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Llegué por primera vez a Paraguay a fines de la década de 1970, en plena dictadura, con represiones policiales y estando aún muy viva y profunda la tragedia de la Pascua dolorosa y la represión de las Ligas Agrarias. Tenía que moverme con extremada cautela para obtener mis documentos de residencia en el país. Tenía muchas ganas de conocer al famoso antropólogo Miguel Chase-Sardi, cariñosamente llamado «Gato», pero me dijeron que, si iba a verlo, los pyragüé se enterarían y sería expulsado del país antes de obtener mi cédula de inmigrante. Así que esperé el momento oportuno, que llegó cuando leí en el diario que Miguel Chase-Sardi impartiría un cursillo, una serie de charlas en el Centro Cultural de España «Juan de Salazar», cuyo director era en aquel tiempo Paco Corral, hombre de ideas sociales y políticas muy abiertas.
Decidí asistir disfrazado para ocultar mi identidad. Me inscribí con un nombre falso, con el que también firmaba la asistencia: yo era Francisco Malves. Nadie me conocía en ese tiempo. Recibí el Certificado de participación con el nombre falso. Pasé desapercibido.
El primer día del cursillo esperaba ver a un antropólogo con ropa de campo, zapatones, desaliñado, ajetreado en su andar y decir. Y me encontré con un gentleman, perfectamente trajeado con saco y corbata, zapatos relucientes y barba y cabello elegantemente perfilados.
Me encantaron las lecciones de Gato. Preciso y ordenado, profundo en sus exposiciones, proyectando fotos de diferentes etnias en sus ambientes naturales, evidenciando situaciones de abandono, falta de tierra, conflictos con supuestos dueños, deforestaciones y quema de árboles para preparar terrenos para cultivos de soja… Noté enseguida que Gato era un antropólogo que no se limitaba a la investigación pura, sino que se involucraba con la causa, la vida y los derechos colectivos de los pueblos indígenas.
Después del cursillo, tuve el privilegio de compartir con Gato y dos compañeros una experiencia de campo entre los indígenas del Alto Paraná. Gato manejaba una camioneta tipo jeep abierta donde cargamos agua, alimentos y todo lo necesario para pasar una semana en el monte. Fue una gran aventura. Era un verdadero maestro, conocedor de los secretos de la selva, sus bellezas y peligros. En la comunidad ava-guaraní de Acaray-mí, todos los indígenas lo conocían. Visitamos a los caciques, los oporaiva (chamanes, también llamados «paí del monte»), al padre Scaratti, misionero del Verbo Divino que nos ofreció establecernos en un aula libre de la escuelita. Ahí organizamos nuestra actividad. Gato trabajaba intensamente con los caciques para verificar los datos recopilados en años anteriores para la obra etnográfica El precio de la sangre, publicada en 1992. Yo lo acompañaba en todas las entrevistas que hacía a los ancianos y ancianas, como un alumnito que aprende de su maestro a hacer entrevistas abiertas y en profundidad, compartiendo la comida y el tiempo alrededor del fuego, escuchando, observando y grabando en la mente todo lo que ocurría alrededor. En los momentos de descanso, en nuestro refugio, conversábamos sobre lo visto y escuchado y cada uno escribía sus apuntes en el cuaderno de campo. En ese tiempo no había computadora ni celulares, pero teníamos grabadoras y cámara fotográfica, que usábamos con permiso de las personas después de algunos días de estar en la comunidad.
Al regresar del campo, Gato nos propuso reunirnos una noche por semana en su casa para hacer lecturas de obras de antropología y filosofía. Fueron tertulias sumamente fecundas que nos abrían horizontes nuevos y nos encendían de interés y de ganas de conocer y hacer. Así decidí ir a vivir al Chaco entre los ayoreos, intentando ser como uno de ellos, morando en una choza como las suyas, sin electricidad ni agua corriente. Iba al río con un balde a traer agua y la ponía en un cántaro para que se refrescara. Gato vino a visitarme y tuve el honor de hospedarlo una semana en mi choza de karanda’y. Fueron intensos y maravillosos días. Conversamos ampliamente con los líderes y lideresas sobre la Ley 904 de 1981, que, por primera vez en la historia de la República del Paraguay, reconoció la existencia de los pueblos indígenas con sus culturas y tradiciones y obligó al Estado a devolverles aunque fuera parte de sus territorios ancestrales.
