Pero entonces, aparece un poder político con intereses solamente monetarios, afirmando que esto no es cierto, que es una posición equivocada del conocimiento y que la explotación de los recursos naturales es necesaria. Así que a continuar talando árboles, matando bosques, contaminando el aire, envenenando las aguas, fabricando plásticos, extrayendo petróleo, exterminando animales, comiendo basura. Eso es desprecio por la verdad, porque la ciencia aporta verdades que pueden y deberían ser sometidas a debate. En esta era que se va volviendo oscurantista, surgen contrastes muy violentos, entre el refinamiento que puede alcanzar el saber, el conocimiento, la ciencia, y la inmensa rusticidad de una actitud autoritaria, muy codiciosa. Así se instala un ambiente donde desoír al semejante es la condición necesaria de un poder absoluto que, además, usa la degradación del lenguaje como desagüe de excrementos.
Como si fuera un rasgo de autenticidad, en los medios de comunicación se impone el lenguaje cloacal, ese del cual se jacta nuestro socio, el tilingo del micrófono, con su adicción al insulto vulgar y prepotente.
Consterna cuando alguien que parece informado admira con fanatismo a Donald Trump, quien ataca a la Universidad de Harvard y persigue con crueldad hitleriana a inmigrantes.
Los sistemas autoritarios, las ideologías intransigentes, empiezan por deteriorar el lenguaje, el significado de las palabras. Así es como vuelven para instalarse los populismos, las intransigencias, los regímenes autoritarios con líderes repulsivos como Trump y Milei. Se genera una estructura humana que obliga a ir hacia el desenfreno, barrer con todo lo que limita el narcisismo, para dar paso al autoritarismo que implanta la idolatría, el ciego fanatismo.
Con discursos de odio perdemos la posibilidad de contar con valores asentados en su significación: qué es el bien, qué es el mal. Si se dice que la esencia del mal es despreciar al prójimo, se está dando en el centro de algo que no parece negociable como axioma. Pero no faltará quien diga por qué voy a respetar al prójimo si no me interesa, si no es nadie, si es una rata.
Cancelar al prójimo es negarle la palabra, el derecho a ser que se extingue cuando no tiene derecho a pronunciarse, porque a alguien se le antoja decretar que es una basura, un miserable, un criminal. Sos un indocumentado, un inmigrante, un negro, un delincuente, te haré desaparecer. Se impone la extinción de personas porque son pobres. Sos inmigrante no tenés derechos, sos negro no podés hablar. Es la persecución para la extinción de la gente más vulnerable. El exterminio de quienes molestan al nuevo fascismo. Y se empieza con la degradación del verbo, el asesinato de la palabra, la crucifixión de la poesía. El lenguaje cloacal, el genocidio, la debacle.
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