La pandilla de Boston y su Paraguay falsificado: un caso curioso de 1868

Desde los archivos del profesor Thomas Whigham nos llega esta fascinante historia.

La pandilla de Boston y su Paraguay falsificado: un caso curioso de 1868.
La pandilla de Boston y su Paraguay falsificado: un caso curioso de 1868.Archivo, ABC Color

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No será una sorpresa para los paraguayos que, históricamente, su país haya atraído la atención de algunos de los mejores y algunos de los peores extranjeros. En la primera categoría podemos pensar en las inclinaciones utópicas de la orden jesuita y también en el curioso experimento de William Lane y sus australianos, que buscaron establecer una sociedad perfecta basada en una moral colectivista en la selva de Caaguazú. Que extranjeros de nacionalidades y épocas muy diferentes hayan pensado en Paraguay como el sitio apropiado para realizar la perfección social puede parecer extraño hoy en día. Pero también debemos señalar a los extranjeros malos que de vez en cuando han mostrado intereses indeseables por Paraguay; aquí podríamos enumerar a los empresarios turbios, los mafiosos que buscan refugio en un país sin procedimientos de extradición y los criminales de guerra como Mengele. Lamentablemente, no han sido pocos los sociópatas y ladrones de sombrero negro que esperaron hacer de Paraguay su residencia.

Hoy deseo hablar de un individuo que parece encajar bien en la última categoría a pesar de que nunca pisó tierra paraguaya. Sin embargo, trató de aprovechar el aislamiento y oscuridad del país en un momento en el que muy pocos forasteros sabían nada sobre Paraguay, salvo que estaba involucrado en una terrible lucha por la supervivencia, la Guerra de la Triple Alianza. El sujeto en cuestión fue Samuel Allan Taylor (1838-1913), también conocido como el «Maestro de la Corrupción» y el «Príncipe de los Falsificadores», quien fue uno de los falsificadores más infames de la historia temprana de Estados Unidos y Canadá.

Nacido en Ayrshire, Escocia, Taylor quedó huérfano y terminó bajo el cuidado de un padrastro que insistió en que el niño durmiera en un granero. Allí, a los siete años, Taylor fue pateado en la cara por un caballo, quedándole una cicatriz de por vida. Esa cicatriz, que más tarde trató de cubrir dejándose crecer una elaborada perilla, no lo hizo cariñoso con el padrastro, que después pasó la responsabilidad de su cuidado a un tío lejano. Este hombre se preocupaba aún menos por el niño Taylor. Sin embargo, los dos se unieron para abandonar Gran Bretaña juntos y emigrar a Estados Unidos. Una vez que Taylor llegó a la ciudad de Nueva York en 1853, rápidamente se despidió de su tío y buscó por su cuenta cómo ganarse la vida. Durante un tiempo, llevó una vida bastante parecida a la de los personajes de Dickens hasta que, a los 15 años, encontró trabajo como mensajero en la New York Telegraph Company. Allí se enteró de un nuevo pasatiempo que se estaba volviendo popular en muchas partes del mundo: el coleccionismo de sellos.

Hoy, cuando muchas comunicaciones son manejadas por Internet o por servicios de mensajería privada, los sellos postales deben parecer un poco anticuados. Pero en la década de 1860 todavía eran una novedad, habiendo aparecido en Inglaterra en 1840 (el famoso «Penique Negro»), y en Estados Unidos siete años después. La mayoría de los países europeos adoptaron sellos postales en esos años, y sin proponérselo despertaron el interés de la creciente clase media en coleccionar esos pequeños trozos de papel. A Taylor, hombre todavía joven, le inspiraba poco entusiasmo la idea de coleccionar estampillas per se, pero reconoció las ganancias que podría generar venderlas a los coleccionistas: cuanta más raro o inusual fuera la estampilla, mayor era la ganancia.

