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«Los comentarios machistas son la redención de las frustraciones sexuales». Carlos Monsivais.
La hipótesis berrinche: ¿Fuentes? A donde vamos, no necesitamos fuentes
Y así llegó, como llega la noche, la revolución de los estúpidos. Difícil analogía la de la nocturnidad, porque implica dos presupuestos: (a) Que la noche fue lo que le sucedió al día. Es decir, hubo día. Hubo luz. (¿Hubo luz?); (b) Que, posterior a la noche, luego del letargo universal, participaremos indefectiblemente de un amanecer precipitado por el espíritu inmortal del tiempo. No se encuentran suficientes datos estadísticamente comprobables de la hipótesis. Fin de la investigación. Se publica. Ahora, vamos por las milanesitas.
Decía Horowicz en entrevista con Sztulzwarc (1): «Un reformista cree que si cambia el discurso cambia la estructura. Un revolucionario cree que si cambia la estructura, cambia el discurso. Y nosotros, decía Foucault, sabemos que el discurso es una estructura».
Horowicz, Stulzwarc, Foucault. Empezamos suavecitos el artículo. Los primeros dos, argentos choriplaneros, el tercero un putito franchute reventado. Los atraviesan el tiempo y ciertas preocupaciones coincidentes: la función del discurso en la constitución del poder y la dominación.
A medida que avanza este artículo, por cada párrafo, el Brasil de Bolsonaro acumula miles de muertos. Si llegase a escribir en este artículo la cantidad de palabras como muertos tiene Brasil por día, sería un artículo demasiado extenso. Usted, querido lector, perdería el interés en él, así como perdió el interés en los muertos de Brasil.
Todavía recuerdo firmemente al brillante analista político que en el 2016 me dijo «Trump no va a ganar las elecciones, su discurso es muy estúpido. Los yanquis tendrán sus deslices, pero no lo van a votar».
A medida que avanzaba este lustro estúpido de figuras estúpidas acumulando estúpido poder, podemos identificar los síntomas de la época que habilitan el diagnóstico: estamos viviendo una revolución de estúpidos.
Vemos así a un economista argentino despeinado gritando enfurecido por la pantalla del televisor. Habla la lengua de los economistas, sobre variables de inflación y cepo tarifario. Javier Milei condensa en su discurso el espíritu del tiempo posmoderno: la incoherencia, las falacias, el abandono del rigor histórico, todos elementos innecesarios ante la evidencia de la hipótesis berrinche. El que grita más fuerte, vencerá. No hace falta tener razón ni fuentes, a donde vamos no necesitamos fuentes, necesitamos, al parecer, garganta. Es así como el economista argentino, en una operación posmoderna de manual, vacía de contenido significantes para alojar en ellos nuevos significados. Cataloga a Mauricio Macri como «izquierdista socialdemócrata», al presidente del gobierno que devaluó la moneda sacando todos los controles de cambio, que recortó el gasto en tarifas de servicios esenciales, que desarticuló programas sociales como el «conectar igualdad» (que entregaba computadoras a niños de familias de escasos recursos), que bajó sustancialmente las retenciones al campo, y bajó los aranceles a productos extranjeros y a los productos de lujo, entre otras medidas extraídas de un manual de derecha neoliberal. Se refiere a Cristina Kirchner como comunista; presidenta cuya gestión habilitó el glifosato de Monsanto, votó a favor de la ley «antiterrorista», reprimió a los trabajadores de LEAR y ubicó a grandes referentes de la brutalidad policial al mando de la gestión en seguridad. Repetir conmigo, a donde vamos no necesitamos fuentes, rigor histórico ni coherencia. Milei habla de libertad –no, perdón, no habla, grita– haciendo loas al régimen liberticida bolsonarista, o flirteando con figuras representativas de las dictaduras militares de América Latina. La libertad de la libre economía de libre mercado pinochetista, que homologaba la libertad de las ratas de pasearse libremente por los resquicios vaginales de disidentes políticos del régimen económico liberal. A esta altura del párrafo, la palabra libertad desvanece su sentido y da paso al trance hipnótico de la reconstrucción semántica.
Si en un párrafo eso fue posible, señor lector, señora lectora, imagínese lo que hacen más de 200.000 reproducciones por video del melódico señor Milei. La libertad hecha jingle. La libertad hecha jingle en un packaging áspero, bruto y tosco, con títulos de video virales como «Javier Milei destruye a zurdo empobrecedor», «Milei le cerró el culo a neo-keynesiano», «Milei humilla a cerdo kirchnerista» o «Milei liquida a xxxx». La reducción de la política al berrinche amarillista y a la lógica de la lucha libre, metáfora precisa, ya que la lucha libre comparte con el concepto de libertad de Milei atributos similares: la lucha libre ni es libre (es guionada), ni es lucha (no se pegan de verdad). Es pura espectacularización de la violencia, entre la pirotecnia de masculinidades frágiles sobrenutridas de esteroides.
Ok, eso no es, pero, entonces, ¿qué sí es?
