Amarcord

A un año de su fallecimiento, ocurrido en enero del 2020, El Suplemento Cultural dedica su edición de hoy a la memoria de uno de sus más valiosos amigos y colaboradores, el escritor y sociólogo Miguel Méndez.

Miguel Ángel Méndez Pereira (Asunción, Paraguay, 1975-2020).
Miguel Ángel Méndez Pereira (Asunción, Paraguay, 1975-2020).Archivo, ABC Color

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Recuerdo ahora noches de verano. Una, por ejemplo, en el patio de aquel centro cultural de tu Asunción natal en el 2011, después de una sesión nocturna del seminario para el cual redactábamos gacetillas de prensa y pequeños textos de uso interno, mientras los asistentes salían de la biblioteca que hacía de aula y, algunos en grupos y hablando animadamente, otros solos y aprisa, se perdían entre las sombras rumbo a la salida de la calle Tacuary.

Eras uno de los organizadores, me habías pedido que te ayudara (así lo expresaste tú, pero tú me ayudaste a mí, y los dos lo sabíamos) y para ello había un pequeño rubro (pequeño lo llamaste tú; a mí me salvó el pellejo, y los dos lo sabíamos). Nos conocíamos de vista hacía mucho, pero cuando, por circunstancias que ahora no interesan, me quedé sin trabajo y, por ende, sin dinero, y la mayor parte de mis conocidos se alejó («Donec eris felix…»), hubo otros, muy pocos, poquísimos, que estrecharon en cambio conmigo vínculos cordiales pero hasta entonces distantes. Tú fuiste de esos pocos.

Te recuerdo alto y alegre saliendo de la biblioteca esa noche cuando yo, payasamente, en el patio, me sacaba selfis con el busto verde moho de Cervantes que se alza frente a ella: «¿Su Oscuridad ya cenó? Acompáñeme al nuevo bar a unas cuadras para planear el temario de la próxima semana y le invito pizza y cerveza».

Recuerdo cómo, mientras bajábamos hacia 25 de Mayo, el azar nos fue poniendo conocidos por el camino desde Tacuary y Herrera. Veo cómo varios se suman y terminamos siendo un grupo de siete u ocho marchando con decisión rumbo a aquel bar o pizzería que acababa de aparecer en el centro de Asunción, y que ya no existe.

Tú (inclinándote, ya todos a la mesa, para susurrarme): Dama Satán, ¿cree que podríamos reunirnos mañana para armar el temario? Así no les parecemos un par de nerds insociables a estos amigos.

Yo: Tiene usted razón, monsieur: sería descortés. Con placer.

(Nos llamábamos por afecto de formas peculiares entre nosotros: madame y monsieur, por ejemplo, o Dama Satán y mon bel ami).

Miguel Ángel Méndez (Asunción, 1975-2020)
Miguel Ángel Méndez (Asunción, 1975-2020)

Recuerdo el verano del 2017; ya vivías en Quito y volvías a Asunción a veces, y yo había trabajado entretanto en diversos lugares y para entonces ya era directora desde hacía algún tiempo de El Suplemento Cultural, y una noche, en nuestra conversación e-pistolar –que se volvió nuestra forma usual de conversar desde tu partida a Ecuador, por la distancia física–, me dijiste que querías escribir para el Cooltural. «Porque si vos estás, yo estoy». Pienso ahora que siempre me apoyaste en cuanto hice (cuando sabías lo que estaba haciendo). Y sobre todo en cómo hicimos todas las cosas que hicimos juntos, «normales» o raras, grandes o pequeñas, públicas o privadas: con placer. Tal vez con demasiado placer, tanto que no supe ver el otro lado de nuestra alegría. No tuve ese acierto, que tú sí tuviste, más de una vez, en mi caso. Porque, desde luego –puedo decirlo ahora–, eras mejor que yo.

