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Virgil Finlay nació el último día del siglo XIX. Cuando el Imperio Austro-Húngaro envió a Serbia el ultimátum que el domingo siguiente desató la guerra que acabó con el mundo hasta entonces conocido. El jueves 23 de julio de 1914, en Rochester, Nueva York. Ilustró probablemente todas las revistas pulp de las décadas de 1930 y 1940: The Phantagraph, Thrilling Wonder Stories, Famous Fantastic Mysteries, Super Science Stories, Weird Tales, Fantastic Adventures, Argosy… Pues aunque dejó este mundo cuando aún era muy joven –el 18 de enero de 1971–, empezó a los veinte años y podía trabajar dieciséis horas al día para ganarse la vida en ese duro mercado.
Su método favorito fue el scratchboard: raspar capas de tinta negra revelando líneas de un fondo blanco. Técnica compleja, lenta y laboriosa con la que supo dar fuerza expresionista, ricos volúmenes y texturas, profundidad y consistencia a las pesadillas de la modernidad. De ellas llenó las páginas de las dos principales revistas pulp de ciencia ficción y de terror –Amazing Stories y Weird Tales, respectivamente– de la época. Dibujar fue su vicio, su alegría, su droga, su destino.
A uno de los escritores que colaboraban en Weird Tales le gustó mucho un dibujo de Finlay que apareció publicado en esa revista ilustrando el cuento «El dios sin cara» («The Faceless God»), de Robert Bloch. De hecho, a aquel escritor le gustó tanto el dibujo que le escribió un poema: «Al señor Finlay, sobre su dibujo para el cuento del señor Bloch “El dios sin cara”», y se lo envió al artista con una carta el 30 de noviembre de 1936. El poema apareció en The Phantagraph en mayo de 1937:
«To Mr. Finlay, upon his drawing for Mr. Bloch’s tale, ‘The Faceless God’
In dim abysses pulse the shapes of night,
Hungry and hideous, with strange mitres crown’d;
Black pinions beating in fantastic flight
From orb to orb thro’ sunless voids profound.
None dares to name the cosmos whence they course,
Or guess the look on each amorphous face,
Or speak the words that with resistless force
Would draw them from the hells of outer space.
Yet here upon a page our frighten’d glance
Finds monstrous forms no human eye should see;
Hints of those blasphemies whose countenance
Spreads death and madness thro’ infinity.
What limner he who braves black gulfs alone
And lives to make their alien horrors known?» (1)
«Al señor Finlay, sobre su dibujo para el cuento del señor Bloch ‘El dios sin rostro’
En los abismos palpitan estas formas de la noche,
hambrientas, horribles, de testas raramente coronadas;
negras aletas sacuden en sus fantásticos vuelos
que cruzan de orbe a orbe hondos vacíos sin sol.
Nadie osa nombrar el mundo que recorren
ni atisbar la mirada en sus caras amorfas
ni decir las palabras que irresistiblemente
los dibujarían desde los infiernos del espacio.
Mas aquí, sobre la página, un vistazo aterrado
halla formas que ningún ojo humano debe ver,
esbozos de blasfemias cuya fisonomía
esparce muerte y locura a través del infinito.
¿Que ilustrador surca estos negros océanos a solas
y vive para dar forma a sus extranjeros horrores?» (2)
Aquel escritor era el «padre del terror cósmico», como suele llamárselo, aunque él prefería considerarse el inventor del «cuento materialista de terror», Howard Phillips Lovecraft. Y, por encargo de Weird Tales, Finlay se convirtió en el primer ilustrador de los relatos de H. P. Lovecraft. En el hombre que dio forma física al infame universo del «solitario de Providence». En el que materializó lo invisible en revistas de poco precio y gran tirada.
Hace hoy 80 años, en 1939, la legendaria editorial fundada por August Derleth y Donald Wandrei, Arkham House –nombre que remite a la ficticia, atroz ciudad de Nueva Inglaterra que sirve de escenario al ciclo mítico de Cthulhu–, publicó su primer título. Es un libro de Lovecraft: The Outsider and Others. Y el autor de los dibujos que adornan la sobrecubierta es Virgil Finlay. Son ilustraciones hechas para Weird Tales, que forman un collage. Sobre la pasta dura de la edición de Arkham House, la flexible sobrecubierta ilustrada reunió así, una vez más, a estos dos abominables creadores empeñados en dar palabras a lo indecible y forma a lo invisible.
Con el tiempo, Finlay tuvo el siniestro honor de recibir un nombre secreto para entrar al Círculo de Lovecraft, fraternidad maldita en la cual el brillante Robert Bloch (de cuya novela Psicosis Hitchcock hizo oro cinematográfico) balbuceaba como en la primitiva, babeante inmundicia denominada Bho-Blok, el ilustre editor y autor August Derleth se convertía en el sucio, sicótico Conde d’Erlette, el culto y refinado escritor Clark Ashton Smith reptaba como algo viscoso y ciego llamado Klarkash-Ton, el gran cuentista Frank Belknap Long degeneraba en la corrupta anomalía conocida como Belknapius y finalmente el propio Howard Phillips mutaba en el sórdido faraón Luveh Kerapf, Sumo Sacerdote de Ech-Pi-El. Y fue así como Virgil Finlay, por su parte, involucionó en la blasfemia atrófica que, no sin espanto, se recuerda como el «Monstro Ligriv».
Al leer las nefandas páginas escritas por Luveh Kerapf, el Monstro Ligriv, iluminado, vio agitarse entidades sin ojos bajo el doble cuerno de la luna gibosa, y al dibujar las vacías cuencas de la infame noche cósmica, las constelaciones malignas, las inmundicias sin cara, los bestiales colosos que en el abismo primigenio vomitan mundos y desgarran estrellas, dio a un público ávido imágenes para poder ver lo invisible, tocar lo inconcebible, concretar ubicuas angustias y enormes, imprecisos miedos.
Cuando Lovecraft murió, en 1937, los pinceles y plumas del Monstro le rindieron tributo en un retrato que publicó Amateur Correspondant. Dibujó a su difunto amigo como él hubiera querido ser recordado: un elegante caballero dieciochesco, tal vez algo serio y adusto, como corresponde, a fin de cuentas, a quien ha contemplado las insondables blasfemias que desafían las leyes del tiempo y el espacio, pero siempre cortés, dueño de sí mismo y de una intachable compostura, que nos mira desde su escritorio, la pluma, levemente suspendida sobre el papel, en la diestra. Una estampa sin duda edificante. Sobre todo si hacemos caso omiso de la leprosa legión de cosas sin nombre que, agitándose en borrosas convulsiones y mudos gritos desde la penumbra del recinto, se le acercan por la espalda.
Notas
(1) The Ancient Track: The Complete Poetical Works of H. P. Lovecraft, San Francisco, Night Shade Books, 2001, p. 80.
(2) Traducción propia.