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«Was ist ein Einbruch in eine Bank gegen die Gründung einer Bank?» Bertold Brecht, Die Dreigroschenoper
Bernard Madoff, el estafador que se volvió multimillonario con el mayor esquema Ponzi de la historia, ha muerto el miércoles después de dejar expuesto el funcionamiento del sistema financiero como –parafraseando al periodista Steve Fishman– solo un delincuente lo podía hacer. La longevidad de su fraude, que se sostuvo durante décadas, agregamos nosotros, no tiene parangón más que en la propia banca, sostenida en las connotaciones incorpóreas de un símbolo –el dinero– que, si desde su origen fue enteramente abstracto y determinado en su valor por la arbitrariedad de las convenciones, evolucionó a lo largo de los siglos hasta cobrar la autonomía desde la cual hoy se arroja al vacío de la virtualidad operando sobre la realidad con creciente poder.
Los inversores de la compañía de Madoff se quedaron en la ruina; unos quebraron, otros se suicidaron. Su primogénito, Mark Madoff, se mató colgándose con un cinto de una cañería del techo de su departamento en el Soho. El otro hijo, Andrew, murió a causa de un cáncer cuya recurrencia atribuyó al estrés causado por el fraude que su padre había cometido.
Madoff fue atrapado en el 2008, cuando la crisis asolaba Estados Unidos, país empujado entonces al borde de la bancarrota precisamente por el sistema financiero, un sistema cuyos voceros coincidieron inmediatamente con la prensa, la sociedad y la Justicia (y el cine) en pintar el retrato de Madoff como excepción criminal o «manzana podrida».
La versión de Madoff hasta el final fue otra: el sistema financiero había hecho durante todo ese tiempo la vista gorda porque esas operaciones que terminaron llevándolo a la cárcel a otros los beneficiaban demasiado como para reparar en su naturaleza fraudulenta. «I made them hundreds of millions», le dijo Madoff a Steve Fishman (1): «Yo les hice ganar cientos de millones». Nadie examinó los detalles, todos tomaron el dinero (de los inversores).
El banco JPMorgan Chase se reconoció culpable de no haber investigado debidamente las operaciones de la compañía con sede en Nueva York que Madoff había fundado en 1960, Bernard L. Madoff Investment Securities, pese a la existencia de detalles sospechosos (2). Por su parte, la firma Fairfield Greenwich Group, como señaló un artículo de The New York Times publicado en diciembre del 2008 (3), días después del arresto de Madoff, se presentó públicamente como una víctima más del fraude, pero sus documentos internos registran ingresos de más de 500 millones de dólares en concepto de honorarios procedentes de la compañía de Madoff, honorarios que fueron casi en su totalidad a parar a un selecto puñado de ejecutivos de Fairfield –firma que, como consta también en sus documentos internos, mientras recaudaba dinero en todo el mundo para la compañía de Madoff, se comprometía formalmente a monitorear con cuidado y rigor las inversiones de Madoff (compromiso que, al parecer, no supo, no pudo o no quiso cumplir)–.
Bancos, fondos de cobertura, entidades financieras recaudaron grandes ganancias a cambio de dirigir inversiones hacia Bernard L. Madoff Investment Securities. ¿No sabían nada? De los pequeños inversores, en cambio, hoy podemos decir que nada sabían. Confiaron en sus asesores financieros, vinculados a instituciones de tan sólida fachada como, entre otras, el Banco Santander, que prometían vigilar rigurosamente las operaciones de Madoff. Huelga decir que Madoff no se los permitía. ¿Pero hubiera podido Madoff llegar tan lejos y durante tanto tiempo sin la complicidad de grandes instituciones financieras? Por supuesto, existen ladrones –para decir la melancólica verdad– a los que nadie arresta.
Bernard Madoff fue arrestado el 11 de diciembre del 2008. Con la explosión de la burbuja inmobiliaria y la recesión de aquel año, la mayor desde 1929, atrapado entre los clientes antiguos que necesitaban recuperar sus ahorros y la creciente falta de clientes nuevos que invirtieran, el esquema de Ponzi que lo había hecho rico –pagando a los primeros con los aportes de los segundos– colapsó. Madoff confesó a sus hijos que todo el sólido universo de privilegios que habitaban había sido tan solo un largo y gigantesco espejismo. La dorada vida, las bellas residencias, las universidades prestigiosas, las celestes piscinas, los muebles de diseño escondían la nada de unas transacciones fundamentalmente vacías de cualquier otra función que no fuera retroalimentarse sin descanso ni sentido. Horrorizados, sus hijos lo entregaron a la Justicia y Madoff fue condenado a 150 años de prisión. ¿Pero acaso en sí mismo el funcionamiento del sistema financiero no descansa precisamente en esa nada que su caída expuso?
«A mark, a yen, a buck or a pound
Is all that makes the world go around
That clinking, clanking sound…»
No lo sabremos, al menos, por ahora –Money makes the world go around, como cantaban Liza Minelli y Joel Grey en la película Cabaret, de 1972, dirigida por Bob Fosse–.
Mientras duró su buena racha de naipes en el juego de las inversiones, «Bernie» Madoff se convirtió en un hombre admirado. Un hombre con el cual todos deseaban codearse. Un hombre con casas en Manhattan, en Los Hamptons, en Florida... Se convirtió en presidente del Nasdaq. El dinero no es solo dinero: es placer, es respeto, es fama, es poder. La gente sueña con todas esas cosas, y aunque entre los inversores defraudados por Madoff se contó un buen número de clientes lo suficientemente adinerados como para no tener que limitarse a soñar con ellas, cuesta poco adivinar –como todos los Madoff de la tierra saben hacerlo– que millones de potenciales pequeños inversores anhelan durante toda su existencia formar parte de ese mundo inaccesible para ellos. Inaccesible hasta que alguien aparece trayendo la llave misteriosa, el truco mágico, la clave secreta, el milagro que cada cierto tiempo se les vuelve a prometer con algún nuevo esquema de Ponzi. Sin embargo, sobre falsas promesas –de diversa índole, no solo las promesas falsas de las estafas piramidales, sino también las de la «meritocracia» o el trabajo legítimo–, se sostiene en gran parte la conformidad general con un desigual sistema de exclusiones y privilegios dentro del que muchos sueñan con lo que muy pocos tienen. Madoff era un miserable, pero ¿era una excepción? ¿Una «manzana podrida»? ¿O era, sencillamente, uno más entre sus pares? Por muchos memes que hagan con esta frase, nunca la podrán arruinar del todo: «¿Qué es robar un banco, comparado con fundarlo?».
Notas
(1) Steve Fishman: «Bernie Madoff told the truth about one thing: he exposed the financial system as only a crook could», Intelligencer, New York Magazine, 14/04/2021. Disponible en línea: https://nymag.com/intelligencer/2021/04/bernie-madoff-told-the-truth-about-one-thing.html
(2) Ibídem.
(3) Alex Berenson y Eric Konigsberg: «A firm built on Madoff ties faces tough questions», The New York Times, 21/12/2008. Disponible en línea: https://www.nytimes.com/2008/12/22/business/22fairfield.html