Este último detalle hizo que su mente avanzara de manera tortuosa. Taylor tenía una memoria impresionante para los detalles y un talento sólido, aunque no muy refinado, para el diseño, que ahora empleó como uno de los primeros expertos filatélicos del país. Debe recordarse que, en ese momento, muchos de los protocolos y prácticas de emisión de sellos ahora normales todavía eran inciertos o indefinidos. En muchos lugares, por ejemplo, los administradores de correo locales emitieron sus propios sellos para reemplazar las emisiones nacionales, y aún no estaba claro que hacerlo pudiera ir contra la ley. Taylor se convirtió en un experto en esas estampillas locales. No le fue difícil porque se encontró con muchos de tales «sellos» en el curso de su trabajo como mensajero.

Taylor ya estaba logrando hacer buenas ganancias con su trabajo de mensajería, y no de manera legítima. Once días antes de su vigésimo primer cumpleaños, Taylor fue arrestado por robo menor y estafa. Parece que había estado vendiendo puerta a puerta una serie de boletines con el nombre de Hourly Evening Post, cobrando un centavo por cada suscripción. Casi no hace falta decir que inventó la información que contenían estos pequeños boletines, o, de lo contrario, la copió de fuentes conocidas. Su habilidad residió en convencer a las amas de casa y otros clientes de clase media de que se habían suscrito al Post y que él solo estaba recaudando el dinero que se le debía. En ese sentido, Taylor podía ser joven, pero era un talentoso estafador.

Su estadía en la cárcel fue breve. Pronto salió y volvió a tratar de estafar al público con otros proyectos ilegales. Taylor no tenía ningún interés en quedar atrapado por la leva del Ejército de la Unión cuando estalló la Guerra Civil de Estados Unidos en 1861 y huyó a Montreal, Canadá. Allí llegó a disfrutar de una reputación aún más notoria que la que tenía en Nueva York. Se casó y por un tiempo trató de dedicarse al trabajo honesto como comerciante de sellos extranjeros.

Se convirtió en un experto en estos temas, escribió una cantidad considerable de artículos para la prensa filatélica y compiló una revista propia con nuevos temas, especialmente los de sellos locales. Taylor ya se había enterado de que el coleccionista promedio no sabía casi nada acerca de tales sellos y que sería notablemente crédulo en cuanto a su procedencia. Y dio el siguiente paso, falsificando sellos que afirmaba que eran producto de administraciones locales de correos. Sabía perfectamente que nadie en Montreal podría estar seguro de si un sello supuestamente producido en una oficina de correos aislada en Kentucky podía ser genuino o no. En general, estaban dispuestos a creer lo que se les dijera sobre ellos.

Así comenzó Taylor su carrera al introducir en el mercado filatélico copias de sellos totalmente falsos. Su primer sello falsificado pudo haber sido diseñado solo por diversión: un sello local del ficticio Bancroft’s City Express hecho en 1864, con un diseño en azul-gris, denominado a dos centavos, donde el barbudo Sr. Bancroft era obviamente el propio Taylor. Publicó artículos en The Stamp Collector’s Record donde, además de brindar información precisa sobre emisiones provenientes, por ejemplo, de los estados alemanes e italianos, daba noticias de nuevas emisiones locales, envolviendo así sus propias falsificaciones en una capa de autoridad impecable.

Fue el comienzo de una gran operación. Taylor suministró muchos sellos durante este período, todos de su invención. Y se hizo amigo de distribuidores legítimos de sellos en Nueva York que estaban más que dispuestos a aceptar como auténticas las diversas emisiones locales que les vendía, así como los artículos que publicaba en la prensa filatélica en su posición de «reconocido experto en emisiones locales».

En 1865, Taylor se mudó a Boston, donde entró en contacto con siete u ocho vendedores de sellos y falsificadores, uno de los cuales quizá podría haber sido pariente lejano de Charles Ames Washburn, el ministro de Estados Unidos en Asunción. Juntos formaron la «Pandilla de Boston», banda de falsificadores que presentó al mundo filatélico algunas de las emisiones más notorias conocidas por los coleccionistas. Hubo una emisión sorprendentemente convincente de diez centavos que supuestamente provenía de la Isla Prince Edward, en Canadá. No había un análogo legítimo para este sello, pero parecía real. La pandilla también produjo decenas de sellos falsos supuestamente provenientes de El Salvador, Alemania, Haití, Guatemala, Hawai y de la variedad habitual de sitios locales. Y también hubo emisiones del Paraguay, que comenzó a producir en 1868.

