Por fin un matrimonio feliz

Los rumores de crisis han acompañado a los príncipes de Mónaco desde antes de su boda, auspiciados por la presunta fuga de la novia días antes de la ceremonia o los hijos ilegítimos del príncipe Alberto II, pero el reciente anuncio de la maternidad de la princesa consolida al fin la relación.

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La relación entre el príncipe Alberto II de Mónaco (56) y la exnadadora Charlene Wittstock (36) ha sido siempre objeto de debate de la prensa más sensacionalista. Las primeras imágenes de la pareja en actitud cariñosa durante los Juegos Olímpicos del 2006, donde hicieron público el noviazgo, ya iban acompañadas de artículos especulativos sobre la identidad de la “guapa deportista rubia”. La prensa del corazón ya le había atribuido a Alberto, que había defendido su soltería a capa y espada, numerosos romances desde hace años, sobre todo con jóvenes actrices y modelos, entre ellas Brooke Shields, Claudia Schiffer o Tasha de Vasconcelos, por lo que los medios barajaban que Charlene podía ser solo una más de sus conquistas. En 2010, un portavoz del Palacio Grimaldi anunció, a través de un comunicado, el matrimonio de la pareja, que se programó para el verano del 2011. Para los monegascos fue como un sueño largamente acariciado y por fin hecho realidad. Presagiaban una nueva etapa, alejada de los rumores sobre otras relaciones sentimentales del soberano, quien ya había reconocido dos hijos ilegítimos: Grace Grimaldi (19), fruto de una relación con una camarera que estaba en Mónaco disfrutando de sus vacaciones junto con su marido, y Alexandre Coste (7), que tuvo con una azafata de vuelo togolesa.

Mediático enlace

Sin embargo, aquel enlace no logró acallar a la prensa. Primero un medio francés, L’Express, y luego otros a su estela desvelaron en el verano de 2011 que el enlace estuvo a punto de suspenderse. Según estas informaciones, Charlene se había enterado una semana antes de que Alberto le había sido infiel durante su noviazgo. Enfurecida, tuvo la intención de abandonar el principado.

La prensa enloqueció: las noticias sobre las amantes de Alberto, los posibles hijos nacidos de estas relaciones —que se habrían sumado a los dos que ya tiene— e incluso su bisexualidad inundaron las portadas de las revistas. La peor parte se la llevó The Sunday Times, que recibió una demanda del soberano por difamación.

El artículo de este diario londinense decía que Charlene no había querido casarse, pero había acabado cediendo a cambio de una importante cantidad de dinero. Por eso, una de las cláusulas del contrato señalaba que debía permanecer casada al menos cinco años y tener un hijo.

Finalmente, el diario se disculpó por el daño causado por el artículo, cuya falsedad admitió, y ofreció abonar una indemnización por daños y perjuicios que The Guardian estimó en 300.000 libras (USD 500.000).

Cierto o no, dos semanas después de contraer matrimonio, los príncipes ya estaban dando explicaciones sobre por qué habían dormido en hoteles diferentes durante su luna de miel en Sudáfrica. Alberto declaró que fue “por razones prácticas”.

Princesa distante

Después de casi tres años de matrimonio, no puede decirse que la pareja haya logrado demostrar la firmeza de su amor. Los rumores de crisis siempre han estado presentes, ya que apenas se les ha visto juntos en público, en un principado en el que las apariencias son muy importantes. El papel de Charlene, nacida en Zimbabue, pero de nacionalidad sudafricana —hasta su retirada por una lesión, una gran nadadora, con varios títulos, tanto nacionales como internacionales en la modalidad de espalda—, no convencía. En varias ocasiones, no ha estado presente en eventos institucionales. Un ejemplo: la entronización de Guillermo y Máxima como reyes de Holanda hace un año, que generó tanta polémica que el palacio de Mónaco se vio obligado a emitir un comunicado en el que explicaba que la princesa estaba en Sudáfrica, en la boda de un amigo. También, el pasado mes de febrero, la princesa dejó solo a Alberto al frente de la delegación del principado en los Juegos Olímpicos de Invierno de Sotchi (Rusia), para poder disfrutar de unas vacaciones en la isla de San Bartolomé (Francia) en el Caribe, en compañía de un grupo de amigos. Esta vez, el comunicado explicaba que la princesa estaba allí para participar en un proyecto solidario patrocinado por un sacerdote al que le une una gran relación, aprovechando que Charlene tiene una fundación destinada a ayudar a los niños a través de la natación. Nadie la creyó.

Maternidad y felicidad

Sin embargo, la noticia del embarazo de la princesa, la semana pasada, afianza la relación. Finalmente, Alberto, el único hijo varón de Grace Kelly, tendrá descendencia. Si la pareja no tiene hijos, Andrea Casiraghi, quien no lleva el apellido de la dinastía, podría ser el heredero, recibiendo los derechos de su madre, Carolina de Mónaco. Los otros dos hijos que ya tiene Alberto son considerados ilegítimos por la Constitución del Principado, que exige que el monarca esté casado por el rito católico. Es de esperar que el nacimiento, previsto a finales del año, traiga alegría y felicidad al matrimonio, ya que el futuro del apellido Grimaldi, durante 700 años en este pequeño principado, paraíso fiscal y una de las zonas residenciales más lujosas del mundo, está asegurado.

EFE Reportajes

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