Un mundo respetable

Sobre las formas del odio socialmente aceptado, y fomentado desde los espacios de formación de consenso. A propósito de dos episodios que acaban de suceder en estos días.

Afiche de Tangerine, película estadounidense de 2015.
Afiche de Tangerine, película estadounidense de 2015.Archivo, ABC Color

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Tengo una amiga que a veces viene a verme brevemente, siempre al oscurecer. Noto que le preocupa o incomoda que la miren los demás vecinos del barrio. Casi siempre tiene heridas de arma blanca y moretones. Ha estado en la cárcel. Ahora no tiene casa. No ha perdido el sentido del humor y sabe reírse de lo que llama su mala suerte, que afirma pasajera, aunque por momentos su rostro se ensombrezca como si estuviera a punto de rendirse, de admitirse triste o cansada. Pero prefiere alzar la cara, erguir la espalda con aire desafiante y volver a sonreír. Tiene una linda sonrisa. Cada vez que se despide de mí y la veo alejarse y perderse de vista al doblar la esquina, siempre bien pintada y arreglada –uñas rosa, labios también rosa o rojos, sombras celestes o lila, algún par de bonitos aros o una pulsera–, sé que esa podría ser la última vez que la vea.

Este artículo debería escribirlo ella, pero no está cerca ahora, así que intentaré decir yo algo que creo que esta semana se ha vuelto necesario decir.

Todas las personas tienen derecho a elegir cómo quieren ser, mientras no dañen a nadie, sin que las golpeen ni las maten por eso. Y a caminar sin sufrir ataques, y a trabajar en igualdad de condiciones con cualquiera, y a recibir un trato digno, y a que no se las insulte ni humille sin motivo.

Como la de toda mujer trans, la existencia de mi amiga es muy dura, no solo material, sino emocionalmente. Ella tiene 23 años; la esperanza de vida para ellas en Latinoamérica es de 35.

El martes pasado, la noticia de una golpiza sufrida por una trabajadora sexual transgénero fue abordada de modo irrespetuoso, por decirlo suavemente, en un programa televisivo paraguayo. La violencia que las personas trans enfrentan a diario, y que enfrentó la víctima de violencia en esa noticia concreta, fue motivo de risas en el programa, que tiene mucha audiencia, y en el cual las personas trans fueron ridiculizadas. Los medios de comunicación pueden influir mucho en la aceptación social de la violencia y la discriminación con este tipo de mensajes. La violencia no es solo física. Hay comentarios televisivos y titulares periodísticos que también son violencia. Violencia es también que desde los espacios de formación de opinión –el discurso político, el periodístico, el institucional– se menoscabe la dignidad de quien sea; violencia es la pobreza, la marginalidad y la desocupación a las que esos discursos condenan a muchas personas. Y las golpizas y los intentos de asesinato no son anécdotas graciosas.

El programa se emitió el martes, y el miércoles el viceministro del Ministerio de Educación y Ciencias, en un seminario internacional, denostó a dos científicos extranjeros. Habíamos escrito ya sobre este viceministro hace cuatro años, cuando era ministro, a propósito de sus entonces aclamadas charlas motivacionales (impartidas desde su fundación –el nombre dice mucho– «Paraguay Poderoso») y de su discurso político con ropaje científico emitido desde lo que llamé entonces el «Ministerio de Autoayuda» (1).

Y en esos mismos discursos que se siguen emitiendo desde todas las instancias generadoras de consenso y que siguen imponiendo una supuesta «identidad nacional» y rechazando todo lo que rompa esa uniformidad identitaria se esconde un secreto enlace entre fenómenos de campos aparentemente tan disímiles como el nacionalismo y la transfobia, porque imponer determinada identidad supone definir qué ideas, qué valores, qué actitudes y, por ende, qué personas son respetables, y cuáles no.

En una semana, como todas, cargada de ideología, el azar nos permite señalar gracias a tal sucesión, solo en apariencia arbitraria, el hilo conductor que lleva de la violencia mediática del martes a la violencia estatal del miércoles, corriente subterránea que nutre las diversas formas del odio socialmente aceptado.

Los prejuicios se solapan entre sí: la estigmatización de las clases subalternas se confunde y se refuerza con la desvalorización racista y sexista de diversos grupos excluidos de ámbitos laborales, sociales, institucionales, siempre, de acuerdo a este esquema, por buenos motivos –por vagos (en el caso de los indios), parasitarios «por naturaleza» (en el caso de los indios y los campesinos), ineptos (en el caso de las mujeres), etcétera–. Son discursos que se imbrican y concretan en la legitimación de un conjunto de prácticas de exclusión y violencia forjadas en la historia de un amplio modelo de dominio. Y entre el nacionalismo, la transfobia, el racismo, el sexismo, el clasismo y las demás fronteras que, trazadas a partir de diferencias fenotípicas, socioeconómicas, culturales y en nombre de supuestas identidades colectivas, nos separan del «otro», alienta la negación delirante de la unicidad final, inevitable, de cada sujeto, de nuestra propia alteridad oculta, que detesta en el «extraño» eso que en nuestro interior habita como prójimo, palabra cara a la tradición neotestamentaria que utilizo aquí adrede porque mi amiga trans, curiosamente –para mí, que no lo soy, que soy agnóstica–, es una cristiana muy devota.

En esa misma, antigua tradición, los que vieron la estrella que anunciaba el nacimiento de Jesús antes que nadie fueron los pastores. La vieron antes que los demás porque había que verla en medio de la noche, y ellos, para guardar su rebaño, tenían que pasar la noche en vela, al igual que tienen que pasar la noche en vela, para ganarse la vida, las trabajadoras del sexo. Fueron los primeros porque eran los últimos.

Si algo merecen todas esas vidas inclasificables, todo ese cotidiano extravío interior que sin duda conlleva la falta de lugar en el mapa del mundo respetable, es respeto, e incluso amor. Por sus desconciertos, por sus tristezas, por sus soledades. Y por su fortaleza, pese a todo.

Notas

(1) Montserrat Álvarez: «Ministerio de Autoayuda», El Suplemento Cultural de ABC Color, domingo 17 de septiembre de 2016.

*Para cualquier aporte o ayuda que se pueda ofrecer a Paola, contactar con la organización Casa Diversa al número: 0982601004

montserrat.alvarez@abc.com.py

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