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Hoy vamos a conocer la vida de tres mujeres extraordinarias nacidas en Corea el mismo año, 1896, y también algo de la cultura y la sociedad de su época, de la mano de Sunme Yoon y Nicolás Braessas, autores de los textos que extractamos a continuación.
De «Pioneras y mártires del feminismo», por Sunme Yoon
Las vidas de estas grandes mujeres se parecen de una manera sorprendente, tanto en los aspectos más positivos como en los más lamentables. Las tres nacieron en 1896, en una época en que se sacudían los cimientos del reino de Joseon (1392-1910). (…) Cada una de ellas fue pionera en algún ámbito y todas sobresalieron en lo que emprendieron. Sin embargo, el reconocimiento y la atención que despertaron fueron momentáneos, y fueron silenciadas y relegadas al olvido poco después. Sus últimos años no pudieron ser más tristes: dos de ellas perdieron la razón y murieron de manera anónima en instituciones de caridad; mientras que la tercera cortó los lazos que la unían al mundo y se internó en un templo budista en las montañas.
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Las mujeres con estudios eran una novedad en la época, por lo que al principio fueron recibidas con aplausos. Sin embargo, debajo de ese aparente reconocimiento solo se escondían la curiosidad y el morbo. Causaba asombro que las mujeres, que hasta entonces habían sido estrictamente relegadas a la función biológica de ser esposas y madres, fueran capaces de escribir, pintar y pensar. Se las dejó estar en el candelero solo mientras sirvieron como espectáculo, adorno y atracción. Es decir, las cosificaron convirtiéndolas en el modelo nuevo de «muñeca» que los hombres deseaban añadir a su colección. Sin embargo, en cuanto se dieron cuenta que lo que proclamaban estas mujeres tocaba el meollo de la desigualdad genérica y ponía en peligro el orden mantenido durante siglos, se deshicieron de ellas como si fueran bombas de relojería, no sin antes anular definitivamente su poder para subvertir el sistema.
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Hasta avanzado el siglo XX, los padres eran los que determinaban con quién debía casarse su hijo o hija y era perfectamente normal que los novios se conocieran recién el día de la boda. Siendo matrimonios arreglados, eran pocas las probabilidades de que surgiera algún sentimiento amoroso en la pareja. De hecho, el principal fin de la unión marital era procrear descendencia legítima y continuar el linaje. Naturalmente los hombres buscaban fuera del matrimonio el romanticismo, la pasión y el diálogo que no encontraban en el hogar, lo que se traducía en la práctica, socialmente tolerada, de tener amantes y concubinas. A las esposas solo les quedaba esperar –sin quejarse– que el marido se dignara a aparecer de vez en cuando en la casa –la de los suegros–. La virginidad era la máxima virtud de una mujer y perderla significaba quedar invalidada para el matrimonio. Esto explica por qué Kim Myeongsun, que sufrió una violación, nunca pudo casarse. Si se quedaban viudas, no podían volver a contraer matrimonio; y si el marido las repudiaba y sufrían el divorcio, eran socialmente marginadas y señaladas, como fue el sonado caso de Na Hyeseok. No se concebía que una mujer viviera sola y por sus propios medios: a lo largo de su vida pasaba de la tutela del padre a la tutela del marido y en la vejez, a la de su hijo primogénito. Salirse de este circuito implicaba quedar en el más absoluto desamparo económico y social. Sin embargo, el casamiento no era el fin de los males, sino el comienzo de otros nuevos, como la infidelidad del marido, la obligación de servir a la familia política y la presión de engendrar hijos varones.
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La reacción de esta sociedad confucionista que recién comenzaba a resquebrarse contra estas «nuevas mujeres» fue cruel, desmesurada, cínica, morbosa y fuera de toda ética.
Los mismos colegas varones que habían estudiado con ellas en Japón, compartido lecturas y discusiones, y alentado a sus compañeras a escribir y expresarse fueron los que se ensañaron en destruirlas meticulosamente. Crearon lo que se llamó «la literatura de modelos», una literatura netamente misógina que presentaba a las «nuevas mujeres» como los «modelos» de decadencia moral y sexual, la suma de los peores vicios de la época.
En este tipo de relatos, las describían como mujeres que mantenían relaciones con cuantos amantes se les presentaban y se casaban embarazadas sin saber de quién era el hijo que iban a dar a luz (Yeom Sang-sup, «Noche de año nuevo»); o esperando con calma que la violara su profesor porque al fin y al cabo el hombre y la mujer han sido creados para tener sexo (Kim Dong-in, «La historia de Kim Yeonsil»). El primero fue escrito tomando como «modelo» a Na Hyeseok y el segundo, a Kim Myeongsun, como cualquiera podía darse cuenta. De esta manera, no solo perpetuaron como ciertos los rumores malintencionados que circulaban, sino que dieron pábulo a otros peores. En suma, castraron la actividad creadora de sus colegas mujeres, se apropiaron de sus vidas y cuerpos y los convirtieron en objeto y materia de su escritura, que fue consumida con fruición y morbo por los lectores de la época.
