Dean, el inmoral. Cuarta entrega: El lugar donde se ve

El reciente estreno de una obra del reconocido actor y dramaturgo Arturo Fleitas inspira al maestro Agustín Núñez –dramaturgo, actor y formador de actores, director y formador de directores– esta serie inédita de reflexiones acerca del trabajo teatral. A la primera parte, centrada en el libreto, la segunda, sobre la dirección y la puesta en escena, y la tercera, que aborda el trabajo actoral, las sigue esta cuarta y última entrega, dedicada a la visualización.

Fotografía de Hugo Barrientos.
Fotografía de Hugo Barrientos.montserrat alvarez

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Según Stella Adler, una de las grandes formadoras de actores del siglo pasado, el teatro se define como «el lugar donde se ve». ¿Qué se ve? Se ven imágenes de episodios de la historia, de facetas de la vida en sus momentos de grandezas o miserias, del conflicto humano y también de sus anhelos e ilusiones. Es decir, un lugar donde el lenguaje de las imágenes es de fundamental importancia para el desarrollo de la trama que quiera contarse en la escena.

Esto podemos observarlo, y de manera impecable, en Dean, el inmoral. Durante una hora y media, sus personajes están en continuo movimiento, invadiendo los más íntimos espacios de la escena sin repetir gestos ni ademanes. El lenguaje corporal, a veces realista y a veces no, va encadenando imágenes cargadas de significados que están latentes, en una forma u otra, en el inconsciente colectivo.

Hay imágenes sublimes, como los recuerdos de infancia con la madre, donde el tema de Benny Goodman Serenata a la luz de la luna irremediablemente cala profundo. O el enfrentamiento –ella, monolítica; él, desesperado y dolido en su amor propio de niño caprichoso– entre Pier Angeli y Dean. Ambas escenas –por mencionar solo dos de esos momentos– imprimen a la obra un alto nivel de dramatismo.

La escenografía es minimalista, pero no se escatimó en la calidad y funcionalidad de los pocos elementos empleados. El dispositivo escénico lo conforman una pequeña tarima circular con un farol de calle, una gran escalinata realizada en base a una cuadrícula de hierro y pocos cubos de aproximadamente sesenta centímetros de altura, que los actores meten y sacan de escena dándoles diferentes usos. Todo se desarrolla dentro de una cámara negra, heredada de los tiempos de apogeo del existencialismo, que tiene mucho que ver con el mundo de Dean. La iluminación, a cargo de Martín Pizzichini, crea microclimas y nos traslada a diferentes ciudades y espacios. En Nueva York predominan los colores fríos, con amplia presencia de tonos azulados. En las escenas de pueblo y de campo se recurre a una luz blanca con destellos amarillentos. En otros momentos, el uso de luces cenitales confiere una cierta impronta de crueldad o dureza a los personajes.

Cabe destacar la escena del tren, en la que Dean supuestamente se desplaza entre los vagones buscando la cercanía al ataúd de su madre. O la de su excursión anónima a un cine de barrio, donde con solo una luz intermitente se nos trasporta a ese ambiente pequeño y recogido. Sin lugar a dudas, se demuestra una vez más que el talento va por el lado creativo y recursivo, y no por el del dinero, aunque Julieta Benjamín, la productora, tuvo que sortear serios problemas para cubrir las necesidades escénicas de la obra.

El diseño de escenografía estuvo a cargo de Adriana Ovelar. El vestuario es una recreación de la época y está realizado por Tania Simbrón. Presentar desde el comienzo a Dean sin zapatos nos advierte de entrada que la obra no maneja un código ceñido al realismo. En gran parte de la obra él permanece en ropa interior, como si estuviera conversando con personas de mucha confianza. El color rojo aparece en la recreación de una escena del film Rebelde sin causa, respetando el vestuario original y marcando la violencia de la misma. Simbrón también vistió a Pier Angeli de rojo intenso, deduzco que relacionándolo con la pasión desatada entre ambos, aunque me cuesta asociarla al rojo, dado que ella se caracterizó por ser una actriz diferente a las divas de momento. Católica, siempre mesurada, lejos del mundillo escandaloso del cine, controlada al máximo por su madre y vistiendo por lo general colores más bien de tonos pastel. El maquillaje de los actores es natural, mientras que el de la actriz ya está más elaborado para poder así interpretar los diferentes roles. La adecuada articulación de los diferentes elementos visuales, escenografía, utilería, vestuario, maquillaje, iluminación y cuerpos cargados de gran expresividad y energía nos deja como saldo una muy agradable sensación de haber «visto» una obra con clara propuesta estética y, además, generadora de una serie de reflexiones e interrogantes surgidas por asociación analógica con nuestras propias vidas.

arcangel134@yahoo.com

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