Juan Herebia recuerda que su ingreso al equipo litúrgico del Santuario de la Virgen de Caacupé ocurrió en uno de los momentos más difíciles de su vida. Apenas dos meses después del nacimiento de su primer hijo, Mateo, a Elizabeth le diagnosticaron artritis reumatoide, una enfermedad dolorosa, de pronóstico complicado y que, según los médicos, podía causar deformaciones severas.
La familia pasó por consultas, tratamientos e incluso acupuntura, sin encontrar un alivio claro.
Fue en medio de esa incertidumbre cuando un amigo los invitó a sumarse al servicio en la Basílica. Desde entonces, la vida de ambos empezó a cambiar.
“Mi señora empezó a caminar mejor, volvió a usar zapatos de taco alto, algo que tenía prohibido. La enfermedad sigue, es tratada y controlada relativamente, pero encontramos en el servicio el pilar que nos sostiene anímica y espiritualmente”, expresa emocionado Juan.
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En 2010 asumió como coordinador del equipo de liturgia, rol que desempeñó hasta 2016. Desde ese año forma parte del equipo de animadores, siempre junto a su esposa, compartiendo la fe y la misión. Para Juan y su familia, servir a la Virgen de Caacupé no es solo una tarea: es un camino que los fortaleció como familia y como matrimonio.

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Fe y devoción
Cada año, cuando llega la festividad mariana, Juan Manuel Herebia vive con especial devoción y fe la preparación y el encuentro con los peregrinos. Ver llegar a miles de personas desde distintos puntos del país y del extranjero lo llena de sentido.
“Uno dirá: es el Espíritu Santo el que nos pone las palabras justas, las ideas necesarias para animar a los hermanos que vienen cansados, agobiados, buscando consuelo o una respuesta a sus problemas. Nosotros solo somos instrumentos para que quien llega a Caacupé vuelva a su casa fortalecido después de encontrarse con la Virgen”, expresa.
Juan Manuel expresa un mensaje final, que le brota del corazón: “Hoy y siempre, eternamente agradecido a la Virgen. Gracias por la salud de mi esposa, de mis hijos, y por permitirme sentirme útil dentro de la Iglesia. Es un gusto compartir esta experiencia con ustedes, que también son parte fundamental de la festividad, porque a través de su trabajo llegamos a tantos hermanos que, por distintas razones, no pueden estar presentes en Caacupé”.
La suya, junto a su familia, es una historia de servicio, fe y agradecimiento que se convierte en un testimonio vivo del amor a la Virgencita Azul de Caacupé.
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