Deidades nómadas

Hoy, víspera del Día de Reyes, hablamos de algunos elementos centrales en la construcción histórica del mito de los magos de Oriente.

P. P. Rubens: La Adoración de los Magos (óleo sobre lienzo, 1609, repintado y ampliado en 1628-1629). Museo del Prado, Madrid.
P. P. Rubens: La Adoración de los Magos (óleo sobre lienzo, 1609, repintado y ampliado en 1628-1629). Museo del Prado, Madrid.GENTILEZA

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El mito de los reyes magos crece a partir de una muy escueta mención de Mateo, el único evangelista que los nombra en los textos canónicos (hay, en cambio, pasajes más detallados sobre ellos en los apócrifos: aparecen en el Protoevangelio de Santiago, en el Pseudo-Mateo, en el Evangelio Árabe de la Infancia, en el Evangelio de Taciano y en el Evangelio Armenio de la Infancia, que es sobre este asunto el más minucioso, y también el más controvertido desde el punto de vista canónico): «Después de nacer Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, llegaron del Oriente unos magos a Jerusalén diciendo: “¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo”» (1).

«Oriente» en ese contexto puede ser muchos lugares. Puede ser Arabia, Persia, Siria… Pero lo importante no es tanto el lugar concreto del que provienen cuanto su origen forastero, acorde a la vocación –propia de ese momento de difusión del cristianismo– universal de esta epifanía que anuncia el advenimiento de un mesías que ya no será solo de Israel. En cuanto a la fecha –mañana–, según el ilustre compilador de los relatos hagiográficos que conocemos como la Legenda Áurea (2), el beato genovés Santiago de la Vorágine –o Jacopo della Voragine, o Jacobus de Voragine–, las cuatro epifanías de Jesús, núcleos de cuatro episodios bíblicos –la adoración de los pastores, la adoración de los Magos, el bautismo de Jesús y las bodas de Caná–, sucedieron todas el 6 de enero en distintos años.

En las bodas de Caná, la epifanía de Cristo (es decir, la revelación de su naturaleza divina a los hombres) consistió en convertir por milagro el agua en vino. Pero antes, en tiempos precristianos, el 6 de enero –por algo el teólogo Rudolf Bultmann, que comparó ambos mitos, dedujo en el siglo XIX que la teofanía dionisíaca había sido transferida a Jesús– se celebraban en las islas del Egeo y en las tierras de Anatolia grandes festivales en honor del dios de la fiesta y la vendimia, el señor de los sátiros y las ménades, la antigua divinidad que inspira la locura ritual y todas las formas del éxtasis: Dionisos, desbocado hijo de Zeus y Semele, y en esas fiestas el agua de las vasijas se transformaba, por arte de magia, en vino, para júbilo de todos. Como en las bodas de Caná.

Mateo habla de «magos» («magoi») del Oriente. En los escritos de Herodoto, «magos» son los miembros de una casta de sacerdotes que, entre los medos del siglo VI, se dedicaban a actividades astrológicas; con el tiempo, el nombre «magos» pasó a designar a teólogos y sacerdotes medos y persas en general (por cierto, el griego Dión de Prusa nos ha dejado en el Boristénico un misterioso retrato de los viejos magos persas y del Himno al Sol que cantaban en sus ritos secretos).

En un altorrelieve en mármol del siglo IV del Sarcófago de Aurelio, en Roma, los Reyes Magos van vestidos como sacerdotes de Mitra, con gorro frigio o «pileus» y pantalones «anaxyrides». Con ese traje persa, el arte sirio pagano representaba a Mitra y a Zoroastro, y el cristiano a los tres hebreos quemados en el horno y al profeta Daniel. Ese era el traje de Orfeo, la deidad tracia. Figuras todas asociadas a rituales iniciáticos y religiones mistéricas (que disputaban terreno al cristianismo en esos primeros siglos de nuestra era), así como a la magia: «El dios pagano fue suplantado serenamente por un dios de magia más potente que también podía resucitar a los muertos» (3). Coherentemente, en las escenas que representan milagros, el arte paleocristiano enfatiza, a veces con una vara (como la «varita mágica» de los relatos populares), otras con el gesto «mágico» de la mano, la condición de mago o taumaturgo de Cristo. Para algunos autores, como se ve por la cita anterior, la llegada de Jesús supuso el triunfo de una magia más poderosa que la magia de eras anteriores. Sobre el punto, cabe recordar que el filósofo pagano Celso, en su Discurso verídico, donde critica al cristianismo (y que no se conserva completo, pero del cual nos han llegado largos fragmentos gracias, paradójicamente, a su gran enemigo Orígenes, que los cita textual y extensamente en su Contra Celsum), acusa a Cristo de ser solo un mago y de no hacer milagros, sino magia. Inteligente fue Celso al presentar la condición de mago y la de dios como mutuamente excluyentes, de modo que el punto fuerte de Cristo, su capacidad de hacer milagros, se volviera contra él.

De los Reyes Magos sabemos que lo han dejado todo –y que no han dejado poco, puesto que son reyes– para seguir una estrella. Que eso significa que todos los bienes que podamos tener no son nada frente al anhelo de lo que no tenemos. Que solo se puede buscar lo que (aún) no se posee, y que por eso Melchor, Gaspar y Baltasar son en realidad monarcas del reino de los deseos, el más antiguo de los reinos de la noche. Oscuramente, sabemos también que su viaje no puede terminar. Que entre un 6 de enero y el siguiente no se detienen en ningún lugar, sino que siguen perpetuamente la estrella en hechizada errancia, y que su tiempo eterno y embrujado coincide cíclicamente con el tosco tiempo lineal de nuestras breves vidas cada año, cuando vuelven a pasar por nuestra ventana. Que quizá nuestro corazón, sin que nosotros mismos lo sepamos, los sigue esperando en secreto durante toda la vida.

Notas

(1) Mateo, 2, 1-2.

(2) Publicada en español en dos volúmenes como La leyenda dorada por Alianza Editorial, Madrid, 1996.

(3) P. Grau-Dieckmann: «Una Iconografía polémica: los Magos de Oriente», en: Mirabilia: Revista Eletrônica de História Antiga e Medieval, Nº 2, 2002.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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