Músico de iglesia

Luego de una carrera de informática y su paso por el Seminario, a los 28 años, Enrique Alfonso supo lo que realmente quería hacer y ser en la vida. Y se abocó en seguir su sueño: la música coral sacra. Hoy es director de los coros más importantes de nuestro país.

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Enrique Alfonso (38) se dedicó a la música toda su vida, “pero siempre fue un pasatiempo”. Su abuelo materno era violinista, además de profesor de violín, lenguaje musical y guitarra clásica. “Solo que yo no supe esa parte de su vida por mucho tiempo”, cuenta. Así, a los siete años empezó a estudiar guitarra y piano. Sin embargo, cuando decidió dedicarse de manera profesional a la música, ya tenía 28 años, una carrera de informática y había pasado por el Seminario. 

“Antes de eso era solo un hobby. Eso no quiere decir que no haya estudiado, leído, investigado ni me haya preparado en todo lo que concierne con la música. Era para hacer mejor lo que me gustaba”, comenta. Incluso había pensado en estudiar de manera más seria, pero en esa época era difícil, incluso, vivir del arte. “O quizá estaba en otro tiempo de mi vida”, reflexiona. 

Al culminar la secundaria, Alfonso ingresó a la carrera de Ingeniería en Informática. “Me gustaba mucho y era un excelente alumno”, dice. Pero le faltaba “ese algo” que le apasionara del todo, aunque era muy bueno para los números y las fórmulas. “En el colegio me sabía todas las fórmulas físicas, químicas, matemáticas, definiciones, pero de memoria, sin estudiarlas”. 

Más adelante, su vida tomó un rumbo totalmente diferente. Alfonso siempre estuvo involucrado en la Iglesia e, incluso, estudió en un colegio católico: San Cristóbal. “En esa época, la institución estaba a cargo de las hermanas de la Caridad de Quebec y fue así, en realidad, cómo me inicié en la música. Probablemente, los profesores que tenía despertaron esa curiosidad en mí junto con lo que yo traía genéticamente”, señala. 

En la época de la universidad estaba también en un grupo vocacional, para el sacerdocio. “Para discernir. Creo que fue lo mejor que me pasó en la vida”, afirma. Fue a Italia y, de allí, le enviaron a Canadá, donde estuvo dos años. En Toronto conoció toda la parte seria de la música que en nuestro país conocía muy poco. Al estar allí se dio cuenta de que realmente quería hacer música. “Toda esa cosa fantástica de la orquesta, los coros, los órganos, el tubo y la parte científica de la música me fascinaron. Fue el tiempo en el que pude discernir y hasta arriesgarme a hacer lo que soy y lo que hago”, explica.

Allí se dio cuenta de que sí quería servir a la Iglesia, pero no como sacerdote. La música sacra era lo que más le interesaba y decidió hacerlo. “Me mueve y conmueve de una manera particular”, confiesa. Y regresó. Destaca el apoyo de sus padres, quienes, al principio, se asustaron por lo difícil que es el camino de la música, pero en todo ese tiempo, Alfonso tenía todo ordenado en su vida: le iba bien y tenía un buen trabajo. “Solo que era inquieto, y sigo siéndolo”, admite. 

Director de la Schola Cantorum de la Catedral Metropolitana desde el 2013, año en el que comenzó este proyecto en manos del arzobispo monseñor Edmundo Valenzuela; está completamente abocado a lo que es la música sacra en la Iglesia católica. También enseña Canto en el Centro Evangélico Menonita de Asunción. “En esta facultad estudié Música en el Paraguay, porque en esa época no existía otro lugar en el cual estudiar. Los profesores avivaron la pasión que yo tenía por la música con el conocimiento musical”, detalla. 

También enseñó en la FADA hasta el 2014; además, fue director de los coros del Centro Paraguayo Japonés, el Colegio Internacional y, también, colaboró en el Ateneo Paraguayo. Si bien ejecuta la guitarra, piano, órgano de tubos, flauta dulce, estudió dos años el chelo, Alfonso deja bien sentado que lo que más le gusta es la dirección y, dentro de esta, la música coral. “La música vocal siempre me llegó más que la instrumental. La música, unida a las palabras, llega donde la palabra sola no puede. Aunque, por supuesto, disfruto de la instrumental. Por eso la sacra me llamó la atención siempre; es muy coral”. 

En el 2016 realizó una pasantía en el Vaticano, en el coro del papa, que califica como “una experiencia fantástica. Cuando me preguntan cuál es mi hobby, me cuesta responder, porque lo que más me gusta es en lo que trabajo. Doy gracias a Dios de poder vivir de esto, trabajar y tener lugares que me abran sus puertas”. 

Según Alfonso, la más inolvidable experiencia en su vida personal y profesional fue preparar el coro para la visita papal. “No creo que pueda pasar por una más importante, que demande más de mí en todo sentido. No solo en el ámbito musical, sino también de organización, estructura, manejar grupos y un montón de cuestiones. Eso fue lo más desafiante, pero el trabajo, a la vez, fue muy emocionante y contagiante. Nunca vi tan unido al pueblo paraguayo”. 

En los planes del director está estudiar un doctorado en el exterior. “Me cuesta porque tengo que alejarme por un tiempo de aquí. Pero creo que debo hacerlo para poder servir mejor”, revela. Ya tiene ofertas, como en el Instituto Pontificio de Música Sacra, en Roma. Enrique Alfonso será el primer paraguayo en estudiar allí. “Soy un músico de iglesia que intenta acercar a Dios a la gente a través de la música. Eso es lo que me mueve y conmueve. Quisiera hacer eso hasta que me muera”, dice y anima a la gente a que siga su pasión. “Uno es feliz y, cuando uno es feliz, le hace más feliz a todo el entorno”, concluye.  

mpalacios@abc.com.py

Fotos: ABC Color//Diego Peralbo/Gentileza.

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