Conocen todito lo que piensa Trump y discursean sobre la conducta y viajes de Santi Peña. Surten la fábrica de chismes políticos y es imposible discutirles nada porque se adjudican la propiedad de la precisa. Ejemplares de expertos en la información abundan en reuniones familiares, sociales, detrás de los micrófonos, en la carnicería, en los velatorios, siempre con el ánimo predispuesto a desnudar nuestra ignorancia y acosarnos con su caudal de datos.
Les aqueja una especie de avidez incontrolable por adquirir datos y acumular toneladas de noticias que, muchas veces, ni siquiera son interesantes. Cuidado que este síndrome de avidez informativa puede resultar contagioso y los medios de comunicación suelen colaborar para esparcir la endemia. Esto arrastra a gente inocente a sumergirnos en una maraña de tópicos que no estamos en condiciones de entender, lo que produce algo que se llama síndrome de ansiedad informativa, causada por la inseguridad y el miedo a exponer públicamente nuestra ignorancia sobre algún tema.
En la carrera por estar al tanto de la última noticia se puede caer en un pavoroso estrés. No es necesario escuchar la radio al mismo tiempo que se procura atender la noticia de último momento en la televisión y averiguar quien publicó algo en Instagram. Es mejor aflojarse, reconocer que carecemos de la completa comprensión de cualquier cosa y descubrir en cambio que sí disponemos de un caudal de experiencias propias, que son muy valiosas sobre todo en aprendizaje. Preguntaron a personas de todas las edades qué cosa importante habían aprendido en la vida. Un señor de 64 años respondió: que la mayoría de las cosas por las que me preocupo demasiado no suelen suceder. Una chica de 16 años dijo que: a veces los animalitos, las mascotas, pueden consolar tu corazón mejor que las personas. Un niño de 10 años fue categórico: nunca se debe saltar desde el balcón utilizando una sábana como paracaídas. Una estudiante de 24 años afirmó que: hay personas a las que jamás podremos complacer hagamos lo que hagamos. Y una señora de 92 años respondió sonriendo que todavía tengo mucho que aprender.
En cuanto a mí, aprendí a disminuir, cada vez más, mis expectativas positivas en relación al gobierno, a los políticos, a las amistades, a la familia, al comportamiento de la gente en general, a los acontecimientos que planifico, etc. Trato de ser realista sin caer en el conformismo, porque nuestra hermosa vida está llena de altibajos, y mejora el ánimo aceptar las situaciones que no cumplen con nuestras expectativas. Entonces, decime un poco... para qué lo que tanto.
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