Tiempo de encierro, horas de libertad

En estos tiempos inciertos, de crisis sanitaria y cuarentena, se comienza a especular con un escenario futuro de educación a distancia, con profesores y alumnos apartados del nutriente primero de toda cultura: el otro.

Banksy: Girl and Heart Balloon
Banksy: Girl and Heart BalloonArchivo, ABC Color

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La cuarentena asusta, aleja, nos deprime. Cambios radicales en nuestro modo de vida. Calles vacías, comercios cerrados, colegios callados.

Para los colegios en pausa, están los métodos a distancia, las videoconferencias, las salas de chat que reúnen a padres, alumnos, profesores. Ya se habla del futuro de la educación a partir de estas experiencias circunstanciales: el colegio del mañana será virtual, los que enseñan no estarán presentes. Algunos avivados del negocio ya calculan que podrán contratar de geografías lejanas donde se paga menos. ¡Qué idea! Digo, como si esto me espantara. Pero ya no me sorprende nada. La sociedad que busca el lucro no sabe darse cuenta de que para poder cambiar algo hay que cambiar mucho.

El futuro del colegio, si todavía queremos algún futuro, tendrá que ser presencial en muchos sentidos. No solamente por el contacto con el otro, alumnos, profesores, sino sobre todo porque educación y cultura deben ir de la mano, hoy más que nunca.

El ejercicio de técnicas puntuales que llevan a un conocimiento determinado tendría que hacerse dentro de un marco cultural que permita la distracción beneficiosa de la mirada comprometida con el objetivo trazado. Enseñar a dibujar, mostrar cómo se trazan las líneas de un rostro, por ejemplo, llevará al aprendizaje de las técnicas del dibujo y podrá formar un dibujante eficiente, que las domine. Pero sin duda el dibujante enseñado de esa manera tendrá mucho que ganar con la visita a un museo en el que se expongan obras de grandes artistas. Es seguro que nuestro hipotético dibujante, inmerso en ese caldo de cultura que le dan el museo y sus habitantes, transformará todo lo aprendido en las clases de dibujo. La exposición a los maestros le permitirá una renovada lectura del conocimiento adquirido y enriquecerá su oficio de dibujar.

Las clases de dibujo pueden ser cuantificadas en horas de aprendizaje. Se puede decir que se aprende a dibujar en un número determinado de horas de clase. No se puede cuantificar del mismo modo la visita a un museo. ¿Cuántas horas de visita producen algún conocimiento? Depende. Depende de tantos factores que la pregunta queda anulada.

Muchas veces, la educación padrón, la que se recibe en colegios, busca minimizar los desvíos que surgen entre el que estudia y el objeto estudiado. El estudio de la historia, para dar otro ejemplo, busca resaltar puntos culminantes de un acontecer, darles explicación, y pretende que el estudiante repita lo que le fue dado como información. Cuanto más cerca del dato inicial se mantenga al repetir la lección, mejor se considerará el resultado de lo aprendido. No se deja margen para el pensamiento crítico, el que pone en perspectiva, no se deja espacio a la imaginación, que siempre busca el acierto errando con felicidad, sin angustias por no acertar. Acertará en algún momento. No porque le caiga la suerte. Acierta porque hace de la equivocación un método; así es la imaginación.

Hablamos de dibujo, de historia, pero en otras materias que educan ocurre algo parecido: en ciencias, se enseña «apretado», se enseña con margen estrecho, se enseña con alma tacaña. No se dice, no se revela, sino que se espera que el alumno de esta forma guiado pueda ocupar su espacio predeterminado en la sociedad oficiosa, es decir, colmada de oficios. Se busca fabricar ingenieros, médicos, arquitectos, cuando se debiera formar hombres de ciencia, hombres de arte. Esto no se dice, pero lo que en realidad se pretende es formar técnicos y poco más. Es un milagro que el técnico pretendido, en algunos casos, rompa las amarras y salga a volar. El vuelo logrado no será resultado de la educación recibida. Será, casi siempre, una ruptura con la educación recibida.

La aventura del conocimiento no es solamente la obtención de conocimiento. La aventura existe cuando las preguntas no terminan, cuando el ansia por saber más genera otras e infinitas preguntas. Conocimiento de verdad es querer preguntar y sobre todo saber hacer aquellas preguntas que ya encierran, en su misma formulación, la promesa embrionaria de una contestación.

En tiempos de encierro, me preocupa que se hable de una enseñanza futura a distancia. Con profesores alejados de sus alumnos y alumnos divorciados del nutriente primero de toda cultura: el otro, ese espejo nuestro, con sus infinitas manera de mostrarse, expresarse y expresarnos, en el vasto terreno de la cultura, nunca encerrada y estática, interrogante y rebelde para siempre.

jose@rieder.net.py

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