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Descendiente de prócer

Hacia 1961, vivía en Asunción una anciana que era descendiente del prócer Vicente Ignacio Iturbe. La dama se llamaba Eloisa Ramona Racaniere Iturbe Fernández y era bisnieta del citado prócer y, entonces, la única descendiente directa de Iturbe. Su casa quedaba a solo nueve cuadras de la Casa de la Independencia.

Había nacido en una casa que quedaba sobre la calle Igualdad (hoy 25 de Mayo) entre Tacuary y Estados Unidos, donde actualmente se encuentra el local del Partido Colorado. Cuando su padre murió, esa casa fue vendida a la familia Croskey Fernández.

Según contaba esta señora, para que su familia no fuera reconocida por Francia y evitar represalias, cambiaron el apellido Iturbe por el de Fernández, que era el de la esposa de Vicente Ignacio (Bernarda Fernández).

Un mueble casi olvidado

Un elemento muy importante dentro del mobiliario casero de décadas atrás –que aún puede verse en algunos lugares–, es la fiambrera. Antaño, como no había heladeras –ni artículos congelados–, no había más remedio que comprar los alimentos a diario: carne, leche, etc.

Mantener la carne en buenas condiciones así como otros derivados, como los fiambres y mortadelas. Por su condición perecedera, había que conservarlos en sitios frescos y ventilados. Además la necesidad de mantener alejadas a las moscas –muy abundantes por la falta de fumigaciones–, gatos y ratones, hizo que se generalizara el uso de la fiambrera: un mueble cúbico, con armazón de madera, protegido con fino tejido de alambre, provisto de puertas con ganchos que la mantenían cerrada.

Estos muebles, originalmente, eran unas cajas de alambre tejido y armazón de madera que eran colocadas en lo alto, sujetadas a las vigas, lejos del alcance de gatos y ratones. Luego, se fabricaron compuesto de un aparador y cajones, en los que eran guardados los enseres domésticos y cubiertos.

Octavo aniversario

Mañana se cumplirán ocho años de la inauguración del mejoramiento del obelisco de Ita Ybaté.

Hace una década, con el vecindario, hemos hecho una campaña por salvar la zona de convertirse en un basurero. Muchos de ellos sufrieron los rigores de la represión por su compromiso por mantener limpio su entorno. Desde nuestras páginas, en la prensa hemos acompañado ese esfuerzo.

Consecuencia de esa situación fue el rapiñaje del monumento pese a los avisos hechos por medio de la prensa a las autoridades. Nadie hizo caso a excepción de los ladrones: robaron todas las placas de bronce colocadas para recordar el aporte de las diversas poblaciones del país en la construcción realizada entre 1942 y 1944.

El monumento quedó destruido, las placas robadas e, inclusive, el busto del mariscal López, obra del escultor Francisco Almeida, fue a parar a alguna fundición. 

Para subsanar tal vandalismo, personalmente, busqué un busto para reponer lo robado.

Lo encontré en un anticuario de San Lorenzo. No era una obra de Bernini o Michelangelo, pero tampoco un monigote de museos actuales. Pese a mi calamitosa situación económica –con embargos multimillonarios sobre mí (por haber defendido un bien cultural sacro)–, compré el busto. Pagué G. 1.000.000 y quedé debiendo G. 200.000, que –luego– colaboró conmigo el señor Esteban Burt para terminar de pagar la compra, y así pudimos devolver en algo la dignidad del monumento de un altar de varias patrias, pues allí ofrendaron sus vidas paraguayos, argentinos, brasileños, uruguayos y de otras nacionalidades.

Con otros amigos, compramos cal, cemento, y arreglamos y pintamos el obelisco, además de colocar el busto de cemento que hasta hoy se encuentra en el lugar.

Con la señora Margarita Morselli conseguimos que la Comisión Nacional de Conmemoración del Bicentenario de la República del Paraguay colocara una placa de cerámica, en vez de uno de las enormes placas robadas

Realizamos un emotivo acto de inauguración, el 26 de febrero de 2010. Hace ocho años.

Por haber comprado dicho busto y no otro mejor, como agradecimiento, mucha gente me trató de vendepatria, legionario, mal paraguayo, etc.

Pero bue…, se hace lo que se puede.

El asesino del Mariscal

Está muy extendida la creencia de que el soldado brasileño que asesinó al mariscal Francisco Solano López Carrillo, en el desigual combate al frente de sus 413 soldados en Cerro Corá, fue el brasileño José Francisco Lacerda, más conocido como “Chico Diabo”, cabo y trompetista al mando del coronel Jóca Tavares (un temperamental oficial brasileño quien adjudicó a Lacerda tal “hazaña”).

En realidad, quien asesinó a sangre fría a López en las barrancas del Aquidabaniguí, pues ya estaba malherido y moribundo, fue el soldado brasileño Joâo Soares, nacido en la ciudad brasileña de Pelotas.

Numerosos son los testimonios de protagonistas de aquel suceso que aseveran que fue Soares y no José Francisco Lacerda, “Chico Diabo”, quien asesinó al mariscal López.

Otros de los que participaron en la persecución y acorralamiento de López fueron el teniente Alfredo Pinheiro da Cunha y el soldado Franklin Menna Machado, uno de los que hirieron de bala a López en el arroyo Aquidabaniguí.

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