Ahora ya puedo ver cómo en el pasado feliz germinó el negro futuro, del mismo modo que veo cómo la sociedad, a golpe de aniversarios y reconocimientos, empieza de inmediato su reconstrucción retrospectiva para disolver lo inadmisible o lo amargo en las idealizaciones que prevalecerán. Supongo que cuando un escritor muere pasa de autor a personaje, incluso si se trata de su propia historia; al menos en eso que se llama «versiones oficiales».

Y a partir de aquel verano del 2017, además de los artículos habituales –las tortugóticas (1), los comentarios de libros (2) o de exposiciones de arte (3)–, creaste una columna que, como subrayabas, no hay que confundir con un espacio de reseñas de películas o crítica de cine: son diálogos no platónicos con el Tío Gervasio. «Su Oscuridad, ¿sabe usté por qué decidí resucitar al Tío Gervasio y el texto disruptivo e impuro en el Cooltural? Porque todo lo que habíamos innovado en lenguaje periodístico fue traicionado, porque todo lo que leo en los medios es lo mismo contra lo que habíamos tratado de lanzar experimentos y porque no hay nada en todo el panorama mediático paraguayo que desafíe al lector: solo lo contrario; en resumen, por todo eso que vos y yo tan claramente sentimos en forma, no sé si igual, pero sí semejante. Así que resucité al Tío, que ya había muerto en un cuento y que ha renacido exclusivamente para el Cooltural». Resucitó en la columna de Cine, Filosofía y Ciencias Sociales, que tenía que diluir y borrar o al menos desafiar no solo los límites de formatos y géneros, sino también la separación entre el papel o la pantalla y las calles con temas que iban a salir primero, y luego a entrar y salir constantemente, del Cooltural a la «vida real» (signifique esto, «real», lo que signifique), y viceversa. Haríamos coincidir las columnas de Miguel y el Tío con sesiones de cine debate al día siguiente, proyectando las películas comentadas la víspera en libérrimas tertulias generosamente regadas con espuma. Lo que surgiera en esas reuniones de acceso libre alimentaría la columna, y la columna haría surgir más cosas en las reuniones posteriores, y todo cobraría vida y movimiento, aunque, claro, no sabíamos hacia dónde se dispararía –y eso era lo mejor–. Nuestro primer experimento sería en el verano del 2020, aún no decidíamos si en febrero o en marzo. Pero todo terminó, como sabemos, en enero.

Local del extinto Espacio Sajonia XXI, Dr. Paiva casi C. A. López, Asunción.
Local del extinto Espacio Sajonia XXI, Dr. Paiva casi C. A. López, Asunción.

Recuerdo el verano del 2009; yo vivía en la calle Testanova, cerca de Pinocho y la facultad de filosofía de la UNA, detrás del Palacio de Injusticia, hacia el viejo Hospital de Clínicas, a algunas cuadras del portón metálico donde estuvo otrora el Espacio Sajonia XXI, lugar en el cual me haces recitar alguna noche perdida de los 90 poemas de Lautreamont para un auditorio entre el cual se camufla el insomne fantasma del parricida Gastón Gadin (4), y tú vivías en ese que un amigo y yo, antes vecinos del lugar, llamábamos «Barrio Paranoia», en el edificio lyncheanamente apodado «Twin Peaks». Recuerdo la terraza, donde una tarde te dije que lo único que realmente me interesaba conseguir en esta vida era volar, pero no con aburridos sucedáneos ortopédicos o burdas prótesis de ferretería, sino con algo más eficaz y realista, como la magia, por ejemplo, y tú creíste que pensaba suicidarme y que lo estaba sugiriendo con eufemismos. Recuerdo cómo nos reímos cuando te respondí indignada que tal idea era del todo absurda, que yo tengo más bien vocación de asesina.

