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Todo es fiesta desde el momento en que Wanda y Pía llegan al Instituto Nacional del Cáncer (Incan). Cristóbal, Fabrizio, Selena y Aníbal las esperan con ansias, y la sonrisa que se dibuja en sus rostros delata su alegría de ver a las mascotas. Las cargan, abrazan, juegan con ellas. Wanda es de raza golden retriever, y Pía, una labradora. “Cuando los perros vienen, los chicos se olvidan de todo: doctores, estudios, pinchazos; la espera se hace más llevadera”, comenta Angélica, madre de Selena —una de las pacientes—, quien lleva poco más de dos meses de tratamiento.
Para Jorge González, padre de Aníbal, la terapia con los perros ayuda a su hijo, principalmente, a manejar su ansiedad. “Soy consciente de que la terapia no es de sanación, pero que el cariño que los perros les dan a los niños es realmente maravilloso”.
Durante siglos, los animales han sido utilizados como apoyo para el tratamiento de pacientes con patologías físicas o emocionales. Y esto se da por el estrecho lazo que existe entre el hombre y el perro, o los animales en general, pero es más estrecho con el perro. Desde hace siglos, el hombre se relaciona con el perro. Existe un lazo más que físico. La terapia asistida por perros se denomina canoterapia.
La idea de implementar esta terapia en el Incan surgió de forma voluntaria de parte de los hermanos Delia, fonoaudióloga, y Diego Torres, Lic. en Ciencias de la Educación y estudiante del cuarto curso de Kinesiología. “Generalmente, cuando uno empieza un proyecto tiene un motor”, revela. Torres sufría de depresión y así inició su terapia con los perros. “Yo viví la terapia a través de Pía, mi perra. En mis momentos de crisis de estado de ánimo, ella me brindaba contención”, cuenta.
El animal no le juzgaba ni exigía; al contrario, le daba amor sin exigir nada. Cuando pudo salir de su estado, comenzó a investigar sobre los beneficios de la canoterapia y se encontró con un montón de bibliografía y estudios al respecto. “A nivel mundial, se estaba usando en casi todos los institutos sanitarios”, señala.
Pero fue en Canadá y España donde encontró que en todos los hospitales tienen un departamento que aplica la canoterapia. “Y al ser una coterapia, puede aportar a cualquier tipo de profesión: sicólogos, fonoaudiólogos, entre otros”, detalla. Fue así que Torres comenzó a entrenar a su perra, para que socializara con la gente. La llevaba por distintos ambientes, como la Costanera, el centro, entre otros, como para que ella se exponga a estímulos externos y para comprobar si solo se comportaba así con él o era realmente esa su naturaleza.
Y, categóricamente, Pía es un animal muy dócil, principal requisito que los perros de terapia deben reunir para poder trabajar. Fue así que comenzó a buscar lugares, como hospitales, centros asistenciales, con jóvenes adictos. “Fue mágico”, comenta. Tanto pacientes, equipo médico, gente en salas de espera que acompaña a su familia, todo cambiaba cuando los perros llegaban al lugar. “El animal se entregaba a ellos y ellos al perro”, cuenta. Así, Torres pudo constatar que todo lo que había leído era cierto porque podía palparlo.
La noticia de los perros que visitaban los hospitales corrió hasta que llegó a oídos del director del Incan, Dr. Julio Rolón, quien se puso en contacto con Diego Torres. Este le comentó sus ganas de especializarse en esa terapia y el director le abrió las puertas de la institución para que ellos, a su vez, vean cómo insertarlo en el sistema sanitario del país.
“Ese es el objetivo: que esa semilla, que hoy se está sembrando, germine y ellos se encarguen de regarla y expandirla correctamente. Sabemos que sin la naturaleza no somos nada y el perro es parte de la naturaleza; hay que aprovechar los beneficios que nos puede brindar tanto en lo físico, como sicológico y espiritual, porque es algo integral. Uno lo adecua de acuerdo a la necesidad del paciente”, resalta Torres.
Para el personal del área de Pediatría, esta técnica también constituyó toda una sorpresa. Vicente Villalba —encargado del aula hospitalaria del Incan en colaboración con el MEC, donde los chicos internados estudian— dice que cuando el director les explicó al plantel de la escuelita sobre la canoterapia fue toda una novedad. “Nosotros, desde el sistema educativo, hacemos terapia, aunque no de este tipo. Pero si viene alguien que propone algo nuevo que aporte, bienvenido sea, siempre en busca del bienestar de los niños”, señala.
Según la profesora Miriam Ferreira, algunos padres, inicialmente, por desconocimiento, hasta reaccionaron con temor por el contacto de los niños con los perros. “Pero trabajamos bastante con ellos. Primero nos informamos en qué consistía esta terapia para que se sientan tranquilos. Son animales perfectamente adiestrados y, lo más importante, tienen todos los cuidados higiénicos y sanitarios que se requiere”, explica descartando, de paso, el tabú de que por ser animales no son saludables para los niños.
Para la profesora Luz Duarte, la receptividad de los chicos es muy buena, si bien a algunos les cuesta más tomar confianza para acercarse, por eso se les pregunta antes a los niños si tienen una mascota, para ayudarlos a manejar el temor. “Tienen miedo al principio, pero una vez que se familiarizan con el perro, este les atrae naturalmente”, asegura.
La canoterapia abre un abanico de posibilidades tan grande, porque puede ser aplicado en muchos casos: niños autistas, jóvenes con adicciones, personas que guardan reclusión en penitenciarías, adultos mayores, entre otros, con bastante éxito. El objetivo de Torres es que esto se conozca y que se pueda implementar tanto en el sistema educativo, hospitalario, laboral, porque en todos esos ámbitos se necesita estar motivado y emocionalmente bien. “Y estoy seguro de que este tipo de terapias darán resultados positivos. Ojalá que en un futuro contemos con centros de canoterapia, que en cada institución haya un departamento que aporte al tratamiento, porque sabemos que no sustituye ningún tipo de terapia ni el trabajo de un profesional, pero lo acompaña y optimiza. Nosotros nos manejamos con el lema: ‘El amor sana’”. Wanda y Pía brindan ese amor en el Incan los lunes y viernes, de 9 a 11 h.
Jingles
El primero que se animó a realizar una terapia asistida con animales fue un siquiatra, Boris Levinson, en 1953, en EE. UU. Levinson estaba en su despacho con su perro Jingles cuando un paciente se presentó muy nervioso antes de la cita. Se trataba de una madre con su niño, que acusaba gran retraimiento y aquella tarde estaba muy alterado. Jingles se acercó al niño, llamado Johnny, y comenzó a jugar con él. El siquiatra tuvo la brillante idea de incluir a Jingles en el tratamiento para comprobar si esta terapia ayudaba a la rehabilitación de Johnny. Así, de casualidad, se inició esta práctica que actualmente se conoce como Terapia Asistida por Animales.
Fotos: ABC Color/Virgilio Vera.