Hay entrevistas que se sienten como un intercambio de palabras y otras que se convierten en un choque de energía. Hablar con Niklas Almqvist —el guitarrista de The Hives y hermano del carismático cantante Howlin’ Pelle— pertenece, sin duda, al segundo tipo.
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A través de la pantalla, Niklas irradia la misma electricidad que define cada acorde del grupo. Detrás de él, una aurora boreal digital sirve de fondo, y no parece casualidad: el guitarrista se mueve entre el humor y la introspección con la misma naturalidad con que su guitarra corta el aire.
El nuevo álbum marca el regreso triunfal de una de las bandas más irresistiblemente performáticas del rock moderno. Junto a Pelle, Chris Dangerous, The Johan And Only y Vigilante Carlstroem, Niklas confirma que The Hives no son solo una banda: son una declaración estética, una broma cósmica y, a la vez, una maquinaria sonora que se niega a perder la chispa.
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“Gracias por existir en este momento particular del universo”, le digo para romper el hielo. Niklas sonríe, casi sorprendido. “Gracias”, responde con esa mezcla de modestia y teatralidad que caracteriza a la banda.
Nos sumergimos de inmediato en el corazón del asunto: The Hives no se comportan como una banda común. Su música y su imagen se alimentan de su propia mitología, una narrativa donde la exageración y el humor se funden con el poder del rock. “Creo que eso está en el ojo de quien mira”, explica Niklas. “Algunos piensan que cruzamos la línea entre realidad y mito hace años. Otros aman que vayamos demasiado lejos. Nosotros solo trabajamos, tratamos de hacerlo lo mejor posible”.
Cuando le pregunto si esa mitología es algo que protegen o simplemente dejan desbordarse, Niklas duda un segundo: “No todo es mito. En parte, simplemente somos The Hives. Pero entiendo por qué lo parece. Creo que lo importante es que la gente interprete lo que hacemos. Nosotros no juzgamos a The Hives: eso es tarea de los demás”.

Hablar con él es como abrir un manual de supervivencia del rock, escrito con ironía y precisión. “Cualquier buena banda de rock es también un espectáculo”, dice. “Siempre fue así. Me encantan las bandas que dan un gran show, aunque no tengan buena música. Admiro el esfuerzo”. Hace una pausa y se ríe: “Nosotros intentamos tener ambas cosas: buena ropa y buena música”.
El nuevo disco lo demuestra. En el comunicado de prensa, The Hives lo presentan con una frase que parece un manifiesto: “Cada canción es un sencillo, cada sencillo es un éxito y cada éxito es un golpe directo en la cara del sistema”. “Creo que siempre fue lo mismo”, dice Niklas. “Cantamos contra el sistema, contra los peces gordos. Hay que patear hacia arriba. Algunas canciones parecen hablar de eso, pero también pueden ser sobre otra cosa. Esa ambigüedad nos gusta. El rock siempre fue confrontación”.
Le menciono que hoy el enemigo de un músico (o del negocio de la música para un artista independiente) podría ser el propio sistema digital: Spotify, los algoritmos, la saturación. “Sí, claro”, asiente. “Pero hay cosas buenas también. Cuando éramos chicos, conseguir música era difícil. Hoy todo está al alcance, y eso es genial. Pero mientras la música sea negocio, habrá intereses capitalistas. Y eso siempre atrae al sistema.”
Le digo que en este disco las guitarras suenan más brillantes, casi como si hubieran sido pulidas por un rayo. Niklas sonríe ante la imagen. “Puede ser. Este fue nuestro intento de hacer un disco de arena, nuestro primer gran disco de estadios. Aunque si lo pensás, quizá todos nuestros discos lo fueron. Siempre intentamos evolucionar, pero al final suenan a The Hives, y eso es algo que no podés forzar”.
Además, grabaron parte del álbum en el estudio de Benny Andersson (ABBA) y con la producción de Mike D (Beastie Boys). “¿No es así como se hace un disco de arena?”, bromea. “Ponés a The Hives en una habitación con Benny y Mike D. Eso suena a disco de arena.” Y luego, más serio: “De Mike D aprendés solo con mirarlo. Cómo busca sonidos, cómo experimenta. Los Beastie Boys nunca tuvieron miedo de la distorsión, y eso me encanta. Aprendés mucho solo observando”.

Treinta años de carrera no han domesticado su espíritu. “Con The Hives, el tiempo no pasa”, confiesa. “Se siente como si hubieran sido seis meses. Seguimos girando, trabajando. Esto lo haríamos aunque no fuera nuestro trabajo. Es lo que somos. Creo que nos dimos cuenta de que The Hives es para siempre.”
Le pregunto si la popularidad es una virtud en el rock o cuál es su visión. Niklas responde sin titubear: “¿Popularidad? Siempre pensé que era algo sobrevalorado. Pero una buena banda debería ser popular. Para nosotros, el interés nunca fue la fama. Queríamos hacer los mejores discos y los mejores shows posibles. La popularidad fue solo un efecto colateral.”
Nunca han querido hacer giras nostálgicas tocando un álbum entero del pasado. “Nos sentimos actuales. Cada vez que alguien sugiere tocar Veni Vidi Vicious de principio a fin, pensamos: no, estamos divirtiéndonos demasiado con lo que hacemos ahora. Tal vez otras bandas pueden hacerlo, pero The Hives aún vive el presente.”

Ya al final, le propongo un juego rápido:
—Definí a The Hives sin usar las palabras rock, banda o música.
Niklas sonríe y responde sin pensarlo: “Grandeza.”
—¿Y si una inteligencia artificial intentara escribir una canción de The Hives?
“No tendría que demandarla. Simplemente no sería lo suficientemente buena.”
Antes de despedirnos, me atrevo a acusarlo: The Hives nunca ha tocado en Paraguay. Niklas se ríe. “Es cierto. Nos encantaría ir. Lo debemos.”
Y con esa promesa, se despide como apareció: con humor, elegancia y una energía que parece inagotable. Porque The Hives no solo son una banda: son, como bien dice Niklas, una fuerza de la naturaleza bellamente caótica.
