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No, no apretaste el gatillo. No, no agitaste el palo. Ese tampoco fuiste vos. Capaz tampoco fuiste el que tiró la piedra, y capaz –y de esto sí, un poco, dudamos– tampoco fuiste el que gritó ese insulto en la calle. No, es cierto que no. No fuiste el que apretó el gatillo, pero sí fuiste el que calló cuando tu amigo se llevaba a la cama a tu compañera tumbada por el alcohol. No agitaste el palo, pero sí fuiste el que ignoró al primo que compartía las fotos íntimas de su exnovia en el grupo de asados. No tiraste una piedra, pero sí te reíste de chistes que blindaron a una persona contra la empatía, o festejaste comentarios que disminuían su capacidad de ser tratada como una igual, como alguien digno, como una persona más que, así como vos, yo, todos, intenta transitar este mundo hostil en búsqueda, su búsqueda, la búsqueda personal de soberanía. La soberanía de existir sin miedo. De montar el presente y de aguardar, cómodos, algún futuro.
Apretar un gatillo, tirar una piedra y reír de chistes son tres hechos que no pueden ser catalogados de la misma manera. Eso está claro. Pero cuando podemos detectar el patrón que se esconde detrás, cuando podemos percibir tan tangiblemente los engranajes que se mueven uno causando al otro y causando al otro y causando al otro hasta formar todo este aparato, esta maquinaria que se yergue amenazante, este enorme artefacto de producción de furia, sospechamos. Vemos su producción y sospechamos todavía más: escupe violencia. Y no cualquier violencia, sino violencia específica sobre cuerpos específicos. Es ahí cuando esa incapacidad generalizada de hacer un simple «une con flecha» se vuelve sospechosa. Sospechosa, porque si la máquina se mantiene constante, y los engranajes aceitados, es porque a alguien le sirve lo que produce. Alguien mantiene viva la máquina que escupe furia. A alguien le sirve la violencia que produce.
Propongo un ejercicio. Comparemos dos casos de tratamiento periodístico en un programa de la televisión paraguaya llamado El Repasador, transmitido por el Canal 13.
Primer caso: El Repasador publicó un segmento periodístico sobre el brutal ataque de violencia transfóbica que recibió una trabajadora sexual trans en San Lorenzo. El programa publicó un video donde se ve a la trabajadora sexual violentada en el suelo y un cliente que justificaba su golpiza con que no se había dado cuenta de que esta «no era una mujer» (sic) cuando solicitó el servicio.
Segundo caso: El mismo programa hace pocos meses recibía como invitada especial a Sara Winter, militante ultraderechista vinculada con los sectores fascistas y nazi-simpatizantes. Esta semana, Sara Winter fue detenida en Brasil por agitar consignas antidemocráticas con intenciones de intervenir militarmente el Congreso de Brasil. Rodeada de consignas filonazis, supremacistas y liberticidas, Winter cuenta con varias causas abiertas, una de ellas por producción y difusión masiva de noticias manipuladas (las tan famosas «fake news», herramienta principal de los populismos de ultraderecha).
La consigna sería: adivine cuál de estos dos casos suscitó la burla de los panelistas. ¿La militante antiliberal con ínfulas dictatoriales, vínculos nazi-fascistas y promoción de noticias manipuladas? ¿O la trabajadora sexual ultraprecarizada y violentada, cuya condición trans la mantiene expulsada del campo laboral? Adivine, dale. Adivine a cuál de estas personas elogiaron y de cuál se burlaron y rieron. Por si no lo notó, le doy una pista: programas como El Repasador alimentan su capital mediático y político al golpear al más débil. Programas como El Repasador construyen su capital mediático utilizando como arma la cobardía de pegarle a quien no tiene la capacidad de defenderse.