En 1996, Gato y Adriano Irala Burgos, ya debilitados por sus enfermedades, me pidieron que los remplazara en la dirección del Centro de Estudios Antropológicos de la Universidad Católica y del Suplemento Antropológico. Acepté con gran temor: ¿cómo podía atreverme a continuar esa actividad después de tan brillantes y extraordinarios maestros?
Luego Gato, empeorada su salud, me hizo llamar desde el hospital con una escribana pública y dos testigos para dictar su testamento; en él me pidió asumir la responsabilidad de ordenar y publicar dos obras suyas todavía inéditas.
Una era Palavai Nuu, libro donde Gato da todo de sí: reflexiones teóricas, conocimientos prácticos de la vida de los indígenas chaqueños nivaclé recogidos en décadas de contactos, anécdotas, observaciones críticas, juicios. Con el estilo felino que expresa su apodo, salta con agilidad, lógica y coherencia de una cosa a otra y deja en el lector el gusto de haber leído algo valioso y el deseo de seguir leyendo. Palavai Nuu es un libro cuestionador y polémico que evidencia las difíciles relaciones históricas y actuales entre los pueblos indígenas y la sociedad nacional; una obra que se yergue majestuosa en la antropología paraguaya de la segunda mitad del siglo XX. «No es fácil encontrar en una misma persona el empirismo y la reflexión –escribía el antropólogo español Antonio Pérez tras la muerte de Gato–; él se empeñaba en considerarse solo un aprendiz de etnógrafo, pero, aunque hubiera sido cierto, eso solo ya representaba mucho, tanto que muy pocos pueden ostentar esa dignísima condición de empíricos a pie de obra. Resulta que la ingente masa de datos que Gato obtiene de primera mano la clasifica con criterio infalible, la presenta con la autoridad que exige el libro de estilo de la ciencia y la enmarca en las grandes corrientes de pensamiento de la época».
Este libro, además de permitirnos conocer profunda y críticamente al pueblo nivaclé, es un acceso directo a la vida, el estilo, las actividades de su autor, su dedicación incondicional a la causa indígena del Paraguay y del continente, especialmente después de haber firmado la célebre Declaración de Barbados de 1971 sobre la liberación de los pueblos indígenas.
La segunda obra, Bibliografía temática de la Antropología paraguaya, se publicó recién este año, 2021, y se presentará al público el 24 de marzo en el Parlamento en forma virtual. A lo largo de su vida, Chase-Sardi compiló miles y miles de fichas bibliográficas de artículos y libros publicados sobre Paraguay en cualquier parte del mundo. Es una obra gigantesca, que solo Gato, con infinita paciencia, pudo cumplir. Aparte de los datos técnicos, en cada ficha figuran el tema, el grupo étnico del que se trata, el idioma, etc. Y todas estas fichas fueron ordenadas y digitalizadas en sus últimos años de vida con ayuda de su incansable secretaria Mariela Otazú. Me parece todavía verlo en su estudio, con sus lentes, dictando a la secretaria los datos que él ya no podía tipear. Y recuerdo lo que escribió el antropólogo argentino Adolfo Colombres: «Verlo doblado ante la computadora, ya consumido y trémulo, me pareció el ultimo acto de una larga pasión, de un camino que transitó de un extremo al otro, desde las luchas de barricada de un hombre que hace sus primeras armas, hasta la sabiduría y serenidad intelectual que la vida, en su justicia concede a los ancianos, a los que se sitúan más allá de su propio cuerpo. En esa carrera contra la muerte, Chase-Sardi semejaba un Cristo que, clavado en la cruz de su destino, se conduele más por el dolor del mundo que por sus propias miserias».
Bibliografía
Miguel Chase-Sardi: El precio de la sangre, Asunción, CEADUC, 1992.
––––Palavai Nuu, Asunción, CEADUC, 2003.
––––Bibliografía temática de la Antropología paraguaya, Asunción, CEADUC, 2021.
«Necrología», en Suplemento Antropológico, vol. XXXVI, Asunción, CEADUC, 2001.