Un sándwich de carne entre el cielo y la tierra

Fue un boom. Un verdadero fenómeno cultural y editorial. Con sus viñetas, con su humor y, sobre todo, con su Mafalda. Joaquín «Quino» Lavado (Mendoza, Argentina, 17 de julio de 1932-Ibídem, 30 de setiembre de 2020) ha fallecido el miércoles a los 88 años de edad.

Un sándwich de carne entre el cielo y la tierra
Un sándwich de carne entre el cielo y la tierraArchivo, ABC Color

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«A fin de cuentas, la humanidad no es nada más que un sándwich de carne entre el cielo y la tierra»

Mafalda.

«Mafalda es, digámoslo de una vez, más humana que muchos seres humanos»

Roberto Fontanarrosa.

Con tristeza, hay que despedir a Quino, maestro de generaciones de dibujantes, humoristas, historietistas y, sobre todo, de lectores, que nos ha dejado esta semana, el miércoles, a los 88 años de edad. Se llamaba Joaquín Salvador Lavado Tejón, pero todos lo conocimos por su legendario apócope. Todos, porque Quino fue un boom. Un verdadero fenómeno cultural y editorial en los 60 y 70. Con sus viñetas y su humor en general, pero, para decir lo obvio, decisivamente con Mafalda, tira con la que Quino ganó la inmortalidad.

¿Por qué «fue» un boom? ¿Por qué «en las décadas de 1960 y 1970»? ¿Ha envejecido mal, ha perdido vigencia, se trató solamente de una moda, de una tendencia generacional? En modo alguno. No ha envejecido mal. No fue solo una moda. No ha perdido vigencia. Todo lo contrario, es un clásico. Pero ha llegado el momento de explicar por qué ese fenómeno pop, ese fenómeno social, cultural y editorial que fue Quino –o, desde este punto de vista, más concretamente Mafaldaconoció su auge en unas coordenadas tan precisas.

Detalla la historiadora Isabella Cosse que las primeras tiras de Mafalda impresas fuera de Argentina aparecieron en Italia en Il libro dei bambini terribili per adulti masochisti, una compilación de diferentes géneros y autores publicada en 1968 por la editorial Feltrinelli. Los adultos masoquistas del título eran parejas de jóvenes nacidos en el baby boom de la posguerra, padres de niños pequeños en una Italia que en dos décadas se había convertido, de país sobre todo agrícola y campesino, en potencia industrial. La mutación también fue cultural: la clase media se lanzó al consumo, la religión perdió peso, las relaciones familiares fueron repensadas. El libro apareció en una Italia sacudida aún por las protestas estudiantiles del 67, entre cuyos orígenes hay que incluir las desigualdades causadas precisamente por esa industrialización, el llamado «milagro italiano». El libro incluía entre sus autores algunos latinoamericanos aún desconocidos en Europa, como Quino. Mafalda fue la tapa. Fueron sus editores Valerio Riva y Marcello Ravoni, traductor argentino que vivía en Milán. En el devenir boom del humorista Quino fue clave la conexión entre Mafalda, cuyos derechos Ravoni acababa de obtener, y Umberto Eco, a quien Ravoni conocía del mundo editorial (1).

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Umberto Eco había publicado Apocalípticos e integrados tres años antes, en 1965, y el libro seguía generando vivos debates. La intervención de Eco, sus conversaciones con Valentino Bompiani, en cuya editorial dirigía una pequeña colección, fueron decisivas para la primera publicación italiana de Mafalda en forma de libro independiente (2), que salió de imprenta en el invierno de 1969, cuando las luchas obreras reavivaban el clima de protestas iniciado por la contestación juvenil, con un prólogo –sin firma– de Eco. Ese prólogo –«Mafalda, la contestataria»– fue decisivo para la consagración de la tira.

