pero no se siente rey de Lagash: «Yo no soy un rey. Tal vez podría haberlo sido hace mucho, pero los años y los caminos me cambiaron. El trono me lastima el trasero y la corona me hace sudar la cabeza…». Sabiéndose ya forastero para siempre en todas partes, dice en «Oración por Lagash»: «Ah, mi Lagash de las blancas murallas… Tanto nos hemos amado… y ahora que estamos juntos descubrimos que hemos perdido la capacidad de poder estar unidos». Pienso que el que regresa siempre es otro y el que partió nunca vuelve, y que por eso Nippur solo puede ser Nippur de ningún lugar y de todos; que, después de toda una vida de habitar los caminos, ya son parte de él esos lugares de tránsito de los que hizo morada: «Quiero volver a los caminos…».

En «El adiós a Lagash», Nippur toma sus cosas y marcha hacia la puerta de la ciudad. Los habitantes de Lagash contemplan en silencio el paso de su héroe. Al pie de las murallas, para decirle adiós, está el general Lamir. Para él, Nippur seguirá siendo su soberano, que lo ha designado para reinar en su ausencia, voluntad que obedece.

En cinco viñetas, Nippur camina hacia la puerta de la ciudad mientras el pueblo de Lagash lo mira en silencio, Lamir sale al paso de Nippur en esa puerta, la mano derecha de Nippur se posa en el hombro de Lamir confirmando el traspaso del trono de Lagash, Nippur cruza las blancas murallas, Nippur se aleja sin mirar atrás.

Atrás queda la vida en la ciudad que fue suya, entre sus semejantes; frente a él, la soledad de los caminos que se han vuelto parte de él, que se han vuelto él. Todos los exiliados y los viajeros comprendemos en algún momento que quien fue forastero durante mucho tiempo ya no dejará de serlo nunca. Hace unos años, conversando con un profesor estadounidense especialista en cómic, le dije que para mí Superman es una metáfora del exilio; que, aunque el propio exiliado al principio no lo sepa, su hogar es irrecuperable. Para todos los efectos prácticos, ha estallado en mil pedazos, como Kryptón, y jamás podrá regresar a él, porque ya no existe. Ahora, al escribir esto, pienso que quizá la historia de Nippur de Lagash sea una metáfora más clara y heraclitiana aún que la de Superman, porque ni el río ni el que se baña en sus aguas son (ni vuelven a ser, ni han sido nunca) los mismos, porque la ciudad de las blancas murallas sigue físicamente donde siempre estuvo pero Nippur comprende que (ya) no está allí ni en ninguna parte, como él, Nippur, tampoco es (ya) Nippur, y cuando lo comprende parte y se aleja sin mirar atrás, y –sabrán excusar el reconocimiento, quizá un tanto salvaje, de la cruda, redonda metáfora final– seguramente Robin Wood, por alguna razón –errante, migrante, viajero, a fin de cuentas, él mismo– sabía qué alto es el precio que hay que pagar por este desaprender todo que al mismo tiempo es un aprendizaje, cuán caro se paga este saber liberador aunque trágico –tan caro que a Nippur le costó, literalmente, un ojo de la cara–.

juliansorel20@gmail.com

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