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Llega al diario un poco antes de lo pautado, según él, para prepararse físicamente para subir las escaleras. “Estoy saliendo de un resfrío muy fuerte”, revela y simula desmayarse en cada escalón. De más está decir que entrevistarse con Augusto Casola es una garantía de que la charla tendrá todos los condimentos, menos el aburrimiento. Con un humor muy particular, es difícil mantener con él una conversación seria, pero hacemos el intento.
-Escritores notables del Paraguay y otros recuerdos… ¿y “una que otra sorpresa”?
-Escribo un poco de todo. La idea inicial era publicar un libro en el cual se trataran todos los temas acerca de lo que yo escribí sobre otros autores y se iba a llamar Dije, dijeron.
-¿Y qué pasó?
- Cumplí 70 años y quise festejarlos con la edición de un libro, como nos gusta a los escritores. Así como el año pasado, cuando se cumplieron 40 años de mi primera novela, El laberinto. En realidad, en 2012 porque en el 72 ganó el premio y en 1973 se publicó; por lo tanto, Café con leche con pan y manteca fue un homenaje a El laberinto, porque en 2012 salió Luis María Martínez, el obrero de la palabra y La plaza uruguaya. ¡Guapísimo soy! (risas).
-Y sí. ¿Cuál fue el criterio de selección de los autores?
-Totalmente a mi arbitrio. Están Gabriel Casaccia, José Luis Appleyard, Miguel Ángel Caballero Figún, Luis María Martínez, Oscar Ferreiro, y dedico una sección al erotismo en la poesía femenina en el Paraguay.
-Un tema muy poco tratado.
-Empieza con Dorita Gómez Bueno de Acuña, quien tuvo el valor de hablar de sexo en una sociedad chiquita, mezquina y pacata, hipócrita a más no poder, pero era nuestra época casi colonial.
-Sí, era otra época.
-Las mujeres prefieren llamar de amor a la literatura erótica. Y es que tienen una manera de ser diferentes; aman y sienten distinto. No sé. Creo que le tienen más miedo a la palabra que a los hombres.
-Sin embargo, actualmente tenemos escritoras que son temerarias de la palabra.
-Creo que no. El desenfado, sobre todo, en poesía es más difícil. A Dorita le siguen Ida Talavera de Fracchia y Josefina Plá, una que también era de armas tomar. Ella sí que no le tenía miedo a nadie.¿Llegaste a conocerla? Era una gran escritora y poeta; una gran mujer en realidad.
-Una adelantada a su tiempo.
-Sí, y bastante, porque eran mujeres al poder de aquella época. Antes las mujeres eran más reprimidas, no como ahora. Siguiendo en orden cronológico, están Nidia Sanabria de Romero: "Que hoy surca el labio un temblor adolescente la timidez ahora de pensar en otoño lo que fue primavera". ¿Decime si no es hermoso? Y Renée Ferrer; ella es bastante agresiva también con la palabra. Su obra Itinerario del deseo es muy buena.
-Sí. Renée, cuando escribe se suelta.
-No, una cosa es la persona, y otra, el escritor. Si querés hacer poesía, tenés que desnudar tu alma; de lo contrario, no sale. Y desnudarte implica mucho: mostrarte cómo sos, lo que sos realmente.
-Eso significa que lee a autores paraguayos…
-Sí, leo todo, porque tenemos buenísimos escritores. Después vienen María Eugenia Garay y María Eugenia Ayala Cantero. ¡Sus Jaques de fuego sí que son muy eróticos!
-Dijo que tiene muchas obras en parrilla, ¿por qué elegió esta?
- Ya había salido Café con leche, que tiene como 14 años. Me cuesta sacar novelas. ¡Años me toma!
-¿Qué lo motiva a escribir?
-Tengo necesidad de hacerlo. No puedo evitarlo. Una vez traté de no escribir más. Un año no escribí más nada.
-¿Por qué?
-Me enojé con la escritura. Y un amigo me dijo: “No vas a poder. Es más fuerte que uno este asunto. Quieras o no vas a caer otra vez”. Y tuvo razón: es más fuerte que yo. Lo más que espero es que cuando me muera ocupe un poco de espacio en los diarios, que digan lo buen escritor que fui (risas).
-¿En serio?
-¡Claro que sí! ¿Por qué hacés arte? Porque querés trascender a la muerte. Deseás quedarte más. Para qué, no sé. Es una cuestión humana.
-¿Le teme a la muerte?
-¡No! A la vida le tengo miedo. Para qué te voy a decir una cosa por otra. Si hay algo más allá, me voy a ir directo al cielo con lo bueno que soy. Y si no hay nada, como soy dormilón, me voy a ir dormir a pata suelta.
-Volvamos a la escritura…
- Es una necesidad espiritual. Las físicas son concretas, definidas. Las necesidades espirituales son más difíciles de explicar.
-Y es un ingeniero poeta.
-Soy ingeniero y procuro ser poeta. Y para hacer poesía, tenés que manejar la métrica poética, el ritmo, la prosódica. Al igual que la música, la poesía es lo más matemático que hay. Me gustaba la carrera. Antes tenías que tener un título, y todavía no pensaba ser escritor. En aquellos tiempos era medio raro que te dedicaras a la poesía.
-¿No escribía ya acaso?
-Las Naciones Unidas declaró 1972 como “El Año Nacional del Libro”. Y entre todas las cosas que se organizaron salió una convocatoria para un concurso de narraciones orales de la Embajada de España. Envié mi cuento El padre del Luisón, y cuál fue mi sorpresa cuando aceptaron mi trabajito y lo publicaron.
-¿Y El laberinto? Porque es de ese año.
-Fue un llamado del PEN Club y la Cámara Paraguaya del Libro. Te cuento la anécdota. Me llevó tres meses de suspenso. Se presentaron nueve novelas. Llegó el día en que se iba a leer el veredicto por Radio Cáritas. Pensando que no iba a ganar, estaba tan nervioso que fui al cine Rex. Al día siguiente, a las nueve, mi señora me avisó que llamó el Dr. José Luis Appleyard. “Dice que ganaste el premio con tu novela”. “¡No jodas!”, le contesté. Y como había dejado su número, al mediodía, lo llamé. ¡Así nació Augusto Casola en 1972! Y sigo. Acá estoy 40 años después con Escritores notables del Paraguay y todavía me sobra cuerda para rato.
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Fotos ABC Color/David Quiroga/Gentileza.