«Mafalda no es solo un personaje de historietas más», escribía Eco; «es el personaje de los años setenta. Si al definirla utilizo el adjetivo “contestataria”, no es para alinearla en la moda del inconformismo. Mafalda es una verdadera heroína rebelde, que rechaza el mundo tal cual es» (3). La interpretación de Eco en aquel prólogo fue retomada en notas de prensa, monografías, ensayos, libros, tesis a lo largo de las décadas siguientes, y sigue dominando hasta hoy. En1970, el Paese Sera dio la bienvenida a la tira y enfatizó en la presentación que Mafalda era un cómic contrario al autoritarismo, la sopa y las injusticias del orden mundial, obra de Quino, argentino pero, ante todo, «ciudadano del vasto mundo de la protesta contra la injusticia, la idiotez, el abuso y el aburrimiento» (4).

Mafalda apareció en Italia cuando Apocalípticos e integrados acababa de instalar el debate sobre la importancia sociocultural y estética del cómic. El libro de Eco impactó al cultivado público de la revista Linus, en cuyas páginas aparecían desde 1965 cómics y artículos de gran nivel, emparentando el género con la reflexión sobre temas de actualidad, la rebelión juvenil y la crítica social. En 1972, para competir con Linus, Mondadori lanzó Il Mago. Sus directores apostaron a diferenciarla de Linus: no incluyeron artículos sobre temas políticos ni de actualidad cultural, a fin de posicionarse como revista exclusivamente de historietas, y eligieron a Mafalda para la tapa del primer número (5).

Esto nos da una idea de la popularidad que la tira de Quino, y el personaje de Mafalda, estaban alcanzando en ese momento en Italia, y en el mundo. Pues Italia, a fin de cuentas, y en parte gracias a Umberto Eco, fue el trampolín desde el cual Mafalda se lanzó al resto de Europa. En Francia, salía a diario en el France-Soir y en 1971 la editorial Glénat empezó a publicarla en formato libro, mientras otros libros de Mafalda eran editados en Finlandia, en Portugal, en Alemania, donde también aparecía en la revista pardon, así como en periódicos de Australia, Suecia, Dinamarca y Noruega.

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La enorme popularidad de Mafalda y la fecunda actividad editorial desarrollada en torno a ella se mantuvieron incluso después de que Quino decidiera, en 1973, dejar de dibujarla. No solo alimentó la industria editorial: salieron al mercado muñecos de los personajes de la tira, remeras, afiches, etcétera. Mafalda era un icono pop en toda Latinoamérica y entre los jóvenes europeos de izquierda. En la Europa del siglo XX, incluso en círculos ilustrados (al menos, en mi experiencia personal), la imagen de lo latinoamericano para muchas personas no era muy diferente de ciertas ingenuas caricaturas hollywoodenses –un mundo de jungla y chozas, con bananas, guayabas y cosas así–, pero la tira de Quino pintaba unos problemas y una vida cotidiana bastante próximos a los de las clases medias urbanas de cualquier parte del mundo, y abordaba los mismos asuntos (conflictos políticos, cambios culturales, justicia social, rebeldías generacionales) que preocupaban a la juventud europea.

Mafalda había conquistado un lugar, no del todo ajeno a su calidad artística, pero de otra índole. Era su momento: no solo para la izquierda dorada del primer mundo, sino también para la clase media intelectual y progresista de Latinoamérica, preferir Mafalda a Peanuts –preferencia, una vez más, declarada por Eco– embellecía la propia imagen con un adecuado toque antiimperialista. Nada más cool para los jóvenes boomers contestatarios de los años sesenta y setenta que admirar a un personaje tercermundista como Mafalda. El éxito de la tira y del personaje central, su devenir boom –y, por consiguiente, el destino de su autor y su devenir, por encima de sus otros motivos de reconocimiento, «el padre de Mafalda»– se debió a la mezcla, en el momento preciso, de todos estos factores: por un lado, el carácter global de los problemas de clase media que reflejaba la tira, así como el carácter igualmente global de las preocupaciones y los cuestionamientos que compartía con las clases medias ilustradas del mundo, y por el otro, contrapunto mágico, su origen latinoamericano, que le valía una posición favorecida en los ambientes intelectuales del momento.