Cómo Taylor concibió la idea de emitir estampillas paraguayas falsas, es un misterio. Era, sin duda, un hombre leído, y Paraguay había aparecido en noticias recientes debido a la Guerra de la Triple Alianza y las sangrientas batallas de los últimos tres años. Recordemos que Taylor se especializó en áreas poco conocidas, lugares cuyas historias no se podían verificar fácilmente en bibliotecas o periódicos. Taylor pudo haber visto imágenes de la batalla de 1865 de Riachuelo, con los buques de guerra brasileños y paraguayos bombardeándose mutuamente en el río Paraná, al sur del puerto de Corrientes. En el diseño que Taylor eligió para sus sellos «paraguayos», uno de esos buques de vapor navega en una amplia vía fluvial, que, por supuesto, no existe en Paraguay. De hecho, no hay nada paraguayo en la imagen. Pero Taylor contaba con la ignorancia de los compradores de sellos en Inglaterra, Canadá y Estados Unidos, ansiosos de sumar a sus colecciones esas raras golosinas. Hizo sellos paraguayos en varios colores: anaranjado, verde, rojo, azul marino, uniformemente denominados en cinco centavos. Para los clientes que querían sellos más raros, ofreció las mismas emisiones «canceladas», ya que el dispositivo de matasellos se fabricó de manera similar en su oficina.

En realidad, Paraguay no emitió estampillas hasta después de la guerra, cuando surgieron en Asunción las emisiones con imagen de león centinela y gorro frigio. Estos son hoy los primeros números paraguayos universalmente reconocidos y listados en catálogos serios como Stanley Gibbons y Scots, y en la literatura de referencia en general. Dicho esto, si volvemos a los primeros catálogos filatélicos, publicados en la década de 1870, todavía vemos enumeradas como totalmente auténticas las emisiones del buque de guerra paraguayo fabricadas por Taylor. Como mencioné anteriormente, Taylor nunca fue a Paraguay, nunca tuvo ninguna conexión con el país. Y, sin embargo, la Pandilla que controlaba logró engañar a un gran número de personas sobre la historia postal del lejano país latinoamericano.

¿Y qué le pasó a Taylor? Él y otros miembros de la pandilla pasaron temporadas dentro y fuera de la cárcel por sus diversos esfuerzos para defraudar al público. Su esposa lo dejó cuando él se vio envuelto en un asesinato en los muelles de Boston. Durante los siguientes veinte años, viajó de Boston a Nueva York y viceversa. Nunca abandonó del todo sus ambiciones de falsificación. En noviembre de 1890, la policía allanó su establecimiento y encontró allí «una gran cantidad de placas metálicas que habían sido utilizadas para falsificar sellos de varios gobiernos extranjeros». No es claro si los «sellos» paraguayos se incluyeron en las placas incautadas por la policía, pero el Boston Daily Advertiser informó que muchos «de los sellos eran excelentes imitaciones de los originales y fueron cancelados cuidadosamente para aparentemente mejor que eran auténticos». Sabemos que Philip Spiro, otro miembro de la Pandilla de Boston, que era aún más infame que Taylor, había producido una segunda «edición» de los sellos «paraguayos» del buque de guerra. Taylor pasó sus últimos años como pintor de carteles en Waltham, Massachusetts, donde murió en febrero de 1913.

Los sellos «paraguayos» de Taylor todavía se pueden encontrar en el mercado filatélico y con varios proveedores en Internet, que generalmente reconocen que son falsos. Pero todavía son populares entre los coleccionistas de hoy. Esto, por supuesto, plantea la maravillosa pregunta de qué tipo de Paraguay quiere ver la gente: ¿el auténtico Paraguay de covid y corrupción, o el falso Paraguay de míticos buques de guerra, valientes aventureros y utopías aspiracionales? Samuel Allan Taylor tenía una respuesta: siempre y cuando pudiera sacarle provecho, el falso Paraguay estaba bien para él.

Profesor emérito, Universidad de Georgia

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