De «Las pioneras», por Nicolás Braessas
En Corea, el confucianismo se convierte en la ideología oficial del Estado durante la Dinastía Joseon (1392-1910). Los fundadores de esta dinastía querían instaurar el reino ideal de los clásicos chinos, en el cual todos los aspectos de la existencia debían coexistir en armonía: Cielo-Tierra, Luz-Oscuridad, Hombre-Mujer. En la práctica estas divisiones lograron una supresión casi total de la mujer en la vida pública. Por ejemplo, las mujeres no tenían derecho a pedir el divorcio, pero sí los hombres en caso de que la mujer cometiera alguno de los llamados siete males (chilgeojiak): desobediencia a los suegros, incapacidad de tener hijos, ser adúltera, tener una enfermedad hereditaria, hurtar, ser celosa o charlatana.
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Durante este periodo la lengua literaria era el chino y solo la aprendían los nobles. Uno de los géneros literarios más importantes de la época fueron los textos educativos que enseñaban los roles a seguir dentro de la familia y lo que la sociedad esperaba de las mujeres. En estos textos existían cuatro arquetipos fundamentales: la esposa fiel, la hija sacrificada, la creyente ferviente y la amante devota.
Los plebeyos, al no poder aprender chino, escribían en el alfabeto coreano hangeul. También lo utilizaron en extenso las mujeres nobles en sus memorias, cartas y diarios. Los textos anónimos escritos por mujeres de clase alta eran poemas largos llamados «canciones de las habitaciones interiores» (kyubang kasa) en los que relataban su vida cotidiana. Estos poemas largos se escribían en rollos de papel (turumari) y se compartían entre mujeres. Además de los textos individuales, algunos se escribían de forma colectiva y a medida que otra lo recibía lo modificaba o le agregaba versos. En esa época cuando una mujer se casaba, tenía que abandonar a su familia y pasaba a formar parte de la de su marido, por lo que era común que una madre le regalara uno de estos poemas como recuerdo a su hija para que lo continuara.
Los hombres, además de sus esposas legítimas, podían tener concubinas, por lo que surgió la llamada «literatura de concubinas» (sosil munhak), en la que relataban las peripecias de su existencia y su frágil situación en la sociedad. La escritora más reconocida de este género fue Yi Ok-bong (¿? -1592), hija de la concubina de un noble y por lo tanto imposibilitada de llegar a ser una esposa legítima. Ella fue confinada al ostracismo por un poema en el que defiende a una mujer pobre que perdió la libertad porque su marido robó una vaca. El poema, de corte humorístico, criticaba a las clases altas y su poca misericordia hacia los desposeídos.
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En el año 1920, Kim Iryeop funda la primera revista feminista de Corea, La Nueva Mujer (sinyeoseong). La importancia de La Nueva Mujer fue vital para instalar en la agenda pública temas que hasta ese momento nunca habían sido debatidos y, sobre todo, para comenzar a analizar el fenómeno de estas mujeres que aparecieron durante el periodo de la colonia y eran vistas por los medios como uno de los signos más extremos de la modernización, generando fascinación y rechazo al mismo tiempo. Kim Iryeop comienza el primer editorial con la exclamación «¡Reforma!» y luego «¡Liberación!». Esas dos palabras no paran de repetirse, marcando el tono de todas las publicaciones de la revista: «¡Liberación! Es el grito de las mujeres que fueron confinadas en esas habitaciones interiores oscuras, profundas por miles de años». Las habitaciones interiores (kyubang) eran los espacios de la casa donde se confinaba a las mujeres durante la dinastía Joseon y son una imagen recurrente en todos los textos escritos por mujeres de este periodo como símbolo de la opresión masculina. Entre los temas que se debatieron en La Nueva Mujer estaban el aborto, el divorcio, la independencia económica y el amor libre. También había reflexiones más filosóficas sobre qué es ser mujer y la posibilidad de construcciones alternativas.
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Las escritoras de esta generación vieron colapsar una tradición de siglos y ante el remolino de nuevas tendencias, que en su mayoría llegaban de traducciones del japonés, no es de extrañar que viviesen entre dos mundos. A pesar de lo novedoso de los temas que trataron las autoras, por momentos su forma queda encorsetada en el didactismo moralista confuciano de la literatura antigua. Sin embargo, lo admirable (o lamentable) es que sus reclamos y reivindicaciones siguen siendo actuales y urgentes.
Los autores aquí citados
Sunme Yoon es una de las principales divulgadoras de la cultura coreana en el mundo hispanohablante.
Nicolás Braessas es editor y traductor; dicta desde hace años el único taller de literatura coreana de Argentina.
El sello
Hwarang es una editorial de cultura coreana con sede en Buenos Aires.
crononauta700@gmail.com