Mentira. Ahora recuerdo que tú no te reíste. Pero no sospeché nada en ese momento; asumí que simplemente habría sido un chiste malo. De cualquier modo, con frecuencia, por alguna razón, desde que nuestro inicial conocimiento, cordial aunque distante, se fue convirtiendo en verdadera amistad pasamos largas horas en terrazas muy altas. Por ejemplo, en la oficina donde, allá por el 2012, editábamos textos, en la calle Cerro Corá. Creo que ese edificio tiene como veinte pisos. Desde su terraza podían verse hechos y seres insólitos en pasillos no euclidianos y patios internos dignos de Piranesi, detrás de fachadas perfectamente anodinas para cuantos, sin sospechar los misterios que ocultan, pasan hasta hoy delante de ellas por las veredas del centro; aunque, como soy extraordinariamente miope, nunca estuve segura de no haber imaginado total o parcialmente cuanto me señalabas. Y, por otra parte, un posible factor de distorsión, huelga decirlo, era el humo. Como fuere, recuerdo que luego me dijiste que seguías en todo y ante todo el placer. Fue en algún punto de alguna larga tarde de algún distante verano en la terraza de Twin Peaks. El placer, lo sabemos, no es lo mismo que la felicidad, e incluso es con frecuencia lo contrario.

Recuerdo a Capote que recuerda a... Recuerdo que recuerdo que alguien recuerda a alguien. Recuerdo. Yo recuerdo. Amarcord. Recuerdo que una tarde de verano, que una terraza muy alta, que antes del Tío Gervasio y antes de Julián Sorel y antes de Natalio Ruiz. Recuerdo un verano ya sin tiempo, para siempre ya anterior a todo, recuerdo una terraza hecha para volar. Veo el humo, eterno acompañante, mientras oscurece y las sombras se adensan y se alargan y se acerca la noche. Veo que empieza a despedirse el sol, que los rosados reflejos se marchitan sobre las cúpulas de mármol de las nubes, majestuosas en lontananza, y veo –pero, por alguna razón que ignoro, no logro oír– tu risa buena, alegre. Y parece a ratos que te estuvieras desvaneciendo con la luz, al igual que cuanto nos rodea; aunque tú sobre todo pareces a punto de disolverte en la penumbra de la atmósfera, que esfuma los contornos en el aire indistinto, sin dejar de alejarte y regresar, de aparecer y desaparecer, como el Gato de Cheshire, y estás sonriendo desde muy alto, casi tanto como las siluetas de los edificios más lejanos, y por momentos incluso más allá, entre las nubes, y aún fuera de la atmósfera, en medio del eterno silencio del negro espacio interplanetario. Quiero decirte algo para que te quedes, y veo que intentas entenderme, pero me sonríes amablemente y con gestos de la mano me pides que hable más fuerte, me indicas que no me puedes escuchar, que sin que nos diéramos cuenta te has ido alejando mucho, así que alzo la voz todo lo que puedo para preguntarte casi a gritos, mientras tu sonrisa se extingue en el horizonte y los bocinazos de los colectivos que pasan frente a Twin Peaks apagan las palabras rugidas desde aquí abajo, desde este tercer planeta: «¡Miguel, Miguel! ¿Por qué todo tuvo que terminar así? ¿Por qué todo tiene que ser una mierda en esta vida?».

Para Miguel
Para Miguel

Notas

(1) Miguel Ángel Méndez: «Tortugas en el gótico», El Suplemento Cultural, 10/06/2018.

(2) Miguel Ángel Méndez: «Humo, una novela ecuatoriana sobre Paraguay», El Suplemento Cultural, 31/12/2017.

(3) Miguel Méndez: «El continuo e infinito universo de Yoko Ono», El Suplemento Cultural, 26/08/2018.

(4) Miguel Méndez: «De cuando Gastón Gadin visitaba el Espacio», El río de Heráclito, 30/06/2018 (https://elriodeheraclito.wordpress.com/2018/06/30/de-cuando-gaston-gadin-visitaba-el-espacio/).

Citas y alusiones

El final de este artículo –en memoria de un amante de las alusiones– alude a la semblanza de Marilyn Monroe «A beautiful child» («Una hermosa niña»), escrita por Truman Capote en 1979.

En el «dialetto» de la Emilia-Romaña, en la Italia noroccidental, «amarcord» significa: «yo recuerdo».

montserrat.alvarez@abc.com.py

‘Miguel Anarcopunk’, por Mon Tzé.
‘Miguel Anarcopunk’, por Mon Tzé.
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