«Liquidar. Destruir. Aniquilar. Demoler. Humillar. Destrozar. Fulminar. Estos verbos, generalmente acompañados de adjetivaciones denigrantes –zurdo, feminazi, bruta y una larga lista de estigmatizaciones– ya hace un buen tiempo son moneda corriente, sobre todo en Youtube, pero también en otras redes. Abundan en los títulos de videos de los cada vez más variados influencers que tiene la ultraderecha en Argentina y que encuentran en la red de los videos –y también en Twitter– sus principales medios de difusión. La provocación es su principal estrategia. Generan una suerte de goce sádico en sus seguidores al tiempo que una indignación en sus detractores. Ambos efectos alimentan su circulación algorítmica», dice Alejandro Campos en La lengua de la derecha (2).
La filosofía es una fuente enorme y grandiosa de herramientas. Cuando recorremos perdidos nuestras propias incertezas, ¿a quién no le sirvió cruzarse con conceptos elaborados por diferentes autores que ayudan a ponerle nombre a eso que sentimos o pensamos? ¿Que concentran y le dan cuerpo a una cantidad de reflexiones que no logramos interconectar?
Los últimos años de discusión política ubicaron como protagonista a un sujeto revolucionario que paso de ser una periférica amalgama de consignas buena-ondistas a ser uno de los principales alaridos ensordecedores de las bases de organización social. Perdón, no sujeto revolucionario, sujeta revolucionaria. Estoy hablando, claramente, del feminismo, que atraviesa las discusiones políticas con sus reivindicaciones antipatriarcales, interpelando tanto a la derecha como a la izquierda. «Es el patriarcado, estúpido», nos dejan entender las mujeres organizadas que lograron ubicar la agenda de derechos por la igualdad de género como uno de los factores ineludibles de la discusión política.
Volvemos así entonces a Milei que, salpicados por su verborragia, nos deja pensando en cómo es posible que un tipo con un discurso tan fácticamente errado pueda acumular tanto capital político, en especial en las juventudes. A partir de esta premisa es desde donde se puede articular una propuesta sólida para cerrar el círculo de la hipótesis berrinche: a donde vamos, no necesitamos fuentes, ya que no le hablamos a la razón. A donde vamos, necesitamos hablarle al soporte fantasmático. ¿Qué es el soporte fantasmático, diréis, oh noble lector/lectora? El soporte fantasmático es aquella estructura (esqueleto) sobre la que se apoya un discurso (cuerpo), cualquiera fuera, que orienta la intención del mensaje a la búsqueda de algún goce. No es el contenido, es lo que subyace al contenido, que orienta el contenido a la búsqueda de un objetivo placentero no necesariamente explicitado. ¿Alguien cree que la lucha libre es verdaderamente real? No, por supuesto que no. Sin embargo, vende. Y vende mucho. ¿Por qué? Porque el soporte fantasmático de ese producto es la espectacularización de la violencia; un atributo de consumo radicalmente efectivo en una cultura que superpone el capital de la posibilidad de dominación a casi cualquier otro capital.
Decía Monsivais (3) que «la virilidad se expresa de tres formas: la indiferencia ante el peligro, el menosprecio de las virtudes femeninas y la afirmación de la autoridad a cualquier nivel». Va tomando forma así el cierre de la hipótesis berrinche: a donde vamos, no necesitamos fuentes, ya que la razón capitaliza menos que la virilidad. A donde vamos, necesitamos hacer eco en el soporte fantasmático propio de la cultura patriarcal: la búsqueda desesperada por reducir la angustia de la pérdida de masculinidad propia de la interpelación antipatriarcal, terremoto generado por las categorías feministas en auge. A donde vamos no necesitamos fuentes, necesitamos hacer eco en el soporte fantasmático a partir de un discurso cargado de virilidad. Pum, dice Bolsonaro representando el arma con sus manos, gesto que caracterizó su campaña. «Agarrarles de la vagina», suena de fondo el audio de Trump refiriéndose a la forma de seducir mujeres. «Si mi hijo dijera que es gay, trataría de ayudarle. Hay terapias para reconducir su psicología», dice el candidato número uno por Albacete, del partido ultra derechista Vox.
Los representantes de esta ultraderecha liberticida y totalitaria siguen sumando adept0s y adept0s. En gran medida, adolescent0s que se vieron interpelados en su masculinidad por la creciente oleada de liderazgos femeninos y feministas y la onda decreciente de valor socialmente otorgado a las expresiones patriarcales. No me crean a mí, busquen en Youtube (videos, porque en el texto escrito es más difícil impostar) la abultada oleada de influencers de ultraderecha que, ya lo decía Íñigo Errejón (4), se nutren principalmente del antifeminismo y la homofobia. Busquen y tengan a lado una botella de tequila y, por cada frase que exprese: (a) Indiferencia ante el peligro, (b) menosprecio de las virtudes femeninas y (c) afirmación de la autoridad a cualquier nivel, tomen un trago. Si terminan un video de Javier Milei en pie, yo pago la siguiente ronda.
Notas
(1) La ofensiva sensible / Ep. 1: Sztulwark-Horowicz. Extraído de: www.youtu.be/p1SXgXdY_dY
(2) «La lengua de la derecha». Alejandro Campos, 2021. Extraído de: www.trumanmag.com/index.php/2021/06/03/la-lengua-de-la-derecha/
(3) «¿Pero hubo entonces 11.000 machos?». Carlos Monsivais, 1981.
(4) Íñigo Errejón en entrevista con Ernesto Castro, 2020. Extraido de: www.youtu.be/qBO3ZJhhw_g
nicomg91@gmail.com