En la selva con una chamana

“La chamana Ramona era conocida en su comunidad por su capacidad de interpretar el futuro; no todos los chamanes son así...”

En la selva con una chamana
En la selva con una chamanaArchivo, ABC Color

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El tucán me miró fijo, sin parpadear.

–¿Qué tal? ¿Cómo te va? –le pregunté.

Hizo un leve movimiento con su largo pico, e imaginé que quería comer algo. Los tucanes son glotones, se acercan a quien está comiendo y frecuentemente practican el self-service. Yo tenía en mi hamaca unas galletitas dulces que le ofrecí, pero no aceptó. Desde las ramas del palo que sostenía un extremo de mi hamaca bajaron otros dos tucanes que se posaron en el borde de la hamaca, uno a la derecha y el otro a la izquierda del primero. Se quedaron inmóviles, mirándome.

El canto chamánico

Me llegó el canto lejano de una chamana que se acercaba cada vez más, levanté la cabeza y reconocí a doña Ramona; avanzaba lentamente con la maraca en la mano y dos criaturas detrás con orquídeas silvestres. Se sentó silenciosamente en el piso, junto a mi hamaca, y sacó de su bolsa un pequeño tejido de caraguatá con diseños raros, líneas interrumpidas o cruzadas, dibujos geométricos distorsionados, círculos inconclusos; un tapiz raro, insólito. Lo colgó de una rama del trébol que sostenía el otro lado de mi hamaca. Volvió a sentarse y me dijo:

–Ese tapiz indica lo que he visto.

–¿Qué querés decirme? –le pregunté–. Dame alguna explicación.

La chamana Ramona era conocida en su comunidad por su capacidad de interpretar el futuro; no todos los chamanes son así: algunos tienen capacidades terapéuticas más desarrolladas, otros intuyen el futuro a partir de signos, aparentemente insignificantes, en los animales o las plantas o más en general en el ambiente. Por un largo rato se concentró en silencio, cantó algo incomprensible; luego habló concisamente:

–La tierra sufre, está enferma, veo muerte, muchos muertos, y se están cavando tumbas. No saben dónde meter los muertos. Y también veo….

En este punto intervino karai Martín, que acababa de llegar:

–Hace pocos días por radio escuchamos que en China descubrieron un pequeño bicho que ataca a las personas y les dificulta la respiración. Yo no sé dónde queda la China, si cerca o lejos de nosotros, pero Ña Ramona quedó exageradamente preocupada. Y confeccionó ese pequeño tapiz donde todos los hilos están traviesos, indicando que sucederá algo malo a todos los vivientes por causa de esos bichos. Nosotros respetamos lo que dice Ramona a pesar de que las cosas que ella ve no siempre son como ella las ve, y a veces incluso no corresponden en nada.

Siguió luego un largo silencio.

Muerte del tucán

Mientras tanto el primer tucán empezó a abrir y cerrar del pico, hasta reclinar la cabecita, desmayarse y caer en mi pecho. Lo tomé delicadamente en mis manos, acariciándolo para reanimarlo.

Los otros dos tucanes desaparecieron rápidamente entre los árboles con chillidos lúgubres.

–La tierra está enferma –dijo karai Martín–. Las plantas mueren atacadas por motosierras, las aves huyen, el yaguareté se vuelve más agresivo, el oso hormiguero desaparece, el agua y la comida escasean. Las personas se han convertido en frías máquinas ávidas de dinero, explotadoras de los recursos naturales, sin tener en cuenta los derechos de todos los seres: humanos, animales y vegetales.

–Upéicha –confirmó Ña Ramona.

Siguió un largo silencio. Recordé lo que escribió el lingüista y filósofo Noam Chomsky: los países más avanzados están conduciendo el mundo al desastre, mientras que los pueblos hasta ahora considerados primitivos están tratando de salvar al planeta entero. Y si los países ricos no aprenden de los indígenas estaremos todos condenados a la destrucción.

–El tucán murió –sentenció la chamana–. Es una mala señal. Yo lo voy a llevar conmigo y a deshacer los peligrosos que nos incumben. Mientras tanto ustedes –nos dijo a Martín y a mí–, fumen la pipa con una pizca de canioja y ayúdenme a disipar las tinieblas.

Enseguida, Martín cargó la pipa con tabaco fuerte y una pizca de esa yerba alucinógena característica del Chaco seco.

Pipa y armonía

Es un deleite fumar la pipa en el monte en compañía de los indígenas; uno se siente integrado al ambiente y en comunicación con todo lo existente, visible e invisible. Una bocanada Martín, una bocanada yo, en silencio, mirando el humo que salía de la boca y se dispersaba tomando extrañas formas. No sé cuánto tiempo fumamos porque caí en un profundo sueño. Vi cachorros de yaguareté jugar con los niños de la aldea bajo la amorosa mirada de las mamás indígenas y de la mamá yaguareté, serpientes curiyú y zorros jugar al escondite, yacarés zambullirse en los riachos sin perseguir a los peces, jóvenes y mujeres traer bolsas rebosantes de frutos del monte. Siempre en el sueño, un cacique me tomó del brazo y me dijo: «Vení conmigo». Me hizo sobrevolar el Gran Chaco, que abarca, además del Paraguay occidental, parte de Argentina y de Bolivia. No se veían ciudades ni rutas, ni campos de cultivo ni ganadería. Todo era selva, como antiguamente –explicó el cacique–; todo estaba en armonía: tierra, agua, aire, animales e indígenas, respetándose, cada cual con sus respectivas leyes. Y costumbres.

En la actualidad

Yo miraba estupefacto hasta que alguien me sacudió el brazo, diciéndome: «Vamos ahora a una ciudad». Era una enorme metrópoli sin confines, de altos edificios de cemento, ladrillo, piedra, y amplias rutas asfaltadas. En medio vi una gran plaza verde con maquinarias que trabajaban día y noche excavando fosas para enterrar a los muertos, que llegaban a camionadas: impresionante.

Me desperté horrorizado. Martín había desaparecido, estaba solo. Miré hacia la aldea. Los fuegos estaban aún encendidos pero los indígenas se habían retirado a sus chozas. Mientras tanto, a más de diez mil kilómetros de distancia, mi hermana mayor, Catina, fallecía en Brescia (Italia) el 20 de febrero de 2020; tuvieron que esperar más de una semana para enterrarla porque el único horno crematorio de la ciudad no era suficiente para todos los difuntos. Esto coincidió con los días en los que en Italia se difundía la primera alerta de la pandemia con estrictas normas y restricciones ambulatorias para prevenir la difusión del virus.

¿Qué hacer?

Ahora nos toca a nosotros en Paraguay lidiar con este problema global. ¿A dónde vamos? ¿Cuál será el futuro de la humanidad? ¿Cuáles serán los cambios profundos en la economía, la política, las condiciones de trabajo, la comunicación y la familia? Por ahora nos queda una certeza: esta crisis nos ha revelado la precariedad e insostenibilidad del actual orden mundial. Está perimido. Hay que inventar nuevas maneras de pensar y de organizarnos si queremos seguir sobreviviendo en este planeta.

josezanardini@hotmail.com

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