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Esto –excusen la obviedad–, no habla de la calidad de Mafalda: solo habla de su contexto; no resta méritos al autor: en caso de haber pasado completamente desapercibida, la tira de Quino seguiría siendo brillante. Y, sobre todo, no resta valor a su influencia: Mafalda, y no solo Mafalda, sino, en general, el humor de Quino, favorecieron cuestionamientos justos y necesarios y contribuyeron a familiarizar cada vez más al público con problemas graves e incómodos del modo más amable y ameno posible. Que Mafalda, la contestataria que ponía a los adultos en aprietos con sus preguntas y que, con la sopa, rechazaba simbólicamente los valores, el modo de vida, la autoridad de la tradición y la familia y, en suma, el modelo representado por sus padres, se volviera extraordinariamente popular en un momento en el cual el malestar de las clases medias ilustradas del mundo alimentaba la irreverencia hacia todas las formas de autoridad –incluyendo la autoridad de la tradición y de la familia– en nada cambia el hecho de que en las tiras de Quino (involuntariamente, desde luego, por parte de la heroína: es parte del humor) la curiosidad de Mafalda siga cuestionando lo que somos y cómo vivimos. Adultos y niños seguimos por igual pasmados ante el absurdo de este mundo que Quino tenía el don de ayudarnos a entender con el faro de la risa.

O de la sonrisa. Porque el humor de Quino es clemente. En el mundo de Mafalda, todos los pecados merecen absolución: la codicia de Manolito –ese niño «plenamente integrado a un capitalismo de barrio», como lo describe Eco (6)–, que vela y sugiere un origen tan duro que conmueve en vez de repeler; la vanidad de Miguelito, inocua por transparente, y hasta el conservadurismo perverso de Susanita –esa niña que, citando de nuevo a Eco, «desespera por ser mamá, perdida en sueños pequeñoburgueses» (7)–, tan vano que desata carcajadas en vez de furia. Y aun el conformismo de los padres, pobres seres humanos vencidos por un destino admisible a base de Nervocalm: cómo no abrazarlos. Ah, y cómo no reconocernos en ese Felipe cuyas debilidades son tan fuertes.

Las viñetas de Quino cobran con el tiempo fuerza extraordinaria. Sin permitirse nunca, ante el absurdo, incluso ante el horror, el lujo del desaliento, alumbran un camino ya recorrido y ayudan a cobrar conciencia del camino que aún falta recorrer. La risa rebelde, fraterna, de Quino, su obra visualmente exquisita e intelectualmente aguda, que sigue adelantada a su tiempo, hizo mucho por devolver algo de lucidez al mundo. Y en eso, con su arrolladora popularidad, lo ayudó aquella hija suya que, aunque no sea la única, es, en varios sentidos, la mayor, esa temible heroína que en el momento menos esperado puede aparecer detrás de tu sofá para helarte la sangre con la pregunta:

–¿Qué te gustaría ser si vivieras?

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Notas

(1) Isabella Cosse: «La tira argentina que triunfó en el mundo: Mafalda global», en Boca de Sapo, era digital, año XX, mayo de 2019, pp. 40-52. Disponible en línea: http://www.bocadesapo.com.ar/biblioteca/prearticulos/n28/07-IsabellaCosse.pdf

(2) Ibid.

(3) Umberto Eco: «Mafalda, la contestataria» (prólogo del libro homónimo publicado en 1969). Disponible en línea: http://mafaldaylarumia.blogspot.com/2009/03/mafalda-la-contestataria-por-umberto.html

(4) Isabella Cosse, op. cit.

(5) Ibid.

(6) Umberto Eco, op. cit.

(7) Ibid.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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