Empresario riguroso, trabajador incansable, padre de seis hijos, su vida es una danza entre la exigencia profesional y la ternura familiar.
“La paternidad en mí está muy marcada por el padre que tuve”, comienza diciendo, casi en susurro, como si esas palabras cargaran décadas de memoria.
“Fue un hombre muy severo. Y yo también lo fui. Nadie me enseñó. Nadie me dijo nada. Ya naturalmente me convertí en una persona rígida”, confiesa.
En nuestro país, donde la resiliencia es más que una virtud, es supervivencia, José Félix se convirtió en empresario durante tiempos duros.
La crisis de 1993 golpeó fuerte. Él no vaciló. “Puse todo a la venta. Todos los bienes inmuebles. Mi camioneta, mi vehículo… todo. Porque eso hizo que yo tome las cosas con seriedad”, afirma.
En esa seriedad encontró su sello. Sus amigos, incluso en ambientes tan duros como el aduanero, vieron en él algo más. “Un tipo trabajador, un tipo serio. A no macanear. A no prestar nada. A ser serio en el trabajo. Eso aprendí de mi papá”, recuerda.
Pero lejos de ser un hombre seco o distante, se define también como “jovial”, bromista, incluso. Un equilibrio difícil, reconoce, porque esa simpatía puede quitarle credibilidad.
“Sin embargo, algunos se dieron cuenta de que yo llegaba a la gente. Y esa seriedad profesional, mezclada con esa alegría mía, fue clave”, sostiene.

Su vida familiar no se quedó atrás. “Cuando me casé, los dos teníamos 23 años. Y los dos ya queríamos ser papás”, recuerda con una sonrisa que rompe cualquier rigidez.
“Fue una alegría, aunque al comienzo nos costó un poquito. Pero cuando llegó María José todo cambió”, rememora.
José Félix es, en sus palabras, “un enfermito del trabajo”, pero siempre intentó estar presente, compatibilizar la vida laboral con la familiar: “En la escuela, en el colegio, en la casa. Salir con ellos, jugar al fútbol, compartir”.
Hoy, muchos de sus hijos trabajan junto a él en la agencia. “Santiago, Sebastián, Esteban, Gabriel... María José también trabajó un tiempo. Alejandro también. Eso me llena de orgullo”, afirma.
Cuando se le pregunta si ha aprendido algo de sus hijos, guarda silencio. “Qué complicada esa pregunta. Difícil, ¿eh?”, dice mientras piensa, como quien rebusca en lo más íntimo.
“Me gusta de ellos que son muy unidos. Verlos muy predispuestos y atentos con su mamá y conmigo”, señala.
José Félix Cacavelos forjó una empresa sólida en un entorno incierto junto a una familia unida, en la que los afectos y la exigencia conviven con respeto.
En su rigidez aprendida, su esfuerzo incansable, su ternura silenciosa, reside el verdadero legado de este empresario que nunca dejó de ser, ante todo, un padre.