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En Rusia se escribe mucho.
De hecho, es un país (o varios en uno) que desde tiempos de Pushkin y Gogol ha dado al mundo de forma casi continua algunas de las obras literarias más brillantes y despiadadas que conozcamos: La guerra y la paz, Doctor Zhivago, El jardín de los cerezos, El primer círculo, La madre, y así, y así, la lista podría extenderse hasta el fin.
El armario de acero (España, 2014) abreva de esa escritura violenta y urgente. La editorial española Dos Bigotes ha conseguido, de la mano del poeta y crítico Dmitry Kuzmin, una poderosa compilación de obras inéditas en español de casi una veintena de autores de la Rusia contemporánea. Muchos de ellos en el exilio, hay que decirlo.
Cuentos, poesía, relatos históricos, junto a otros parcial o totalmente autobiográficos, lo surcan de principio a fin de manera aleatoria. Cada autor imprime su estilo y su marca en el texto: no existe homogeneidad de estilo en la compilación.
¿Qué congrega, entonces, a escritores tan disímiles? A su manera, cada uno ha buscado retratar artísticamente lo que nos advierte el subtítulo del libro: los amores clandestinos en la Rusia actual.
Y cuando decimos clandestinos no es sólo un gancho publicitario.
Como señala uno de los autores, «En los últimos años en Rusia las cosas han ido de malas a peores». Y no es para menos:
-En el 2012, el ayuntamiento de Moscú dictó una ordenanza que prohíbe por los próximos 100 años (¡literalmente, toda una vida, señores!) la realización de manifestaciones del orgullo de la diversidad sexual.
-En el 2013, la Duma (el parlamento) aprobó una nueva norma «contra la propaganda homosexual», que lisamente censura cualquier expresión en los medios de comunicación o el espacio público de «relaciones sexuales no tradicionales». Según sus impulsores, serviría para «salvar a la infancia de las desviaciones y la perversión».
«Un museo de grandes novedades», cantaba el inmenso Cazuza hace varias décadas.
Otro tanto le siguió en el 2017, cuando la Duma despenalizó la violencia de género «siempre que esta no requiera hospitalización». Y más recientemente, 2020, el gobierno impulsó una reforma constitucional que señalaba el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer, aplastando toda esperanza de reconocimiento legal de la diversidad sexual.
Ante semejante panorama estepario, la escritura no sólo es una oportunidad para dar lugar a la belleza, sino también un acto de rebeldía.
Rebeldía contra los hocicos blindados de una clase dirigente que ha desarrollado una peculiar forma de amor y afecto hacia los Estados policiales. Pero también contra las visiones demasiado estereotipadas de un público occidental poco proclive a adentrarse en la diversidad cultural del país, tanto o más vasta que su propio territorio.
No se asuste, querido lector. No hay aquí una antología de las lágrimas. Habrá sexo, romances de verano, otros que atraviesan las décadas, o simplemente tórridos encuentros fugaces. El horror también está, sí. A veces como bestia atroz que todo lo arrasa, otras como tímido eco invernal en medio de un día vibrante.
Ante todo, se encontrará con decenas de historias de personas disputando a la vida y sus caprichos un espasmo de felicidad.
Dejemos al fin que la obra hable con su propia voz, y prestemos unos segundos de atención a estos versos de Sergei Finogin:
«Se retorcía tu cuerpo en la oscuridad,
el más simple y humano amor,
indefenso,
y con un último suspiro,
los dedos armados,
con toda tu voluntad se alzó una voz
pidiendo un último esfuerzo más,
llamando a la felicidad,
y por este último esfuerzo
la felicidad te recompensará.
Engáñate a ti mismo mientras sueñas
con tus manos alegres, malvadas,
las mismas con las que antes Lo abrazabas,
y ahora mira cómo se levanta
con esta triste humanidad,
se yergue,
lentamente.
Asciende»