Hipocondría según la RAE es una afección médica caracterizada por una preocupación excesiva y constante por la salud. La creencia de tener una enfermedad grave y la búsqueda constante de ayuda médica.
En tiempos de la pandemia, yo andaba con escafandra como el eternauta de Ricardo Darín. Me apliqué las vacunas de todas las farmaceúticas, usaba guantes como Michael Jackson, y a donde iba llevaba un atomizador con desinfectante para fumigar cualquier cosa, elemento, o gente que me rodeaba. Allí andaba yo desinfectando picaportes, asiento de automóvil, perro, gato, gallina, persona, silla, cortina, mesa, plato, vaso, cubiertos, etc. etc. etc.
Me consuela saber que hubo gente famosa que sufrió de esta afección en el pasado y que algunas celebridades actuales padecen de este trastorno bastante incómodo.
Ciertas historias muestran un costado inesperado de grandes figuras. Por ejemplo, para quienes idolatran a Darwin como emblema de la racionalidad, se sorprenderían saber de que caía en los tratamientos de todo tipo de curanderos para su infinidad de malestares cotidianos.
Gracias a su falta de salud, por su asma, su sensibilidad a los sonidos y su obsesión con las toallitas húmedas, el escritor francés Marcel Proust nunca hubiera escrito los 16 volúmenes de En busca del tiempo perdido. Su hipocondría dio al mundo una de las mejores obras de literatura universal. Charlotte Brontë, autora de Jane Eyre, sufrió depresión durante su juventud y atribuía sus dolencias al mayor enemigo de la humanidad: la hipocondría.
En la actualidad, las hermanas Kardashian, Kim y Kendall, le tienen pavor a la contaminación. Ellas también andan desinfectando todo lo que encuentran a su paso, y para ingresar a sus mansiones existe todo un protocolo de higienización. Un neurótico asumido, Woody Allen, es conocido por su obsesión con los medicamentos y pide que se limpie su casa dos o tres veces por día, para evitar cualquier contaminación.
La gente hipocondríaca sufre mucho. El ejemplo literario más conocido es Argón, personaje de Molière, quien crea una comedia-ballet escrita en verso en tres actos, El enfermo imaginario, una dura sátira a los médicos.
Un viejo dicho, acuñado por los médicos franceses Bérard y Gubler, dice que la profesión médica consiste en: Consolar siempre, aliviar a menudo, curar a veces.
Más allá de batas y estetoscopios, de inyecciones y pastillas... la medicina es, sobre todo, una relación entre paciente y profesional, para determinar el tratamiento que respeta las creencias y los deseos de la persona que sufre, por un lado y los conocimientos y la experiencia del médico, por el otro.
Sufro el doble cuando tengo turno con mi traumatólogo, porque sé que para él soy una rodilla, solo una rodilla y nada más que una rodilla. Y eso no da gustoité luego, para nada.
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