Rita Segato, escritora de varios renombrados títulos en antropología, entre ellos el ya célebre Estructuras elementales de la violencia, nos cuenta, en la conferencia ¿Que son las pedagogías de la crueldad?, sobre la exposición de violencia explícita en los medios masivos de comunicación hacia los cuerpos feminizados. Segato plantea lo siguiente: «Reducir los niveles de empatía, reducir la vibración que tenemos con relación al sufrimiento, a la posibilidad del sufrimiento inclusive de uno mismo y sobre todo a la empatía con el sufrimiento de los otros. Disminuir esos umbrales de empatía es un proyecto, es una política que está a ojos vistas en la televisión, en las series, en la exhibición de la crueldad».
Disminuir el umbral de empatía es un proyecto político cultural asociado a las derechas fundamentalistas. Este es su fascismo cultural. Este que cala hondo y se instala en la sociedad a través de sus brazos mediáticos financiados por el establishment corporativo, y esgrimiendo una bastardización malinterpretada de la «libertad de expresión», donde libertad de expresión es todo golpe que vaya de arriba abajo. Este que cumple la función de correr cada vez más el eje de lo que se permite exhibir. Que empuja el eje, con consistencia y constancia, de lunes a viernes en prime time. Qué busca volvernos cada vez más indiferentes al dolor ajeno y que poco a poco nos ubica como sociedad en un lugar donde vemos cómo un grupo de ricachones financiados se ríen y se burlan de una trabajadora precarizada que está golpeada y sangrando en el piso. Que hacen chistes y venden electrodomésticos entre tanda y tanda de promoción y normalización de la brutalidad a la que está expuesta una persona que pertenece a un sector de la sociedad cuya esperanza de vida es de 35 años. 35 años. Voy a repetirlo varias veces más: la esperanza de vida de una persona trans es de 35 años. La esperanza de vida de esa persona que estaba golpeada, violentada y sangrando en el suelo, de quien ese grupo de ricachones financiados se reían y hacían show, era de 35 años. Ellos venden electrodomésticos mientras hacen eso. Y las marcas les pagan.
El Repasador es conocido por su constante discurso abusivo de odio, anticientífico, divulgador de noticias falsas y populista de derecha. Uno de sus panelistas más ruidosos, Nelson Valenzuela, fue uno de los fundamentalistas que rompieron la cuarentena al inicio de la pandemia del covid-19, junto a la senadora María Eugenia Bajac. Fueron a Perú, a un congreso fundamentalista que buscaba impulsar una agenda política anti derechos humanos en la región. Este incumplimiento le costó a la senadora Bajac su banca en el Congreso. Nelson Valenzuela, hoy, sigue promoviendo de lunes a viernes una agenda política antiliberal, populista, fundamentalista y, por sobre todo, cobarde.
Contando con estos datos, hilvanar las conveniencias políticas entre el primer caso y el segundo no supondría un esfuerzo desmesurado.
Es por eso que decimos y repetimos: no, no apretaste el gatillo, es cierto. Pero te reíste. No agitaste el palo, pero callaste. No tiraste la piedra, pero miraste a otro lado. Miraste a otro lado cuando, para tener más, los que ya tienen demasiado aprovechan y le pegan al que tiene muy poco. Te reíste y festejaste los golpes para creer que con esa risa, carcajada a carcajada, cimentabas tu ruta a la cúspide social. Acataste el mandato cultural que genera, produce y difunde expresiones de violencia explícita contra cuerpos específicos. Te montaste sobre los cuerpos de las mujeres golpeadas, de las trabajadoras sexuales precarizadas, de los homosexuales rapiñados y brutalizados, de las personas trans asesinadas, de las lesbianas abusadas y, así, te construiste, te hiciste a vos, te endureciste, te cotizaste. Te miraste al espejo y te preguntaste cómo hacer para valer más todavía, pero siempre dentro de ese marco cultural. Y el espejo, que no era espejo sino un televisor transmitiendo El Repasador, te contestó: «Disfruta del dolor ajeno. Del dolor del caído».
Y vos, duro como engranaje, te diste palmaditas en la espalda y le diste play.
Nota
*Para cualquier aporte o ayuda que se pueda ofrecer a Paola, contactar con la organización Casa Diversa al número: 0982 601004